Cuando este jueves 23 de noviembre la profesora de Sociología de la Universidad de León (ULE) Adelina Rodríguez reciba como directora de su Unidad de Igualdad el Premio Menina 2023 correspondiente a la provincia en Miranda de Ebro (Burgos), quedarán dos jornadas para la celebración del Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Habrá pasado casi una semana de que el ultraderechista Javier Milei arrasara en las elecciones en Argentina negando la brecha de género y un año y medio desde que Vox entrara en el Gobierno de la Junta de Castilla y León hablando de violencia intrafamiliar.
“Son mensajes muy simples y que calan mucho, especialmente entre los más jóvenes”, alerta esta docente berciana que dice avergonzarse del respaldo social que hace semanas tuvo el exalcalde de Ponferrada Ismael Álvarez a la hora de presentar el libro en el que enmienda lo que dicta la sentencia que lo condenó por acoso sexual a la exconcejala Nevenka Fernández.
Candidata en 2011 precisamente a la Alcaldía de Ponferrada por Izquierda Unida, alaba las leyes sociales impulsadas por el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y lamenta la división del movimiento feminista. Con el Premio Menina 2023 anunciado por la Delegación del Gobierno ve reconocida su labor en pro de la igualdad y contra la violencia de género.
¿Qué es lo primero que se le viene a una a la mente cuando le dan un premio por una cuestión tan presente en el debate social como la igualdad y la lucha contra la violencia de género?
Primero una sensación de incredulidad, y luego de mucha sorpresa y mucha alegría. No creo que tenga tanto mérito. Estoy muy agradecida a los compañeros y las compañeras y muy agradecida a la Delegación del Gobierno y a la Subdelegación del Gobierno.
¿Y recuerda algo específico de lo que estar orgullosa en el trabajo desarrollado en estas materias?
Aunque suene a tópico, lo primero que piensas es en todo el trabajo que hemos estado realizando en la Unidad de Igualdad. Hay un profundo agradecimiento al vicerrector del que depende la Unidad de Igualdad, que es el de Responsabilidad Social, Cultura y Deportes, Isidoro Martínez. Destaco a la gente con la que yo he trabajado directamente, y a todas las personas de la comunidad universitaria, tanto del Campus de León como del Campus de Ponferrada, que han acogido nuestras propuestas. Lo que más me enorgullece del trabajo que realizamos es la apertura de la Universidad hacia la sociedad: trabajamos con muchas asociaciones, con ayuntamientos, con muchas personas, y también de manera muy especial con la Subdelegación del Gobierno.
¿Cuál es el mensaje que intenta trasladar la Unidad de Igualdad con la actividad que desarrolla a lo largo del año para que cale en la sociedad?
Sensibilizar y formar en igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. La Universidad es ahora uno de los espacios más igualitarios, pero todavía quedan formas de asimetría que en muchas ocasiones son muy difíciles de percibir. Ha sido un trabajo largo y a veces lleno de problemas. Hemos conseguido sacar adelante el segundo Plan de Igualdad y el protocolo de prevención y actuación contra el acoso sexual y el acoso por razón de sexo. Hemos hecho todo lo posible por acercar la perspectiva de género tanto a la docencia como a la investigación. Recibimos una subvención del Pacto de Estado contra la Violencia de Género que intentamos invertir lo mejor posible en cuestiones de sensibilidad para erradicar la violencia contra las mujeres.
Cuando habla de asimetrías, ¿a qué cuestiones se está refiriendo?
Son las diferencias o las brechas que puede haber entre hombres y mujeres. Sí que es verdad que nuestra Universidad tiene una posición privilegiada, quizás porque es una universidad joven. Donde existe una mayor asimetría es en la categoría de la cátedra. Entre el profesorado hay paridad, en los equipos de gobierno la ley obliga a esa paridad. Hay que seguir luchando para que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades. Y digo bien, hombres y mujeres, porque a veces se malinterpreta y se tiene la sensación de que sólo pensamos en las mujeres, pero también los hombres pueden sufrir.
