En tauromaquia no se llama matar recibiendo a lo que cobran los toreros, sino a la suerte que consiste en que el diestro espere el ataque de la res inmóvil y con los pies juntos y aproveche su empuje para introducirle el estoque. Ya no se ejecuta (nunca mejor dicho) prácticamente nunca por dos motivos: resulta muy peligroso y ahora las bestias llegan a esta última fase de la lidia tan castigadas que el matador resuelve al volapié. Yo estaba en contra de los toros cuando era aficionado a los toros. En serio. Iba a verlos y conocía la fiesta, sus movimientos, su léxico, sus ritos, su historia (el volapié fue inventado por el sevillano Joaquín Rodríguez Costillares a finales del siglo XVIII) y si, como decía Joaquín Vidal, lavaban a los toros con champú de los limones del calibre, que le dijeron cuando se puso muy pesado queriendo saberlo todo. Pero nunca me pareció... justificable. Es sencillo. Hay gran cantidad de cosas que objetiva, intelectual, empírica y fríamente son crueles o estúpidas. O ambas cosas a la vez. Incluyo junto a la tauromaquia (en todas sus formas) el fútbol y la patria (en todas sus formas también). Objetos solo defendibles desde un punto de vista emocional. La emoción no es una gran consejera, suele atribuir a sujetos indignos nuestros afectos. Hay personas creyendo que el idioma que hablan es suyo y que poseen la tierra que pisan. Bastaría hacerles mirar una biblioteca y consultar el catastro para sacudirles tal especie. ¿No hay más educación que la sentimental y no se pueden separar nunca los datos de la sensibilidad? ¿Es malo sentir pasiones? En mi opinión, sí, la mayor parte del tiempo. Pido a la gente que decide por mí que sea racional. Lo malo es que lo racional, ay, no suele resultar persuasivo. Y ser racional no es divertido, claro. Véase este texto. Yo antes era más gracioso.

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