La pandemia enfrentó en su día cuestiones como la libertad y la seguridad o la economía y la salud. Sugirió debates sobre si generaría un efecto retorno al medio rural, implantaría el teletrabajo o revalorizaría la sanidad pública. Adelina Rodríguez, que además de profesora de Sociología es directora del Área Social de la ULE, se sometió entonces al cuestionario de este medio. Han pasado dos años. Las preguntas son las mismas; y las respuestas no son muy diferentes.
La primera pregunta hace dos años era si esta situación sacaría lo mejor o lo peor de las personas. Y usted se confesaba pesimista al recordar cómo pronto se olvidaron los efectos de la crisis financiera de 2008.
Me reafirmo en que este capitalismo es mucho más salvaje. Se sigue quedando mucha gente por el camino. También es verdad que hay algunos brotes verdes: gente que lleva la solidaridad por bandera y que se ha aplicado mucho más. Pero nos hemos vuelto mucho más salvajes como sociedad.
De aquella había generado polémica la aparición en comparecencias públicas de mandos militares que utilizaban un lenguaje a veces bélico. Usted temía que eso diera pie a una exacerbación de los nacionalismos. Ha habido momentos en los que las estadísticas de contagios o de vacunación parecían una competición entre países o comunidades autónomas. ¿Hay riesgo de caer en demagogias?
La pandemia se ha utilizado como disputa política. Se han aprovechado las vacunas o los protocolos para que unas comunidades autónomas echaran los trastos a la cabeza de otras gobernadas por otros partidos. Y lo han hecho de una manera muy manipulada. El caso más sonoro es el de Madrid, donde se ha reflejado bien esa disputa, que es personal y política de una líder que no ha pensado en el bien ni siquiera de sus ciudadanos. Parece que todo sirve para en contra de los otros. Si no tenemos capacidad para reflexionar juntos y nos centramos solamente en la disputa política, los ciudadanos cada vez se van a alejar más. No todos los políticos son iguales. Pero los que se centran en lanzar esos mensajes son los que tienen más cabida en los medios de comunicación, mientras que los que lo hacen en trabajar tienen menos eco. Yo he sentido vergüenza ajena.
Una de las cuestiones más latentes durante todo este tiempos ha sido la de la dicotomía entre seguridad y libertad, que ya se había suscitado tras los atentados de las Torres Gemelas. ¿Hemos perdido dosis de libertad?
Creo que esta situación ha dado pie a una mala interpretación de lo que significa la libertad. Se ha centrado el debate en si se podía o no ir de cañas o en poner o quitar la mascarilla. Y hemos perdido el norte. La libertad de uno acaba donde empieza la de los demás. Si los científicos hacen recomendaciones, será razonable seguirlas. El problema viene cuando los políticos hacen en nombre de la libertad una utilización de lo que dicen los científicos. La libertad no es salir a hacer un botellón. Deberíamos replantearnos si tenemos libertad cuando hay millones de personas en una situación de pobreza o de exclusión social. Para tener libertad, debemos tener las necesidades básicas cubiertas. A veces me siento ofendida con la utilización de la palabra libertad.
Esta situación ha dado pie a una mala interpretación de lo que significa la libertad. Se ha centrado el debate en si se podía o no ir de cañas o en poner o quitar la mascarilla. Y hemos perdido el norte
Otra dicotomía recurrente era entre economía y salud. ¿La hemos resuelto bien?
Es cierto que se tomaron algunas políticas adecuadas para que hubiera menos muertos. Es en estas circunstancias cuando se ve la conciencia de comunidad. Aquellos que deberían arrimar más el hombro lo han arrimado menos. Fue una ocasión para mejorar los servicios sociales o la sanidad pública. Pero sigue teniendo muchas deficiencias y no se ha hecho nada. Se ha demostrado que somos muy vulnerables. Y lo peor es que no se ha hecho nada y otra vez no estaríamos preparados para afrontar una situación así. No hemos aprendido nada. Madrid tiene una sanidad todavía más privatizada. Y eso llama la atención. En cuanto a las residencias, todavía hay mucho que investigar para buscar a los responsables de lo que sucedió. Eso es una deuda que tenemos como sociedad. Porque, además, ha generado miedo entre los potenciales usuarios.