¿Por qué todavía hay un techo de cristal en el acceso a las cátedras?
La carrera académica es muy larga. Es una carrera de fondo. Y ahí las mujeres igual tienen más dificultades para llegar al final derivadas de cuestiones como el trabajo de cuidados, maternidad, conciliación con responsabilidad. En nuestra Universidad cada vez hay mujeres más jóvenes que llegan a la cátedra, pero todavía seguimos teniendo esa brecha.
La Universidad es ahora uno de los espacios más igualitarios, pero todavía quedan formas de asimetría que en muchas ocasiones son muy difíciles de percibir
¿Y qué observa en estas materias en el trato entre los alumnos y las alumnas?
Sí es cierto que generaciones anteriores, como la mía o incluso alguna posterior, tenían más conciencia de que había que luchar por la igualdad porque había tanto por hacer. Quizás los más jóvenes ahora creen que ya está todo hecho. Y me sigo encontrando a jóvenes que ven todavía las reivindicaciones de las mujeres como un ataque personal. Y esto no es un ataque hacia nadie, sino que se trata de una reflexión y de un trabajo conjunto de hombres y mujeres para alcanzar esa igualdad de oportunidades. Nosotros tenemos una ventaja y es que el alumnado nos llega con una edad en la que ya tiene otras perspectivas. Lo que más me asusta es el caso de la adolescencia, donde todavía los patrones de violencia se siguen reproduciendo y que además no se tiene conciencia de ellos.
¿Y cuál es el impacto en una sociedad cambiante de cuestiones que se han incorporado como las redes sociales?
Eso contribuye a que estas cosas se maximicen. Ahora el acoso no es algo físico y puntual, sino que puede estar presente a lo largo de las 24 horas, 365 días al año. Y ahí hay que decirles que no todo lo que aparece en las redes sociales es bueno ni necesariamente verdad. Hay que inculcarles ese espíritu crítico que, como profesionales que serán en el futuro, tienen que tener presente.
Antes hablaba de asimetrías. La Universidad de León todavía no tiene ninguna mujer en su listado de doctores honoris causa. Ahora se ultima el nombramiento de al menos dos. ¿Eso también es una asignatura pendiente?
Eso es un síntoma más. Para mí sí que es una asignatura pendiente. Diría que seguramente muchas mujeres tienen más méritos que algunos que han sido nombrados honoris causa. No hablo ya dentro de nuestra universidad, sino en general. Otro síntoma es que nunca haya habido una rectora en nuestra Universidad, que todavía siga siendo una minoría las mujeres que llegan a rectoras. Esto tiene mucho que ver con la propia cultura que tenemos. Las propias mujeres, en muchas ocasiones por no decir siempre, se autocensuran. Todos los cargos que requieren poder y responsabilidad, dado que están manejados desde una cultura muy androcéntrica y muy masculina, nos resultan realmente ajenos. Y eso unido al trabajo de cuidados y de tareas domésticas hace que nosotras mismas ni siquiera nos involucremos en ello. Yo creo también que estamos más vigiladas: que se mira más con lupa lo que hacen las mujeres que se presentan a esos cargos. Es como entrar en un lugar que históricamente no nos ha pertenecido.
Hay que seguir luchando para que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades. Y digo bien, hombres y mujeres, porque a veces se malinterpreta y se tiene la sensación de que sólo pensamos en las mujeres, pero también los hombres pueden sufrir
¿En qué punto sitúa ahora a la sociedad española en cuestiones de igualdad y violencia de género? Hablábamos durante la pandemia que incluso se habían agudizado las diferencias en la división sexual del trabajo con las mujeres todavía más volcadas en las labores domésticas.
