Las omisiones históricas de la ‘Casona’ de Puerta Castillo: desmitificando a los Sierra-Pambley

Casona de Puerta Castillo en León.

Escuchar el apellido Sierra-Pambley nos traslada mentalmente y de inmediato al hermoso museo y fundación que llevan su nombre, con su no menos hermosa biblioteca Azcárate, hasta la plaza de la Regla, a escasos metros de la fachada principal de la Catedral. 

La politización que sufrió y sigue sufriendo la institución desde hace décadas se empeña en mitificar ciertos aspectos que nada tienen que ver con la certeza documental. Así, uno de estos aspectos míticos o legendarios se compone de que algunos guías y muchos patrones de la preciosa Casa-Museo se empeñan en aseverar que Segundo Sierra- Pambley, único hijo varón de Felipe, se enamoró de su sobrina Victorina, y éste fue el motivo por el que decoró la casa que construyó (actual museo) en 1848 expresamente para ella. Hasta el punto de amueblar un dormitorio para dos niños con sus lujosos juguetes, aunque su sobrina terminase por darle calabazas, lo que produjo en el bueno de don Segundo una profunda misoginia para el resto de sus días. 

Ni un solo documento conservado en el archivo de la Fundación puede atestiguar esta hipótesis. Y lo cierto es que la habitación, cuando se hizo el museo en tiempos recientes de la Democracia, no existía; sino que se trajeron las camas, los enseres y hasta los juguetes de otras localidades. Es más, en el testamento de Segundo nada de esto se deja entrever, y Victorina –que se casó felizmente con un joven y prometedor asturiano llamado Juan Posada Herrera, quien llegaría a ostentar, entre sus numerosos cargos, el de gobernador de Asturias y de León–, tampoco dejó ningún tipo de documento escrito sobre esta teoría del enamoramiento de su tío veintiún años mayor que ella.

La familia Sierra-.Pambley tampoco instaló en 1912 el primer bidé con retrete en León, ni su 'Centro Obrero' ni su biblioteca ni el resto de sus actividades estuvieron rebosantes de humildes profesores y beatíficos estudiantes progresistas y con espíritu socialista, que fueron final y brutalmente represaliados por un régimen autoritario. No: por las aulas y talleres de Sierra-Pambley pasaron infinidad de personas con todo tipo de ideologías y condición económica.

Tampoco crearon las únicas y primeras escuelas liberales de la provincia o España. Porque sin ir más lejos, con el beneplácito de Eduardo Dato y el dinero de Secundino Gómez y los Carballo ya se habían creado otras escuelas en Caboalles, Orallo, San Miguel, Villaseca, Sosas de Laciana, Rabanal de Abajo, Villablino, Rioscuro, Villarino del Sil… Porque por el testamento de Pedro Álvarez Carballo, fallecido en el verano de 1881, se deja una manda de 200.000 reales para levantar las escuelas para niñas y niños becados en Caboalles de Abajo, por lo que don Paco Fernández-Blanco es quien toma la idea para sus escuelas de Sierra-Pambley con posterioridad a la idea y ejecución de Carballo.

Tampoco fueron los Sierra-Pambley los únicos burgueses que viajaron por Europa y visitaron las Exposiciones Universales de París o Londres. Porque fueron muchos, muchísimos, los leoneses que también lo hicieron y lo constataron documentalmente. Y sobre la supuesta pertenencia a la nobleza... nada de nada.

Ante tanta hipótesis falsa dentro y fuera de Sierra-Pambley, el daño a la Historia de León –algunos dicen que hasta el Santo Grial está aquí, cuando no existe más que como constructo literario (y, en todo caso, habría que dilucidar si es la reliquia cristiana denominada Calix Domini la copa de ágata contenida en el Cáliz de Doña Urraca)... y hasta pregonan las primeras Cortes Democráticas, cuando en realidad rigurosamente sí es León el primer lugar con Cortes Estamentales propias del Antiguo Régimen con participación del brazo ciudadano; que podrían considerarse Cuna del Parlamentarismo, como lo celebran las Cortes Generales Españolas, pero no igualarse a los parlamentos de la democracia occidental actual– se hace irreversible e innecesario.

¿Porque una Fundación con ese museo tan admirable y esa historia tiene esa necesidad de entrar en el mundo de la fábula?

