El ciudadano definitivo

Un 'ciudadano perfecto' según una interpretación de una inteligencia artificial

Pero a ver: ¿Cuándo se fue al carajo el contrato social? Cuando surge esta clase de preguntas, nos asalta la tentación de buscar un enemigo, y vapulearlo hasta hacerle confesar su culpa. Luego nos damos cuenta de que no sirve de nada y que hubiese sido mejor buscar alguna opinión en la raíz.

Yo empiezo esta vez por el punto segundo, y el opinador de la base es Rousseau, que se supone que sentó algunas bases de lo que luego llamamos contrato social.

Dice esto:

Uno de los primeros y más importantes principios en los que se consagran la república y las leyes, a fin de que los poseedores temporales y rentistas vitalicios en ella, inconscientes de lo que han recibido de sus antepasados o de lo que es debido a su posteridad, actúen como si fueran los amos absolutos, es que no deben pensar que entre sus derechos figura el de cortar el vínculo o derrochar la herencia destruyendo a su placer todo el tejido original de su sociedad, aventurándose a dejar a los que vienen después de ellos una ruina en lugar de una morada, y enseñando a tales sucesores a respetar sus instituciones tan poco como ellos mismos han respetado las instituciones de sus antepasados… La Sociedad es de hecho un contrato… El Estado es una asociación no sólo entre quienes viven, sino entre quienes viven, quienes han muerto y quienes han de nacer.

El primer párrafo es verdaderamente obtuso, lo sé, pero está en la raíz del problema: el hombre actual se siente no sólo dueño absoluto del mundo que habita, sino también del pasado y del futuro.

El hombre actual dice que la Constitución no le vincula, porque la votó su padre y no él. Porque la votó su abuelo en unas determinadas circunstancias, muy distintas de las suyas, y qué él tiene derecho a una nueva Constitución decidida por él, y no por sus padres y abuelos.

El hombre actual se siente en el derecho de juzgar, con leyes de memoria histórica, lo que hicieron sus abuelos y bisabuelos, señalando a los buenos, a los malos, a los culpables y los inocentes. Decreta la moralidad de una conquista de hace 500 años o la inmoralidad de una expedición. Porque lo vale. Porque sus normas son las que deben regir la Historia en su conjunto. ¡Como no!

El hombre actual se siente autorizado a legislar que en 2040 desaparecerán los vehículos de gasolina y los diésel. Parece que al hombre actual no se le ha ocurrido que en el año 2040 también vivirá gente, personas que tendrán algo que decir sobre lo que se hace y lo que no se hace en el año 2040. Gente que muy bien puede haberse pasado por el arco del triunfo sus decisiones, o hacerlo porque así les corresponde.

El hombre actual es el que ha llevado la deuda hasta el 100% del PIB, manteniendo su estado del bienestar a costa de sus descendientes. 'Sin' coraje para cobrar 'hoy' los impuestos que ese gasto requiere, sin coraje para reducirse a 'sí mismo' el bienestar.

Pero no es raro, porque el hombre actual es el que pide para sí mismo una pensión mayor que el salario de su hijo. Y su hijo lo justifica, pidiendo para sí mismo una Renta Básica Incondicional. Porque ese es el signo del hombre actual: pedir algo que otro tendrá que soportar. Otro. Lejano en el tiempo, en el espacio, o en la fantasía política. Pero lejano y ya no propio: alguien a quien se considera ajeno.

Por eso la Sociedad no funciona. Porque el contrato del que habla Russeau, no existe. Por eso parece que vivimos en un mundo de gente sin hijos que salió ella misma de un orfanato.

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