Traslado de sede a 13 Rue del Percebe

Fachada decorada con la primera página de '13 Rue del Percebe' en Carabanchel (Madrid).

Las últimas demostraciones dialécticas de la política española dan para pensar con algo más que el poder de la imaginación que el foro de las señorías del parlamento se ha trasladado de su sede institucional en Las Cortes, a la casa caótica y surrealista de 13 Rue del Percebe, la historieta de tebeo que dibujó con el genio creativo de una coalición entre la astracanada y el punzón el gran Francisco Ibáñez, creador de un sinfín de personajes como Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, Sacarino y Rompetechos.

La España del tebeo combinó la supervivencia con la sátira como salvavidas. A este país le ha salvado nuestro particular sentido del humor. El escozor de una dictadura encontraba siempre el alivio con el chiste ingenioso que seguía a una decisión de las alturas o a un tambaleo de la oligarquía en el poder. El sarcasmo era el idioma clandestino de un pueblo sin cauces de representación.

El debate político se acogió con frecuencia al ingenio, a una contestación imbatible en lo humorístico o irónico, que desarmaba al adversario y que dejaba en la audiencia el grato sabor de la inteligencia improvisada a velocidad centelleante. Célebre es la reacción del procurador de las Cortes franquistas Adolfo Muñoz Alonso en su defensa de la conservación del latín en los planes de estudio de la edad escolar, que había suprimido el entonces ministro de Educación José Solís Ruiz. Solís preguntó al profesor: ¿Para qué sirve una lengua muerta como el latín? A Muñoz Alonso pareció salirle del alma la respuesta: “Por de pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en Cabra (Córdoba) le llamen egabrense y no otra cosa”.

La política de la corrección ha obligado a dimitir del humor y del gracejo, un florete que, bien manejado, deja el rasguño de la herida en el bocazas y la sonrisa en la audiencia. Ese miedo cerval a la ofensa herética de la agudeza ha sido reemplazado por el argumento dominante de la bronca y la acritud que hacen insoportable y mentirosa la necesaria controversia política. Dos lugares comunes hoy: el progresismo, como revelación divina y la matraca de las dimisiones y corrupciones, se han constituido en los ejes de un insoportable parlamentarismo.

Debatir en la metáfora cachonda de 13 Rue del Percebe devolvería el interés ciudadano por la credibilidad de las instituciones y poderes. Si el legislativo que es el que emana directamente de las urnas ofrece los espectáculos que ofrece, ¿qué se puede esperar de los acompañamientos del ejecutivo (Gobierno-Oposición) y judicial? Añádase el poder civil del de la prensa, que arrastra lo suyo emponzoñada de espectáculo y grosera militancia.

La casa de las metáforas          

Cada una de las viñetas de 13 Rue del Percebe es una habitación, la solución de habitabilidad extrema a que ha llevado la hiriente especulación inmobiliaria de este país en cualquier capital de provincia y, hasta ahora, en el incomprensible olvido de la dirigencia. Para empezar, una estructura narrativa plena de actualidad y de apremiante necesidad ciudadana.

El inmueble del tebeo es una edificación de tres plantas con bajos y buhardilla. De abajo a arriba, una portería donde la vigilanta, trasunto de la ciudadanía a pie de calle, observa con los ojos de la inteligencia natural. A su lado, un colmado gestionado por un tendero pícaro que no deja puntada sin hilo a la sisa en su beneficio. Aquí, legítimo sondear la alegoría de la corrupción. 

En la primera planta cohabitan un veterinario que no cesa en cambiar gato por liebre, la esencia misma de la política, y una patrona de pensión a la que el espacio vital de los huéspedes le importa una higa. ¿Les resulta familiar?

Más arriba ocupa espacio la anciana, amante empachosa de los animales, que bien se corresponde con el trueque de bondad por buenismo. De esto, hay por arrobas, en connivencia con la estupidez. Justo al lado, un aprendiz de Frankenstein experimenta con animales en buen remedo de la brutalidad cuando sirve de adjetivo a la política.

Página de 13 Rue del Percebe, de Ibáñez.

La tercera planta es ocupada por un caco con síntomas de cleptomanía, especie si no abundante, sí existente, en los predios del poder. Pared con pared, la sufrida madre de una prole de diablos en formato de quintillizos incontrolables, que es fácil identificar con la gente traviesa que necesita del retruécano en la oratoria.

En lo alto, en la buhardilla, lo más mollar. El arrendatario, por decir algo, un bohemio moroso acuciado por los acreedores. No ceja en los ejercicios de supervivencia con recomendaciones a sus ingenuos reclamantes, que no hay ocasión que redunden en su provecho. Este personaje es el alter ego de Vázquez, otro maravilloso historietista de los tebeos, padre de Anacleto, agente secreto, al que Ibáñez homenajea con su pizca de crueldad. Realidad frente a metáfora, a esta última se puede adjudicar el papel del presidente del Gobierno, astucia hecha carne en escapar indemne de los acechos continuos y reiterativos en motivaciones de la oposición, fielmente reflejada en la cohorte de acreedores, dispuestos a lo que sea, hasta el ridículo, con tal de cobrar la pieza.

Cuanta similitud entre el Parlamento español y esta casa de locos de 13 Rue del Percebe. Uno y otra escenifican esta especie de auto sacramental laico en clave de astracanada, en que se ha convertido el ejercicio de la política española. Convendrán conmigo que a la hora de elegir, mucho mejor la imaginativa tronchante del padre de Mortadelo, que la hiriente de un parlamento adueñado de ese término que los andaluces llaman, con tino en su significante, malaje.

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