La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: lucha en Ponferrada

Casa Consistorial de Ponferrada en la Plaza de la Constitución en el año 1930.

En la entrega anterior se ha contado como las columnas mineras abandonaban Benavente en su regreso a Asturias tras conocer la sedición del coronel Aranda, llegando temprano a Ponferrada tras pasar por La Bañeza, Astorga y Bembibre, la que había partido más pronto y con más prisa.

En torno a la una del mediodía del 20 de julio arriba a Ponferrada camino de Asturias el convoy ferroviario, el segundo, formado por más de 40 unidades, al que acompañan varios camiones por carretera. Eran unos tres mil hombres en total, conducidos por el teniente de Asalto Alejandro García Menéndez, de los que menos de la mitad disponían de armas. Ellos se unen a los grupos de mineros bercianos para sumar en torno a siete mil izquierdistas presentes entonces en la ciudad, que contaba con cerca de 10.800 habitantes.

Por las calles de la población se desparraman aquella mañana los expedicionarios de regreso a su tierra, “agregándose a la mucha gente armada que ya andaba por ellas”. Las colmaban los trabajadores locales y los de la comarca que habían acudido allí desde Fabero, Corullón, Lillo, Toral de los Vados, Villafranca del Bierzo y otros pequeños pueblos prestos a defender la República. A todos ellos se habían añadido los llegados de Laciana.

Mientras tanto, en la estación del ferrocarril Ponferrada-Villablino de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) se organizaban y se disponían los nuevos trenes, y algunos camiones requisados, necesarios para que los expedicionarios continuaran su viaje hacia el insurgente Oviedo.   

Los conjurados posponen la insurrección en Ponferrada 

La llegada de la segunda oleada de asturianos trastoca los planes del benemérito capitán Román Losada Pérez de alzarse en armas a las dos de la tarde, a la vez que se insurreccionaban en León y en Astorga. También aquí la Guardia Civil se halla acantonada, no en actitud de hostilidad, sino como a la expectativa. Todo está aún en calma en Ponferrada al mediodía del lunes 20 de julio. Al paso de los mineros gritaban los guardias civiles desde el cuartel algunos tímidos vivas a la República, que sonaban poco convincentes y que, aunque no mostraban abiertamente aún sus intenciones, levantaban sospechas en los obreros, que comenzaron a rodear el edificio.

Desde el balcón del Consistorio, que al llegar habían ocupado el teniente García Menéndez y Manuel Otero Roces con parte de la expedición, los aplaca el alcalde y los anima a proseguir raudos el regreso a su tierra para oponerse al traidor y sedicioso Aranda. Azuza el regidor la prisa que ya tienen ellos por estar allí y completar por el occidente asturiano el cerco a Oviedo, evitando que la ciudad reciba refuerzos de Galicia. 

Habían prometido a los mineros que les darían de comer en Ponferrada, y les sirvieron alimentos entre otros Guillermo Pousa Pinza y su hijo Claudio Pousa Marqués, que regentaban una panadería. Los víveres así facilitados no alcanzaban para todos, por lo que tuvieron algunos que agenciarse la comida por su cuenta. Ambos panaderos fueron después amenazados de muerte por ayudar a los asturianos de aquel modo, por lo que se refugiaron con otros en los montes de La Cabrera, formando parte de los 'huidos' que desde allí se evadieron a Asturias en agosto de 1937.  

Cautivos en la Prisión de Partido de Ponferrada. De ella saldría Manuel Mier para ser fusilado.

Manuel Mier García, uno de los cinco guardias de Asalto desplazados desde Oviedo, de donde era vecino (natural de La Manjoya, de 26 años, soltero, ingresado en el Cuerpo en abril de 1934), y una joven enfermera venida también con las columnas mineras, eran invitados por Julio Prieto Fernández (de 38 años, casado, fotógrafo de ascendencia bañezana) a compartir una comida caliente en su casa, en la que también se asearon. El fotógrafo les prestó ayuda después de que desde el barrio de La Puebla y a petición del alcalde ponferradino acompañara a la enfermera al Ayuntamiento con el objeto de pedir allí un vale para conseguir medicamentos, y toda vez que esta le dijo que ambos estaban sin comer y muy quebrantados por el largo viaje que habían emprendido hacía ya casi dos días.

Tercia el gobernador civil e impone calma

Por otra parte, al teniente Alejandro García Menéndez, que manda la columna ferroviaria de paso en Ponferrada, le había ordenado el comandante Juan Ayza Borgoñós, adelantado con el grueso del convoy motorizado partido antes y apresuradamente, que pertrechara allí a su gente con más armas y municiones y volviera también a Oviedo presuroso.

