A veces la gente, cuando intenta insultar, dice más de lo que cree decir, y resulta muy curioso analizar esas verdades subconscientes. Se trata de una especie de gramática verde, ya no parda, que obliga a mantener cierta parte del significado original, a pesar de lo que se quiera vestir de seda al mono.
Veamos, por ejemplo, 'escoria'.
Escoria son los pobres. Escoria son los que duermen en los cajeros. Escoria son los que se ponen en las zonas más estrechas de la ciudad, o en las puertas de los supermercados, a practicar la mendicidad, unas veces organizada en recias mafias y otras de manera sobrevenida, improvisada por el miedo, la enfermedad o la pobreza.
Escoria son los chabolistas que construyen donde les sale de los huevos y/o se conectan a la red eléctrica sin pagar un puto recibo. Escoria son los que se meten en casa de otro, y luego nos dejan a los demás discutiendo sobre si es ocupación, allanamiento o usurpación. Escoria son los que van por la carretera sin seguro. Escoria son los que van con una furgoneta por los pueblos, arramplando con todo lo que no esté clavado al suelo.
¿Puedo seguir, pero para qué? Todos sabemos a lo que habitualmente se le llama escoria.
Y sin embargo, vamos a ver lo que dice el diccionario:
escoria: nombre femenino
Sustancia vítrea, formada por las impurezas, que flota en el crisol de los hornos metalúrgicos.
Residuo esponjoso que queda tras la combustión del carbón.
Y si pensamos un momento, resulta que esto nos habla de lo quemados que estamos todos. Y esto nos habla de lo que hace esta sociedad y este sistema con nosotros. Porque los que no queremos ser escoria tenemos que ser producto final. Porque hemos pasado tanto y tantas veces por el horno, que ya no nos conoce ni la madre que nos parió.
La cuestión, en esta siderurgia social, es saber si es mejor ser producto aprovechable o ser escoria. La cuestión es que ninguna de las opciones parece buena, pero al final es el mercado el que decide.