Yo soy pesimista. Hace poco ha salido el ranking europeo de igualdad de género y España ha avanzado hasta el cuarto puesto. Pero cuando veo los estudios que se hacen en relación a la violencia contra las mujeres, y especialmente en el caso de los adolescentes, me pongo a temblar. Ha habido avances, pero todavía seguimos hablando de lo que hablábamos hace muchos años. En cuanto a la violencia contra las mujeres, que es la manifestación más cruel de esa desigualdad, no se ha producido tanto cambio. Es más, hay una reacción hacia los avances de las mujeres. Y además se expresa a través de la violencia. Como bien dices, la violencia se ha sofisticado a través de las tecnologías de la información y la comunicación. Me asusta mucho la violencia vicaria o la económica que se ejerce contra las mujeres. Y nos encontramos signos que deberían hacer sonar las alarmas como la brecha salarial, esa división sexual del trabajo, las elecciones académicas que hacemos en nuestros jóvenes que siguen siendo feminizadas y masculinizadas a pesar de que ya llevamos muchos años con la escuela mixta. Todavía hay mucha reticencia a incorporar materias de género en los planes de estudios. En las universidades la investigación que realizan las mujeres en cuestiones de género sigue estando considerada como de segunda o tercera categoría.
Se me ocurren más señales de alerta cuando un partido político que tiene ya representación institucional como es Vox niega violencia de género y habla de violencia intrafamiliar o no participa en manifestaciones de repulsa. ¿Hasta qué punto estas actitudes trastocan los avances que se han dado en los últimos años?
A mí me parece muy peligroso. No es que ellos hayan descubierto algo; esto estaba dentro de la sociedad. El gran problema es que eso ahora se ha abierto. Y ya es políticamente correcto mostrarlo directamente, no hay que avergonzarse y hasta hay como un cierto orgullo. Son mensajes muy simples y que calan mucho, especialmente entre los más jóvenes. Ya sabemos que aquello que no se nombra no existe. Si no nombramos la violencia contra las mujeres y le ponemos el nombre que quieras o lo disfrazamos, no existe. Y si no existe no se va a trabajar para erradicarla. Yo estoy profundamente asustada. Creo que eso va a significar una involución total y absoluta y una pérdida de derechos. Conseguir los derechos es un largo camino, pero perderlos es un camino más corto.
Todavía hay mucha reticencia a incorporar materias de género en los planes de estudios. En las universidades la investigación que realizan las mujeres en cuestiones de género sigue estando considerada como de segunda o tercera categoría
Va a compartir galardones con el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Se ha analizado como un hito las leyes sociales de sus mandatos. ¿Fue tan importante ese papel? ¿Podía haber ido más lejos?
Hubo un antes y un después. Los derechos sociales conseguidos con sus gobiernos son innegables. La Ley contra la Violencia de Género fue, de hecho, algo imitado por otros países. Hay que reconocerle ese mérito, esa visión, con independencia de que luego tuviera sus aciertos o no en otras cuestiones, pero en derechos sociales no cabe ninguna duda de que hubo un punto de inflexión también con otras cuestiones como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Las leyes son necesarias, pero no son suficientes para tratar la igualdad de oportunidades. Por supuesto, tiene que haber, pero hay que luego seguir profundizando en esa línea.
Porque además muchas veces se cuestiona de esa Ley contra la Violencia de Género que no sirviera para reducir significativamente el número de delitos o de casos.
Las leyes por sí solas no acaban con estas cuestiones. Eso no va a conseguir que se acabe con los asesinatos. Pero esa ley sí sirvió, primero, para poner nombre, violencia de género, a la violencia que se ejerce, que ejercen los hombres hacia sus parejas o exparejas. Y luego hubo una toma de conciencia por parte de la sociedad. Se permitió que eso se pudiera denunciar públicamente y que hubiera debate sobre esta cuestión. El eslogan de lo personal es político se puso en la práctica. Es decir, lo que pasa en casa y esos malos tratos que sufren las mujeres por parte de sus parejas o exparejas hay que sacarlo a la luz. Antes había la concepción de que los trapos sucios se lavaban en casa. El punto de partida me parece un logro innegable. Y es de bien nacido ser reconocido en ese sentido.