El teniente traslada lo dispuesto por Ayza Borgoñós al regidor de Ponferrada, Juan García Arias, quien requiere al capitán de la Guardia Civil Román Losada que les facilite su armamento, el de la armería del industrial Lisardo Diéguez Rodríguez, y otro requisado en la ciudad y custodiado en su cuartel. El capitán que se niega. También se opone a que los guardias salgan del recinto, ante lo que, poco antes de que se subleven los militares en León, telefonea el alcalde al gobernador civil exigiendo que le ordene al capitán Losada que acceda a lo uno y lo otro, o que lo obligue a ello por la fuerza, incluso amenazándolo con el bombardeo aéreo del cuartel.

Las exigencias del regidor al responsable provincial no obtuvieron más respuesta que “todo está controlado; que se calme; que hay que actuar con precaución; y que ya veremos lo que se hace por la tarde”.

Declarará después Román Losada (el 22 de septiembre de 1936 en el Sumario 794/36) que, sobre la una y media, ante su negativa a ceder armamento le respondió el regidor ponferradino que el mismo gobernador civil Emilio Francés se lo ordenaría, como efectivamente hizo a los diez minutos por teléfono, “imponiéndole taxativamente entregar las armas y su munición a los asturianos, que habían de partir de la localidad con prisa para auxiliar en su tierra a sus hermanos, pues estaba sublevada la guarnición de Asturias”. Tampoco acató esta orden el capitán Losada. Al contrario, advirtió a quien se la daba de que, ante los desmanes que estaban cometiendo los mineros en la ciudad no haría la vista gorda, como le recomendaba, sino que no los consentiría y estaba dispuesto a reprimirlos por la fuerza.

El gobernador de la provincia negará (el 27 de octubre en su declaración en la Causa 467/36) haber dado tales órdenes pues, excepto siete armas, todas las requisadas en Ponferrada ya las había entregado el capitán al alcalde, quien le manifestaba que de no entregarle también aquellas siete pensaban los expedicionarios volar el cuartel con dinamita. Ante tal amenaza, afirma Emilio Francés que recomendó al capitán paciencia para evitar semejante riesgo, o el enfrentamiento por lo menos, y que al teniente de Asalto Alejandro García Menéndez le indicó que templara un poco al regidor, en aras de su propósito de evitar el derramamiento de sangre en León y su provincia. 

Falseando la Historia

De haber facilitado el capitán Losada al alcalde de Ponferrada aquellas armas incautadas, escopetas de caza y alguna pistola, se trataría de otro caso en los que, por unas u otras razones, alguno de los conjurados para el golpe militar cumplió lo ordenado por el Gobierno de entregar armas a quienes se oponían a la rebelión. Quizá también se cedieran aquí las inservibles a las que aluden algunos testimonios de derechistas locales. Sí sucedido así, habrían tratado los golpistas, tras su triunfo, de velarlo y ocultarlo para que tal actuación no comprometiera su presente y su futuro.

Se enmascaró en otros lugares. Y con motivo, pues no en vano a figuras tan importantes en la trama rebelde leonesa y en su victoria como el general Carlos Bosch no tardaba en perjudicarle, entre otras cosas, haber facilitado armamento a los leales, aunque en su caso igualmente lo entregara defectuoso en León el día 19 a los mineros asturianos, burlados así dos veces, sino tres, contando Astorga.

El antiguo Cuartel de la Guardia Civil en Ponferrada, unos años más tarde.

De modo parecido intentó encubrirse más tarde cómo en Astorga, por ejemplo, agentes de su Comisaría de Investigación y Vigilancia acompañaron a los paisanos que, por orden de sus alcaldes, del gobernador civil y del Gobierno, requisaron armas a derechistas y realizaron a su lado patrullas y controles. Paisanos tildados después de “escopeteros” y muchos de ellos asesinados por actuar acatando aquellas órdenes legítimas recibidas.

El cerco del cuartel ponferradino

No transcurrido mucho tiempo, ferroviarios socialistas procedentes de León confirmaban a los mineros que todavía no habían partido de Ponferrada que efectivamente se habían sublevado allí el aeródromo y las tropas. En Zamora cunde desde ayer la rebelión, que se impuso sin resistencia armada, ni siquiera política, y sin colapso del orden público. También en Gijón se han alzado los militares fascistas, asediados en sus cuarteles desde el mediodía por trabajadores armados y fuerzas leales de Carabineros y de Asalto. Algunos grupos de exaltados asturianos, enardecidos por aquellas noticias, pretenderían incendiar ya la antigua iglesia ponferradina de San Pedro, y a ellos se enfrentó el alcalde Juan García Arias, impidiéndoselo.    