La sociedad se preguntaba si la pandemia generaría un efecto retorno al medio rural. Usted sospechaba entonces que sería “meramente pasajero”. ¿Cómo lo analiza ahora?
El retorno ha sido muy puntual, a zonas y en profesiones muy concretas. Ha podido ser un recurso para personas que ya estaban finalizando su vida laboral. Pero en el caso de familias con hijos en edad escolar es más complicado porque necesitan colegios, consultorios médicos... En cuanto a las comunicaciones, llegar a algunas localidades es una odisea. En otras la conexión a internet no existe o tiene deficiencias.
El retorno al rural ha sido muy puntual. Ha podido ser un recurso para personas que ya estaban finalizando su vida laboral. Pero en el caso de familias con hijos en edad escolar es más complicado porque necesitan colegios, consultorios médicos...
“Tendría que ser la oportunidad de oro para impulsar un desarrollo sostenible. Pero seguramente se cree empleo a costa de lo que sea”, respondía a la pregunta sobre el impacto de la crisis en la provincia de León. ¿Se reafirma en ese análisis?
Para la provincia esto no ha servido como revulsivo; más bien al contrario. Ahora que ha salido a la palestra la búsqueda de fuentes de energía alternativas, resulta que hasta eso lo hacemos mal y se proyectan parques eólicos en enclaves de gran valor ecológico. Seguimos cayendo en el error de buscar una única alternativa. Y eso me parece peligroso. No lo podemos fiar todo al turismo o a las energías renovables cuando, además, estamos viendo que pueden chocar. Tenemos que buscar enclaves más adecuados para estos proyectos. Y resulta penoso porque la provincia tiene una gran riqueza de recursos naturales, así como agrícola o ganadera. Sin embargo, vamos a lo fácil y a lo rápido. No hay un planeamiento de lo que se va a hacer. Y debemos sumar todos porque lo que se le pueda ocurrir a un alcalde de forma aislada no va a servir como solución.
Hace dos años no presagiaba cambios en el urbanismo. ¿Cuál es su visión ahora?
Creo que se ha limitado a cuestiones provisionales. Soy muy crítica con la ocupación de la vía pública a costa de lo que sea. No creo que haya muchos cambios. Seguimos teniendo la asignatura pendiente de la accesibilidad o las zonas o espacios del miedo, que se podrían solucionar a veces con una buena iluminación para mejorar la seguridad. En lo que sí que parece haber un cambio es en que, debido a la situación de confinamiento, ahora la gente prefiere pisos con terraza.
Por entonces alertaba sobre ciertos “peligros” asociados a la implantación del teletrabajo. ¿Siguen latentes?
Ahí soy muy crítica. Y ahora por lo menos se ha regulado por ley, con lo que los trabajadores podrán tener amparo. Primero hay que decir que no todas las actividades pueden adaptarse al teletrabajo. Se presta sobre todo para ciertos trabajos, sobre todo en grandes ciudades. Y así, además, ayudamos al medio ambiente. Pero las empresas deben planificarlo. No puede ser que los trabajadores pongan todos los medios. El teletrabajo se debería diseñar por objetivos y que exista realmente la desconexión. Se ha extendido la idea de hablar del teletrabajo como estrategia de conciliación. Y teletrabajar no es sinónimo de conciliar. Puede ayudar a la conciliación. Pero, como todavía existe una división sexual del trabajo, eso no puede significar sobre todo en el caso de mujeres que a la vez que trabajes cuides de mayores y de niños. En otro sentido, en el caso de empresas de nuevas tecnologías ha sido una disculpa para cerrar centros de trabajo, lo cual ha sido descarado en el caso de la banca. Así se está dejando por el camino a muchísimas personas. Me parece una campaña acertada la de 'soy mayor, no idiota'.