La mayoría de las calles de León eran de tierra, como en el resto de Europa, y cuando llovía se transformaban en barro. Sólo los propietarios pudientes se podían permitir pagarse la pavimentación de las aceras de sus casas, como así hizo Segundo Sierra-Pambley en 1849 en el edificio que mandó construir y que hoy alberga la a la Fundación que lleva su apellido. Aunque evidentemente Segundo debía pertenecer a la parroquia de San Juan de Regla, el barrio de Santa Marina abarcaba toda la zona desde Puerta Castillo hasta las proximidades de la Catedral.

Sí había calles de la ciudad con aceras construidas o pavimentadas (incluso de madera) que solían costearse los propios propietarios con el beneplácito del Ayuntamiento, como lo demuestra la presente comunicación enviada a Segundo Sierra-Pambley por Miguel Fernández Banciella (alcalde) y Sotero Rico (el viejo, como secretario).

Habiendo manifestado al Ayuntamiento la sección de policía por medio de su decano D. José Ferreras la generosa oferta hecha por usted de costear las losas necesarias para colocar una acera en el frente de la casa de que usted es dueño en [el barrio de] Santa Marina, la Corporación ha acogido con gratitud ésta señalada prueba de interés con que usted aspira a que se desarrollen los proyectos de mejora de que tanto necesita este pueblo, y acordó que se tributasen a usted como tengo el honor de hacerlo, las más expresivas gracias. 

Dios guarde a V. Muchos años.

León, 18 de mayo de 1849.

Las propiedades en la zona de Puerta Castillo

Porque la gente de la calle (confundida entre tanto 'Centro de Interpretación Romano' y una placa que se refiere al escultor Víctor de los Ríos) tal vez desconozca que la primera casa y referencia de la familia Sierra-Pambley en la ciudad de León no es el edificio de la Plaza de la Catedral, sino el de la mal llamada 'Casona de Puerta Castillo', al lado de la antigua entrada norte de la ciudad ya desde los primeros tiempos de los campamentos romanos de las legiones VI Victrix y VII Gemina.

La compró Ángel Sierra cuando dejó de ser hospicio, y en ella se instaló la 'Delegación de Hacienda' de la época, a cuyo mando estaba Felipe Sierra-Pambley (hijo de Ángel).

La particular fisonomía de la ciudad enormemente fortificada de León, heredada de las ciudades campamentales romanas (comparable a las ciudades de Zaragoza, Lugo o Tarragona), condicionó decisivamente su evolución urbanística. Las guerras carlistas y las epidemias impidieron su desarrollo y crecimiento urbanístico durante todo el siglo XIX. Las murallas, con sus diferentes puertas de entrada medievales, no pudieron derribarse, pues eran la mejor defensa de la población leonesa ante las acometidas carlistas.

El mantenimiento de estas murallas supuso un gran esfuerzo económico, especialmente para el Ayuntamiento, cuyas corporaciones estaban compuestas en buena parte, y paradójicamente, por seguidores carlistas. Esta lucha entre propietarios carlistas y propietarios liberales (muchos de estos últimos compuestos por familias de prósperos comerciantes catalanes y valencianos que se habían asentado en León huyendo de esas guerras carlistas, como los Homs, Pons, Cornet, Balet, Botines, Riu o Pallarés) fue decisiva en la posterior evolución de la ciudad de León. Además, todos estos industriales habían ampliado enormemente sus propiedades al beneficiarse de las diferentes desamortizaciones. 

Una vez quedaron unidas las dos murallas (romana y medieval) que componían y cercaban la ciudad de León, su extensión rozaba los tres kilómetros lineales. Durante el siglo XIX, y sobre todo durante la Primera Guerra Carlista (1933-1940) se llegaron a cegar a cal y canto varias de estas puertas de entrada. El resto de las puertas y postigos se clausuraban por la noche. En León, no fue hasta terminada la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) cuando se derribaron las dos primeras puertas: la del Rastro, al lado de la Diputación, y la de Arco de Ánimas. Para 1870 se habían unido al derribo de las dos puertas o postigos del Rastro y Ánimas (con amplios tramos de lienzo) las de San Francisco, Santa Ana, Peso de la Harina, Santo Domingo, Puerta Moneda y Puerta Sol. Para comienzos del siglo XX solo quedaban en pie dos puertas en la ciudad de León: Puerta Castillo y Puerta Obispo.

