Risa, entre rictus y complacencia

Alfonso Fernández Mañueco y Gonzalo González Cayón.

Desde que Daguerre empezó a grabar imágenes, lo recogido, paisaje o figura era único, no admitía en aquel entonces y por sus elementos compositivos, hacer una copia. Hoy, unos doscientos años adelante, la fotografía digital nos permite todo lo contrario “repartir copias” a raudales, y al instante si se desea. Las fotos nos cuentan lo real, lo supuesto o lo interpretativo, al tiempo que periodísticamente nos introducen en un tema, a veces bajo demasiados influjos.

Surge esto, en primer término, por haber visto a un amigo, leonés y leonesista de raigambre, en una fotografía junto al político Mañueco, ambos muy sonrientes. Aludo a Gonzalo González Cayón, hoy Abad de La Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro. Lo he conocido desde su juventud creativa, pasional leonesa, y de respetuoso proceder con nuestras tradiciones, siempre metódico y estudioso, y eso condiciona la forma de vivir lo leonés, con pasión, influjo y sentimientos, por ello me permito citarlo.

Con fortaleza de ánimo digo que yo no me veo en condiciones de contemporizar con los gerifaltes autonomistas, de ayer y de hoy. Añadiendo prontamente que tampoco me vería en condiciones de mostrar satisfacción, por encontrarme junto al señor Mañueco, y no es por señalar personalizando, pero sí como presidente de un ente sobre el que discrepo en cuanto a conveniencia y así como de su ejecutoria del cargo político siempre con latencia permanente de los anteriores, dispuesto al amarre y la minoración de lo leonés. Y añado, esto o hacen en toda su amplitud, historia, cultura… ¡Y lo que haga falta! 

Dos precisiones. Mi ausencia de la tierra chica me condiciona a “vivir la actualidad leonesa” a través de los medios, donde las fotografías de actos importantes, y casi lo cotidiano si uno acude a internet, te puede llevar a valorar lo gestual que aquellas están mostrando en los personajes y lo que de los actos, se deriva, aunque no siempre sean espontáneas –demasiado de salón las de determinados políticos– y que junto a la letra, sea en plan crónica, opinión o gag… relato, vivencia, resulta demasiadas veces un cuento. 

La segunda puntualización queda recogida en la buena voluntad de los amigos a quienes acudo por vía telefónica, correos o mensajes, para tratar de encontrar explicaciones a muchas de las cosas que a los leoneses nos ocurren, (nos afligen casi siempre) de modo especial en esta fase autonómica impuesta que padecemos. Algo que, en mi caso, lo vengo viviendo con pasión leonesista, porque yo sí, don Isidoro Álvarez Sacristán, y perdóneme por señalar, creo en el leonesismo como sentimiento y como componente humano del activismo defensivo de lo definitorio leonés, cuando menos.

En contra de coartar libertades constitucionales

Estimo encontrarme entre los que desde el inicio del proceso autonomista, en la etapa de transición a la democracia, han estado en contra de que se nos coartaran libertades constitucionales, añadiéndonos por imperativo político a un ente autonómico con una facción castellana. Lo he mostrado hasta la saciedad, en artículos de opinión (y actuaciones personales que no hacen al caso) postura global escrita que yo mismo vengo en calificar de “perseverante replique a una malhadada y recalcitrante decisión autonómica”. 

Dudo y mucho de la veracidad del supuesto pragmatismo del que echar mano, por ejemplo, para tratar de comprender la postura estoica y transigente de los leoneses, aceptando el trágala político-social vigente e impuesto, muy claramente manifestado con el voto a los colaboracionistas que, muchas veces, van de divos provinciales y no pasan de comparsas. 

Días atrás, con motivo de la inauguración de la estación de autobuses, pudimos ver al señor Mañueco, sonriente, vendiéndonos la adaptación de la antigua, ahora con costillares al aire, y cristaleras desde las que poder mostrar al usuario quién manda aquí, en León provincia, incluso en Legio, donde el alcalde debe ser intocable en su atribuciones…, ser escuchado y atendido.

¿Acaso nuestro alcalde, José Antonio Diez, no había sido alertado, ni por los planos, ni en letra, sobre la señalética pomposamente colonialista que las vidrieras y paramentos iban a exhibir, antes de la política inauguración, todo un esperpento de lo que pudo ser un acto de convivencia gozosa, transformado en humillación?

Si en los respectivos parlamentos, nacional y autonómico, se dicen las cosas los de una mano política y otra, incluso con insulto, cosa que no comparto, me pregunto cómo el alcalde legionense pudo estar con “las autoridades” autonómicas, entre las que se encontraba también el consejero Quiñones, de León, recorriendo satisfechos los interiores del edificio, poco más que remozado, y dejarlos marchar sin haberles calentado convenientemente las orejas al contemplar los reiterativos letreros de insultante propiedad del inmueble. 

Con ágil maniobra, el presidente Mañueco, va y anuncia: Os vamos a colocar un letrero donde aparezca un nombre que denomine a la estación. Vamos a bautizarla, por propia decisión, con el de Reina doña Urraca I de León. A este respecto se están oyendo voces muy autorizadas que señalan como improcedente el 'doña', colocado en el letrero, algo que comprendo y puedo compartir.

No puedo cerrar lo antedicho sin citar aquí a don José Manuel García-Osuna, quien en sus facetas de historiador y escritor, ha dejado bien ensalzada la figura de la reina nombrada. Es más, recuerdo haber leído su proposición del nombre de la reina leonesa para la estación del tren o puede que para todo el complejo o nodo. Ése que nos van realizando a trompicones, en plan pastiche, cual pasmoso hazmerreir, a poco que nos paremos a hacer comparaciones. 

De la risa mutua: Abad de San Isidoro-Pollan, el que preside las Cortes autonómicas que nos han impuesto y que quieren presentarlas como herederas de la Magna Curia de 1188... ¡¡¡Sin la connotación que sugieren!!! ¡Ya hablaremos! El gesto de fingido encandilador compromiso requiere un tratamiento bien diferenciado.

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