Yo también nací en el 53

Los Renault 4CV 4/4, apodados 'Bigotes', comenzaron a fabricarse en España en 1953.

Que por qué la tierra, por qué el trabajo, por qué la anarquía como ideal más alto, por qué el enojo, la pelea, la valentía y el coraje. Porque soy su hija, supongo, y estos días él cumple años.

Que por qué la empatía, el desparpajo, la sonrisa amplia y el corazón en la mano. Por qué la honestidad brutal, la actividad frenética y la generosidad para tantos. Porque soy su hija, supongo, y estos días también ella cumple años.

Nos hacemos cargo de lo que traen consigo los que llegaron antes a este cambalache que llamamos mundo. No siempre las virtudes que nos otorgan con la mejor intención funcionan como tal. A veces, lo que siempre fue bueno se convierte en inadecuado. Lo que siempre fue útil, resulta vano. Y nos quedamos peleando entre lo que fuimos, somos y en un futuro, quién sabe, tal vez seremos. Tratamos de caminar hacia ese objetivo con los menores tropiezos, pero nadie se salva. Las piedras se esconden detrás de las luces más opacas.

En ese camino loco más vale no perder los cauces, las cuerdas a las que atarse cuando el río muestra su bravura. Vivimos tiempos feroces, en los que la incertidumbre ataca y hace retroceder la ilusión y las ganas. Aprieta la insolvencia de las promesas y tenemos el impulso de esconder los sueños detrás de lo que intentamos considerar certezas.

Sin embargo certezas, certezas, lo que se dice certezas, nunca hubo. Tal vez trampantojos de un tiempo más estable, quizás previsible. Ahora la sensación es de caos, de velocidad que ni siquiera es constante, sino con acelerones y frenazos que desquician al más santo, que no permiten saborear, siquiera, un matiz de lo importante. Por eso es cada vez más imperiosa la necesidad de luchar por el tiempo, la batalla por el rescoldo que nos queda para abrazar a los nuestros, para recordar los cumpleaños, para sentarse en una mesa y brindar, a veces, únicamente porque estamos juntos y no hay pantalla en medio.

Después de tantos años al otro lado del océano en el que celebrar tenía que hacerse a la distancia, brindando con una copa ajena y pensando que quizás, tal vez mañana, sí pudiéramos hacerlo juntos; después de todo eso, digo, una se da cuenta del valor del tiempo, de la atención para tu gente, del legado que nos dan quienes vinieron antes y de lo poco que muchas veces nos paramos a pensar qué podemos tomar de ahí para ser, tal vez, mejores mañana.

Mis padres son de esa generación nacida en el 53 –y alrededores–, como cantaba Ana Belén, y vivieron tanto cambio y tan brutal que hoy pueden incluso recordarlo con nostalgia. Qué les diremos a los que vengan detrás de estos tiempos de vértigo en los que tanta gente busca techo y no lo encuentra, busca trabajo y no lo hay, busca amor y se le funde en la liquidez de una red social o en la cascada de la vida que le arrasa.

Ojalá les podamos decir que nosotros también gritamos alguna vez que no, que no aceptamos según qué cosas, que salimos a las calles para afrontar los desmanes de la desigualdad que para nuestra generación se está convirtiendo ya en el mayor lastre. Porque a la mayoría de quienes encuentran trabajo sólo les sirve para pagar una renta que hace que otro no tenga que trabajar porque heredó en una capital en la que se concentran las oportunidades y la tristeza. Son de nuevo tiempos feroces y toca recordar qué cosas aquellos del 53 se negaron a aceptar. Sólo así construiremos una alternativa razonable a este desconcierto y seremos capaces de soñar de nuevo: saltar sin red.

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