Se ha extendido la idea de hablar del teletrabajo como estrategia de conciliación. Y teletrabajar no es sinónimo de conciliar. En el caso de empresas de nuevas tecnologías ha sido una disculpa para cerrar centros de trabajo, lo cual ha sido descarado en el caso de la banca
“Habría que hacer un trabajo de pedagogía de que lo público funciona”, contestaba a la pregunta sobre si se valoraría más la sanidad pública una vez pasados los aplausos a los sanitarios.
Ahora no solamente nos hemos olvidado de los aplausos, sino que han vuelto las agresiones e insultos a sanitarios. El déficit se ha incrementado en la sanidad pública por el gasto derivado de la pandemia. Las listas de espera han crecido. Ha fallecido gente por no poder ser diagnosticada a tiempo de otras enfermedades. Seguimos con consultas telefónicas en la Atención Primaria, que es la puerta de entrada al sistema también para cuestiones como la salud mental o las víctimas de violencia de género. Deberíamos replantear esta situación. Los políticos deberían acabar con las privatizaciones encubiertas. Y sigo pensando que es una cuestión de pedagogía el darse cuenta de que hay que pagar impuestos para tener mejores servicios públicos. Eso sí, deben ser progresivos, perseguir fraudes y depurar responsabilidades. Una prueba es que estábamos adormecidos mientras había quien se llevaba comisiones multimillonarias, y lo que sabemos es la punta del iceberg. Así que me parece indecente e inmoral que haya políticos que sigan hablando de bajada de impuestos.
No era entonces muy optimista sobre si cambiaría la percepción ciudadana sobre los trabajadores denominados esenciales. ¿Nos hemos olvidado de los limpiadores o los empleados de supermercados?
Nos hemos olvidado muy pronto de trabajadores como los que se encerraron en sus residencias con los internos en los primeros compases de la pandemia para evitar contagios. Ha pasado lo mismo con los repartidores o los trabajadores de los supermercados. Seguimos sin conocer sus salarios y condiciones. Y no ponemos mucho interés en ello.
Durante el confinamiento la producción científica fue a más y se incrementó exponencialmente en los hombres; y no ocurrió lo mismo con las mujeres. Ellos pudieron dedicar más tiempo a su empleo; y ellas no lo hicieron en la misma medida
¿La mujer sigue siendo tras lo más duro de la pandemia el eslabón más débil de la cadena?
La división sexual del trabajo sigue muy patente. Hay un caso muy curioso: durante el confinamiento la producción científica fue a más y se incrementó exponencialmente en los hombres; y no ocurrió lo mismo con las mujeres. Ellos pudieron dedicar más tiempo a su empleo; y ellas no lo hicieron en la misma medida.
¿Cuáles han sido las consecuencias en un ámbito especialmente sensible como el de la violencia de género?
Vivimos un momento peligroso. Hay un discurso aceptado incluso por las generaciones más jóvenes según el cual se habla de esta cuestión en tono despectivo, se pone en duda o se tilda de violencia intrafamiliar. Estamos viviendo una involución. Y resulta peligroso que haya calado y se haya aceptado un discurso involucionista.
Le preguntamos por si la pandemia reformularía el papel social de la población mayor, considerada de riesgo por la crisis sanitaria. Y presagió que “volverán a ser un sostén económico y en los cuidados”.
Ahora todavía es peor porque muchos potenciales usuarios de residencias tienen mucho más temor. Hemos visto imágenes dolorosas. Por preservar su salud, ha habido falta de afectos. Y eso ha derivado en un sentimiento de abandono. No sé hasta qué punto eso fue adecuado. Porque ha dejado secuelas emocionales muy grandes. Hubo momentos en los que no pudieron despedirse de sus seres queridos. Y eso me ha parecido hasta cruel. Con la gestión de los cadáveres hemos visto imágenes muy impersonales. Es una herida que tardará tiempo en curarse.