Sobre las tres y media de la tarde del lunes 20 de julio (apuntará una fuente) persistía la negativa del capitán de la Guardia Civil a la repetida exigencia del regidor de entregar a los mineros el armamento y municiones retirados de las armerías locales al cuartel, según el mandato del gobernador. La demanda se la volvía a hacer en torno a aquella hora “acompañado por dirigentes marxistas de las cuencas de Toreno, Matarrosa del Sil y Fabero”. De nuevo sin resultado alguno, al igual que ya sucediera el día antes con la petición de un grupo de milicianos ponferradinos, también desatendida a pesar de las reiteradas y superiores órdenes recibidas, no cediendo más allá de la argucia de entregarles algunas armas inútiles. 

Y entendiendo entonces que el capitán Román Losada y sus hombres están en franca rebeldía, iniciaron los leales el sitio del cuartel ponferradino con sus guardias y los de Villablino dentro, mandados todos por el alférez Eugenio Sancho Iruesa.

En medio del caótico desorden de los gubernamentales, que aún no tienen el cerco del recinto bien cerrado, se unieron a aquellos los guardias venidos desde Villafranca al mando del teniente Juan López Alén. También se les sumó el mismo capitán Losada, en cuyo domicilio acababan de reunirse ambos oficiales, al frente desde entonces de los resistentes asediados.

Con los sitiados pretendió parlamentar, instándolos a rendirse, el teniente de Asalto García Menéndez que dirigía las fuerzas adictas al Gobierno, superiores en número y provistas de no poca dinamita y de fusiles, estos menos cuantiosos, pues la mayor parte de los defensores de la legalidad carecían de armamento. El de Asalto intentaba evitar que se derramara sangre inútilmente. Para ello hizo que cesara el fuego de los sitiadores, y ondeando una bandera blanca se internó en el cuartel. Allí fue hecho prisionero, junto a dos guardias de Asalto que lo acompañaban, por quienes al tiempo disparaban con ametralladora sobre la masa de mineros agolpados en la Plaza. 

La estación del ferrocarril de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP).

Dirá el capitán Losada que, situados los asturianos cerca del cuartel, sonaron dos disparos cuando el teniente García Menéndez trataba de dirigirlos a la estación de la MSP para proseguir su camino hacia Oviedo, según él mismo le ordenara. Al salir el teniente del recinto con dos guardias de Asalto se oyó otro disparo, al que siguió un intenso tiroteo, que cesó cuando, vistos varios mineros con pañuelo blanco, se dio el alto el fuego. Se acercó entonces al capitán el teniente de Asalto y algunos de sus hombres para justificar la agresión como originada en una confusión, aunque los que rodeaban el cuartel continuaban disparando. Así las cosas, detuvo al teniente, a los dos guardias, y a los mineros que lo acompañaban, sin que cesara el tiroteo, afirma el benemérito.

Variaciones del relato

Existe en cuanto a esas detenciones una variación más en las narraciones transmitidas: según testimoniaba años más tarde un sargento guardia civil presente en el encuentro, el teniente de Asalto entró en el cuartel para ponerse, al igual que los subordinados que lo acompañaban, a las órdenes de su superior el capitán Losada. El teniente “mantuvo con el capitán una conversación plena de normalidad, un diálogo entrañable incluso, ya que ambos eran oficiales africanistas que habían servido en Marruecos años antes, García Menéndez en la Mehal-la Jalifiana hasta 1932, y en la Legión y la Guardia Colonial de Guinea Losada Pérez, y viejos camaradas de aventuras en las pasadas luchas contra el moro. Se mantuvo la cordialidad entre ambos hasta el momento en que el capitán recibió una llamada telefónica de sus mandos de León ordenándole la inmediata declaración del estado de guerra en Ponferrada. En ese momento el benemérito sacó su pistola y encañonó al de Asalto diciéndole que estaba detenido, desarmándolo a él y a sus acompañantes”.

El teniente Alejandro García Menéndez sería fusilado en León al cabo de diez días con el alcalde ponferradino y el concejal-gestor Arturo Pita Pérez, de 28 años, casado, electricista afiliado a la UGT y presidente de la Casa del Pueblo.

