No siento respeto por los idiomas ni por los libros. Lo siento. Supongo que se debe a mi excesiva familiaridad con ambos. El roce elimina la fascinación. Todo el mundo parece albergar en su corazón una veneración reverencial (perdonen el pleonasmo) por las lenguas (que son LA CULTURA) y hacia los tomos de lo que sea (¡y su olor!). En el caso de los idiomas deberíamos dejar claro que son herramientas y en el de los libros que son receptáculos. Nada más. Herramientas frágiles. Y efímeras. No guardamos los pinceles y paletas de Velázquez o los escoplos y mazas de Miguel Ángel, conservamos lo que ejecutaron con ellos. Los libros (admirables algunos en su manufactura como objeto, ahí se me va el símil) son envases (que huelen a etilo vinil acetato y a dímero de alquil ceteno) y normalmente contienen tonterías. Al igual que los idiomas (sobre todo en los periódicos) se utilizan para decir simplezas el 99,99% del tiempo. Lo importante de un frasco es lo que contiene. Las imágenes de la ley seca norteamericana con gente usando gran violencia y enorme odio contra barriles y botellas son muy elocuentes: confundían recipiente y contenido. Con las lenguas pasa igual. La tentación es grande: yo he llegado a AMAR a algunos cacharros y papeles y lápices y botes y tubos (y su olor) con los que he perpetrado auténticos horrores. Por lo menos los idiomas no huelen a nada ni se pueden manosear y no hace falta poner los ojos en blanco para mostrarles devoción. Se habla (y se escribe) en lo que se sabe y domina. Todo el mundo (menos los niños lobo) conoce por lo menos una lengua, como todo el mundo tiene al menos una raja en el culo. Con ella (con la lengua, no con la raja) puede describir y fabular o inventar y embellecer universos o pedir una de calamares. Conociendo varias... puede hacer lo mismo en varias. El babelónico teatrillo del Congreso con gente presumiendo (otra cosa no me explico) de conocer otra lengua aparte del español me resulta desconcertante. Nadie lo dudaba. De chavales (o guajes) el que sabía andar con las manos molaba mucho en el recreo, pero tal destreza le resultaba de escasa utilidad (bendita palabra) si había examen de Sociales.