España se rompe

Bandera de España.

España se rompe, dicen, pero lo que más se rasga es el gesto de un Abascal airado que deja su pinganillo con su percha de campeador al lado de una mujer vestida de blanco que aplaude. Esa mujer era una valiente que estaba sola en su escaño. El presidente en funciones estaba, incluso, en otro huso horario, en otro continente. Vaya, que no estaba. Se acumulan las ocasiones en las que una mujer valiente da la cara y se hace las fotos que haya que hacer, incluso en contra de sus intereses. 

España se rompe, dicen, pero incluso Borja Sémper cometió el bello desafío de usar una de sus lenguas, el euskera, para expresarse. Nadie está obligado a hacerlo pero a partir de ahora, quien lo desee, podrá. Y eso, supongo, debería ser suficiente. Que no te obliguen, que no te impongan, al revés, que te permitan elegir, es decir, ser libre. Eso, en el fondo, es lo más preciado que tenemos como seres humanos, nuestra libertad, y por ella deben velar quienes nos representan. 

España se rompe, dicen, pero yo que nací en León, estudié en Barcelona, emigré primero a Francia, luego a Buenos Aires y trabajé en Madrid, me siento más representada que nunca. En Barcelona tengo hoy a grandes amigos que son mejores desde que vinieron a León y suspiraron delante de un cocido maragato. Yo misma soy mejor desde que entendí los porqués de la Rosa de Foc.

España se rompe, dicen, pero yo no la vi más rota que en aquellos días horribles de 2017 en los que la fuerza se impuso, las reglas se quebraron y el dolor reapareció como un desafío fraternal. No la vi más rota que en los meses del después en los que viajé a la ciudad que para mí siempre fue un faro de mixtura e innovación y lo que percibí, sin embargo, fueron corazas. Si nos pegamos, lo lógico es que nos intentemos defender: todas las partes. Lo lógico entonces si queremos estabilidad es que busquemos la manera de entendernos porque ni Espanya ens roba ni Cataluña es el infierno. Al contrario, necesitamos la mayor virtud de todas las partes en tiempos tan brutales.

Muchos se hicieron fuertes en las crisis económicas, muchos generaron demonios culpando a los de enfrente de los males del bolsillo. Otros miramos el espectáculo pensando que cuándo nos iba a llegar algo de eso que prometían a los del norte industrial, nosotros, que hace tiempo que perdimos los motores y el sentido. Nosotros, también, deberíamos ser parte de esa España que no se rompe, sino que se une para fortalecerse y salir adelante. Porque hay grandes cosas por hacer. Porque es el momento de atreverse. Porque muchos me matarán por escribir estas cosas pero sigo pensando que somos más fuertes en la mezcla y que la pureza es tan peligrosa como una bomba de tiempo. Y esto vale para todas las partes. 

Se trata de respetar las diferencias, apreciarlas y reconocerlas: en esa miríada hermosa se gesta esa España que yo tanto extrañé cuando tuve que emigrar. Sólo miré al frente y decidí buscar mi camino. Los argentinos me lo mostraron de la mejor manera: creyendo en mí, respetando mi diferencia, valorándome y ofreciéndome ser parte de su caos. No es más generoso el que más tiene, sino el que menos tiene y ofrece igual. Por eso, supongo, prefiero a las mujeres vestidas de blanco que dan la cara y responden con claridad. Las prefiero, sí, mucho antes que a los que hablan catalán en la intimidad y usan el tiempo de todos para tratar de salvarse el cuello. Así se rompe España y no con el corazón en la mano la voluntad de ser audaces, unidas, para construir y no naufragar en el oleaje de los tiempos bravos que ya asoman.

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