TRIBUNA DE OPINIÓN
Urbicum Flumen

Incompetencia nacional, la historia interminable

El mirador de Orellán completamente quemado en Las Médulas.

Corría el año 2002 cuando el derrame del petrolero Prestige tiñó de negro dos mil kilómetros de costa atlántica por España, Francia y Portugal. El Prestige era un buque monocasco que sufrió una vía de agua como consecuencia de un impresionante temporal que aquel mes de noviembre azotaba las costas gallegas, como es habitual en esa época. La confusión no tardó mucho en presidir toda la gestión de un accidente que no por repetido estaba prevenido.

Con Fraga al frente de la Xunta de Galicia y Aznar al frente del Gobierno de la nación, visto ahora con la perspectiva del tiempo, los despropósitos se acumularon. Ya conscientes de que el problema era serio, se barajaron varias posibilidades a cual más descabellada. Se minimizó en un principio el asunto, se hizo cambiar de rumbo al buque en varias ocasiones lo que diseminó el fuel por toda la fachada atlántica que casi nos cuesta un conflicto diplomático con el país galo y forzó la salida de una fragata portuguesa para que no les endosaran el ‘paquete’.

En plena confusión inicial se barajó la posibilidad de hacer entrar el barco en la ría de La Coruña pero su alcalde, Paco Vázquez, se negó en rotundo y el petrolero siguió vagando y embadurnando playas, rocas, y puertos durante una semana, resistiendo el embate de un mar embravecido. El entonces ministro de Fomento, Álvarez Cascos, se ausentó, se dijo que se había ido a Rumanía a cazar osos. Se acusó al capitán Mangouras de incompetente. El también ministro, Trillo, sugirió bombardearlo con aviones y mandar el problema al fondo del océano.

Por fin se le ordenó salir a tumba abierta y acabó por hundirse alejado de la costa. Los despropósitos siguieron, se ocultó la falta de medios como remolcadores, barreras de contención de vertidos, planes de contingencia, etcétera. Se colocó al frente del operativo a un jardinero. La solidaridad de los voluntarios no se hizo esperar para combatir la marea negra, llegándose a enfrentar con las brigadas oficiales de limpieza en algunos lugares. Aznar que, de visita, supervisó las labores de recuperación, pronuncio una frase lapidaría para animar a lzquella oleada de solidaridad: “Ahora toca apretar los dientes y empuñar la pala”. Fiel a su “España va bien” regaría Galicia de dinero y de proyectos que no llegaron a materializarse. 

La versión oficial sostuvo que aquel buque era un cascarón que transportaba fuel ruso –el leviatán ruso es muy socorrido en estas ocasiones– y que era un antigualla de los mares que ya no debería estar en activo. Un profesor de náutica explicó que un cascarón no hubiera resistido una semana vagando en medio de olas gigantescas. El descontrol posterior al vertido no desmereció al precedente y todo se trató de silenciar con los recién estrenados euros. Si se compara aquella catástrofe con la pasada oleada de incendios que han asolado Castilla y León se puede concluir que no hemos mejorado absolutamente nada.

Les volverán a votar

Un mes más tarde las calles de Santiago de Compostela se llenaron de manifestantes crispados por el desastre y, bajo la marca reivindicativa de Nunca Mais, llegarían con sus protestas hasta Madrid. La manifestación compostelana fue un domingo, el lunes, el periódico con más tirada en la comunidad vecina, La Voz de Galicia, publicaba un artículo de su colaborador, José Luis Barreiro Rivas, en el que se preguntaba qué inquietud le causaría al presidente Fraga ver pasar a tantísimos ciudadanos indignados, vociferando, pidiendo que rodaran cabezas y la asunción de responsabilidades. Y concluía que absolutamente ninguna, consciente como era de que muchos de ellos volverían a votarle con la misma convicción en las siguientes elecciones, cosa que así fue, perdiendo la Xunta por tan sólo un escaño. 

Deplorable fue la carencia de medios para evitar el desastre y la descoordinación durante toda la crisis. En lo más duro del vertido, multitud de pescadores –siempre la gente de a pie es la última línea de defensa– se enfrentaron con rastrillos, ‘ganapanes’, capazos y hasta con las manos desnudas a la marea de fuel que los desbordaba una y otra vez hasta que toda la costa acabó ennegrecida dechapapote. El citado ministro Trillo afirmó que las costas estaban resplandecientes y no le faltaba razón, el producto era brillante, pastoso y repulsivo.

Pero si deplorables fueron el preludio y el desarrollo, el desenlace no desmereció. Se hicieron obras faraónicas: Un parador que no atrae, la autovía A-54 Santiago-Lugo que 22 años más tarde sigue sin ver el final –los romanos a pico y pala ya la hubieran terminado– y una autovía entre Pontevedra y Covelo que nunca llegó construirse, amén de otros muchos proyectos que cayeron en el olvido. Se movilizaron recursos sin cuento para mantener en tierra a la pesca de bajura, hasta el extremo de que algunos descerebrados suspiraban porque otra catástrofe similar volviera pronto. Llegó una ingente cantidad de material que acabó en manos de particulares. Hubo conatos de agresión a autoridades que minimizaban el problema. 

Imprevisión antes e improvisación después suelen ser las notas dominantes en el manejo de este tipo de crisis en España. La pauta de actuación es invariable: negar la inoperancia. Eludir las responsabilidades endosándoselas al adversario político a la espera de que se vaya diluyendo la atención a los afectados hasta ser meramente testimonial. Tapar, con el dinero de todos, la boca a los perjudicados, perjudicados que pueden acabar siendo tratados como bultos sospechosos o indeseables, hasta que las aguas se calmen. Es el sino hispano.

Compárese todo este relato con lo que está pasando y volverá a pasar en Castilla y León. Nadie se hará responsable de nada y cualquier atisbo de pérdida de votos se cegará con dinero público que nunca alcanzará a pagar la vertiente inmaterial del problema (la cuestión afectiva, el miedo, el dolor por la pérdida de seres y enseres queridos, etc.) El paso siguiente es minimizar las consecuencias –hilitos de plastilina en estiramiento vertical– y sepultar cuanto antes el problema con disputas de gallinero con las que nos distraen nuestros políticos.

Pero lo más triste de todo es que una vez tras otra, el ciudadano de a pie vuelve a incurrir en una interesada amnesia y nunca exige peaje alguno a la clase dirigente, antes bien parece premiar a quienes le tiñen el paisaje de negro, sea fuel, sean tizones. El buen hispano es indulgente en exceso con los ultrajes que le propinan sus ‘caudillos’ ¿Les suena?

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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