Otras versiones, un tanto diferentes respecto a quiénes y cómo comienzan el ataque, son las que relatan que decenas de vecinos acompañados por grupos de mineros de las cuencas bercianas y de las columnas de asturianos que aún no habían abandonado la ciudad se habían congregado delante del cuartel. Tenían la intención de obtener de sus guardias civiles un gesto de adhesión a la legalidad, ademán o señal que poco después conseguirían. Pero una vez calmados los ánimos, y cuando los expedicionarios se disponían a reanudar la marcha, desde una de las ventanas del recinto se emprendió un tiroteo contra la multitud que daría inicio a la refriega.  

El disparo decisivo

Se originó entonces una violenta escaramuza en la que la superioridad numérica de los atacados, que responden a los disparos, y su dinamita estuvieron cerca de imponerse. El teniente García Menéndez y los milicianos Manuel Otero Roces y Luis Vega habrían decidido parlamentar con los acuartelados, tras ordenar cesar el fuego, y cuando avanzaban para ello sonó un tiro, tras el que las ametralladoras de la Guardia Civil comenzaron a disparar.

Entre los mineros correría la versión de que aquel disparo lo efectuó un faccioso para reanudar la batalla interrumpida, al parecer un falangista vecino de Ponferrada y empleado en la MSP, desde un segundo piso de los cercanos al cuartel.

Ponferrada. Plaza de la Encina y calle de Isidoro Rueda.

Poco después el teniente García Menéndez, sabiendo que hay guardias de Asalto entre los sitiados que disparan, acompañado por Antonio Pérez Vázquez y José Castro Pérez -que también pertenecen a aquel cuerpo- y el minero asturiano José Otero Roces, insistió en conferenciar e intentó detener de nuevo la refriega. A tal fin penetró con los demás en el cuartel -pañuelo blanco en mano- para dialogar con el capitán Román Losada Pérez y poner fin al tiroteo.

Se produce el silencio mientras entra, la puerta se cierra y suenan dentro varios disparos. Esto hace que se reavive el choque y que prosiga el cruce de descargas, a la vez que Manuel Otero Roces y un grupo de dinamiteros atacan el cuartel. Ya en su interior, el oficial de la Benemérita Román Losada Pérez se pondría en contacto por teléfono con la Comandancia de León, desde donde le informan de lo sucedido en la capital después de que la abandonaran el día antes las columnas mineras.

–“Triunfó el movimiento. Queda usted detenido”, dijo el guardia civil al teniente García Menéndez tras finalizar la comunicación telefónica, ordenando su arresto y el de quienes lo acompañaban.   

Hay otros relatos, incluso contemporáneos como los de 'El Socialista' y 'Mundo Obrero' de primeros de agosto de 1936, que hoy sabemos que son errados o incompletos.

No resulta fácil, en el caótico frenesí de aquellas fechas, establecer acertadamente y con precisión la secuencia temporal de los diversos y entreverados hechos que se iban sucediendo en Ponferrada, por más que atendamos a las variadas, y a veces contradictorias, narraciones que después irán surgiendo. Las más de ellas pecarán, por distintos motivos, contrapuestos en ocasiones, de interesadas y parciales, sobre todo las de quienes al cabo resultaron vencedores y vencidos.

De los segundos, los derrotados, no serían las menos partidarias aquellas versiones que, con ánimo autoexculpatorio no siempre conseguido, urden los muchos que serían sumariados por su participación en los sucesos. Es por ello obligado limitarse a pretender, con las unas y con las otras, no más que componer en lo posible un reducido e incompleto mosaico de la realidad de lo ciertamente acontecido entonces.  

La declaración de quien mandaba el convoy ferroviario

Sentado lo anterior, diremos que hay, además de los ya mostrados, otro relato de lo sucedido en la mañana y la tarde del día 20 de julio de 1936 en Ponferrada.

Es el que hace el propio teniente de Asalto Alejandro García Menéndez ocho días más tarde en León ante los jueces militares que lo harían fusilar en la madrugada del día 30, y las declaraciones que igualmente ante aquellos y en el mismo Sumario 133/36 realizan entonces otros intervinientes en los hechos, tanto a un lado como al otro de la primigenia trinchera.

Un relato el del teniente que, aunque también resulta contradictorio e impreciso en ocasiones, nos parece más ajustado a la verdad que el fabulado que el capitán Román Losada presentó al gobernador militar de León en marzo de 1937. En la próxima y última entrega de esta serie lo expondremos.

Próxima y última entrega: 4 de mayo

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web

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