Respeto mucho la docencia. Respeto tanto la docencia que renuncié a ser docente. Creo que el pedagogo debe ser un sabio y un santo. Creo que que el ejemplo es irremplazable. Creo que la razón y la verdad son sagradas, salvíficas y necesarias y su transmisión, un sacerdocio. Que el conocimiento nos hace mejores. No la lectura. No, la lectura nos hace mejores lectores. Punto. Da la casualidad de que se ha estado debatiendo esta bobada hace días. Lo explico por si alguien vive dentro de una cueva subido a un árbol en el planeta Marte: una pájara de indeterminado oficio declaró que los libros no hacen o arman mejores personas. En efecto. Como el Sintrom no construye mejores arterias. Esta afirmación perforó el lectorducto de los que hablan –¡y escriben!– del OLOR DE LOS LIBROS, de cómo les gustan los libros y de que LEEN LIBROS demostrando otra vez que la gente que lee puede no ser mejor; o puede ser igual o puede ser fenomenal, pero lo que ya no se puede discutir es que resulta muchísimo más pelma. Bien. No todos los conocimientos son iguales. Aquí sí hay clases. Entonces: se me advierte o soy advertido a veces de que mis textos o mis monos pueden o han sido o serán o es posible que sean tomados por las inteligencias artificiales. Nada puedo hacer. No es que hayan sido elegidos. Ojo. Los cogen a cholón. Evidentemente. Los verbos utilizados –recuerden que estas notas tratan en realidad sobre el lenguaje, jur, jur– para justificar tal labor son, atención, enseñar, educar, entrenar o incluso ADIESTRAR a las pobres inteligencias artificiales que, con maestros de mi talla van, en teoría, a enseñar, educar, entrenar o adiestrar a otros. Jur, jur. Es una vieja idea: hace un siglo, cuando empezó internet, me reí de la misma manera de su ambición totalizadora. Todos los saberes del mundo al alcance de la mano. Subidos, eso sí, a tal red por personas particulares, claro. No hay otro método. Tanto de aquella con los hachetepés para subir hacheteemeles y javascripts como ahora mismo con las AIs se usaba el preciso y elocuentísimo volcar. En las obras de hormigonera y cascote a la misma operación se le dice bascular: echar algo a un nivel más bajo y que caiga por su propio peso. Van a bascular mis porquerías y luego estas van a amaestrar o domar a… yo qué sé. Al hambriento. Al menesteroso. Al ignorante. Ya me ha ocurrido: ir a buscar determinada cita y encontrarme a mí mismo citándola. Para enseñar a bailar vuelcan una peli de Fred Astaire y el video de la boda de la mediana de mi tía Boni, la de Sahagún. Para jugar al fútbol, el Alemania-Hungría de 1954 con un debate de El Chiringuito de Jugones. Para hacer carteles, la obra de Alfons Mucha y la puta mierda de San Froilán o las fiestas de San Juan y San Pedro de cualquier año y para hacer canciones… pues eso. ¿Quién enseña al enseñante?