¿Por qué esas leyes sociales no llegaron antes? Muchas veces se hace el análisis de que la Transición dejó aparcados temas importantes que salieron a la luz mucho después. ¿Podemos hacer un paralelismo con lo que ocurrió con la memoria histórica?
No sé si decir que había miedo. Pero todas las cuestiones que afectan directamente a las mujeres, no pasa solo en nuestra sociedad sino en todas, son cuestiones secundarias que bien pueden esperar. Sí que es verdad que salimos de una dictadura donde teníamos muchísimos problemas: una España que dejaba mucho que desear. Y entonces se aplica aquello que se creía que era más importante y que era más urgente. Parece que las cuestiones de las mujeres pueden esperar siempre. Fueron muchos años de dictadura. Todavía vemos ahora que hay mucha gente que tiene esa cultura tan patriarcal y tan androcéntrica arraigada. Y tampoco había mujeres en aquellos lugares donde se toman decisiones. Se dio una mezcla de todo esto.
El discurso de las víctimas siempre se pone en cuestión. Nunca se pone en cuestión el discurso, en este caso, de los acosadores o de los violentos. Y yo creo que eso también impide muchas veces que muchas mujeres den el paso a las denuncias
Usted fue candidata de Izquierda Unida a la Alcaldía de Ponferrada en 2011, en las mismas elecciones en las que volvió a la política municipal el exalcalde Ismael Álvarez, condenado por acoso sexual a la exconcejala Nevenka Fernández. Hace unas semanas Álvarez presentó un libro que enmienda lo que dice la sentencia y llenó el salón del hotel. ¿Qué reflexión le suscita ambas cuestiones cuando han pasado más de 20 años del caso?
El discurso de las víctimas siempre se pone en cuestión. Nunca se pone en cuestión el discurso, en este caso, de los acosadores o de los violentos. Y yo creo que eso también impide muchas veces que muchas mujeres den el paso a las denuncias y a hablar públicamente claro y alto de lo que les pasa o de lo que les ha pasado. Y en Ponferrada, de lo cual efectivamente me he avergonzado siempre, este señor tuvo un gran apoyo en su momento y lo sigue teniendo porque se sigue cuestionando el discurso, en el caso de las víctimas, a pesar de que ha habido una sentencia. Es un ejemplo muy claro de que hemos avanzado, sí, pero que todavía quedan muchos vestigios de que hay algo que todavía permanece.
El 8 de marzo de 2018 hubo una gran movilización feminista y el de 2023 quedó marcado por la división en el movimiento. ¿Hasta qué punto esa división afecta a que el mensaje que se quiere transmitir trascienda?
A mí sí que me da pena esa división. El feminismo ha sido fuerte cuando ha ido unido. Dentro del feminismo hay diferentes sensibilidades y esto ha sucedido siempre y seguirá sucediendo. Yo creo que es en lo que tenemos que trabajar y luchar, es decir, por volver a estar unidas y unidos, dentro de ese feminismo que lo que quiere es alcanzar precisamente esa igualdad de oportunidades. Hay decisiones políticas que no siempre se explican bien a la sociedad o que no siempre son bien entendidas. No es fácil muchas veces llevar a la práctica aquello que se quiere o que se tiene en mente. Hay esas disfuncionalidades. Yo tengo la esperanza de que esto sea algo puntual y que a partir de ahora volvamos a recuperar esa unidad. Creo, de hecho, que esa unidad permanece con el me too, con el se acabó. Hay más cosas que unen que las que separan. Y hay que agarrarse a ellas.
¿Quizás, en ese sentido, el último aldabonazo ha sido la respuesta al caso Rubiales?
Ahí sí que ha habido una respuesta adecuada. Ahí se vio claramente que el feminismo está unido precisamente en las cuestiones relevantes e importantes. Y vemos que hay esas cosas que tenemos en común. Yo creo que esa va a ser la línea en el futuro. Ya se verá, claro, pero yo creo que va a ser la línea.