El perdido oficio de ver la televisión en el bar
En España todo el mundo está muy liao permanentemente, con lo cual la comunicación resulta no ya difícil, sino imposible la mayor parte del tiempo. Para conseguir la atención –¡no ya la curiosidad o el afecto!– de la gente a la que le está cayendo la pieza esa rara en forma de zeta mientras juegan al Tetris… Digresión: tiene que ser eso: yo veo el resultado de trabajadores que PRESUMEN de afanarse muchísimas horas y es imposible que se hayan dedicado a su supuesto empleo tal cantidad de tiempo durante tantos días, ¡incluso madrugando!, afirman. Madrugones, les dicen. Para conseguir, pues, captar el interés, preferiblemente solemne, del personal el ser humano y la ser humana ha inventado toda suerte de conciliábulos que van desde reuniones con PowerPoints a desfiles, cortes generales, tertulias televisivas, magazines radiofónicos o liturgias sacramentadas. Cualquier sitio con tribuna y púlpito. Hay varias maneras de enfrentarse a hablar en público, son más los que prefieren la muerte a abrir la boca ante una multitud –la mayoría: ya decía Seinfeld que a gran cantidad de personas en un funeral si les dabas a elegir entre hacer el elogio fúnebre o ser el muerto elegían esto último–. Otros no sienten especial terror hacia tal práctica e, indiferentes al aburrimiento de su audiencia o a su propia ignorancia transitan interminables discursos y algunos, como yo mismo, tienden a encontrar difícil más bien el callarse la boquita. En público o en privado. Ante multitudes o en sobremesas. ¿Constituye esto una virtud o resulta noble o productivo para mis semejantes o parecidos? Lo dudo. Doy carrete incluso a profesionales que precisan tan poco estímulo como peluqueros y taxistas y no hay tema ni tópico que me sea ajeno. Yo soy el que habla a lo bobo y del que se queja todo el mundo. El que entretiene a fruteras y carniceros mientras se le cuelan viejas sin parar. El que saluda y se despide en los emails. El que da paso al que no tiene una pregunta, sino una reflexión. El que da la razón al tendero que no tiene datáfono y al cliente que se queja de que no se pueda pagar con tarjeta… a la vez. El que pregunta tonterías a la gente en los trenes, el que ofrecía tabaco. El que en los ambulatorios no solo cuenta, sino que escucha miserias. El que en los ascensores comenta el tiempo y disecciona la humedad relativa, la presión, los ciclos ENSO del Pacífico y del propio artefacto enumera accesorios, pondera su velocidad... y trata de no hablar de su olor. Ah, no. Yo no me miro los pies o cuento las llaves con reflexiva atención. Aturdo como un tombolero. Tengo casa cerca del Cea, lugar de nacimiento de San Facundo; facundo, sinónimo de macrogloso, gárrulo, parlanchín, locuaz y charlatán. CUALQUIER COSA MENOS ESTAR CALLAO. ¡TENGO MUCHO QUE DECIR! I AM HUMAN AND I NEED TO BE LOVED JUST LIKE EVERYBODY ELSE DOES!! [se lo llevan].