Lo que hoy conocemos por Puerta Castillo (desde el arco hacia la plaza de Santo Martino; es decir, lo que se destinó a cárcel, hoy actual Archivo Histórico Provincial) fue una antigua fortaleza construida encima de la muralla romana durante la Edad Media, aprovechando una fortificación romana anterior. Hacia el otro lado del arco, hacia la calle Carreras y las calles Serranos y de Santa Marina, nos encontramos con el edificio que albergó la Obra Pía para Niños Expósitos. También conocida como Arca de la Misericordia, fue la institución benéfica dependiente del Cabildo de la Catedral, que existía desde la Alta Edad Media y estuvo ubicada en la Catedral y –hasta marzo de 1707– en el hospital de San Antonio Abad (hoy Casa Roldán en la plaza de Santo Domingo). 

Según el Catastro de Ensenada (1762) el conjunto de la manzana estaba ya ocupado por: 

  1. La casa de la Obra Pía con “portal, patio y cocina” 
  2. Otra casa también perteneciente a la Obra Pía 
  3. Otra vivienda de la Obra Pía que miraba a la Plaza de Puerta Castillo
  4. La casa perteneciente al Convento de las Concepcionistas
  5. La antigua iglesia de Santa Marina que lindaba por el Este con la casa de la Rectoría de Santa Marina y con el edificio de la Obra Pía

Por entonces (mediados del siglo XVIII) el edificio de la Casa de Expósitos, al margen de las zonas de habitación, poseía una factoría, cuarto de prensa, obrador, talleres y enfermería, así como un oratorio. En el otro extremo de la manzana se ubicaba la antigua iglesia medieval de Santa Marina. 

En 1770 la antigua iglesia de Santa Marina (no confundir con la actual, que fue capilla del colegio de los jesuitas) pasó de los jesuitas al Cabildo de la Catedral, reformando la portada de ingreso al solar desde la calle Santa Marina. En 1776 el solar del templo se vendería a la Obra Pía, sirviendo como camposanto. 

En el siglo XIX la institución de los Niños Expósitos pasaría a depender del nuevo edificio realizado en San Francisco. El final de la actividad de la Obra Pía en Puerta Castillo se produce en 1802, en que se une al hospicio citado de San Francisco, obra del benemérito obispo Cuadrillero

La distribución de la propiedad en la manzana de la Obra Pía, según el Catastro de Ensenada a mediados del siglo XVIII era:

  1. Casa de los Niños Expósitos
  2. Casa de la Obra Pía alquilada a José Salcedo
  3. Casa de la Obra Pía de María Fernández
  4. Casa del Convento de la Concepción
  5. Casa de la Rectoría de Santa Marina
  6. Muralla
  7. Puerta Castillo
  8. Iglesia de Santa Marina
  9. Plazuela de Santa Marina
  10. Calle Real (actual calle de Santa Marina)
  11. Plaza de Puerta Castillo

El edificio que ocupó la antigua Casa Cuna (hospicio) una vez desalojados los niños, se utilizó para albergar a Felipe Sierra-Pambley; pues su padre, Ángel, lo había adquirido en la desamortización del Clero.

La actual 'Casona de Puerta Castillo' es la consecuencia de la construcción y unificación de varias casas ya documentadas en el Catastro de Ensenada: las obras comenzaron en 1814, y las pagó Felipe Sierra-Pambley, pues su padre Ángel, primer comprador, había fallecido. Se conservan exhaustivas relaciones de las obras, que se realizaron durante varios años con cuadrillas fijas de 14 y más obreros. 

Si por sátrapa entendemos que es aquel que se beneficia de un cargo, está claro que los Sierra-Pambley lo fueron ostentando cargos específicos como jueces regios que actuaron sobre la venta –y adquisición propia– de Capellanías y Obras Pías. Esto produjo ciertas antipatías de buena parte de la población, que en momentos decisivos de la Historia de España –como en marzo de 1808, cuando Fernando VII fue proclamado rey de España tras el Motín de Aranjuez– buena parte de los ciudadanos leoneses se manifestaron enrabietados por las calles leonesas:

Don Felipe Sierra-Pambley, contador de consolidación, expone los insultos que ha sufrido del pueblo en la tarde del 28 pasado, siendo perseguido con toda su familia de él, y obligado a salir de aquella ciudad, quedando los negocios de contaduría y tesorería [de la Hacienda Pública] entorpecidos.

12 de abril de 1808.

Felipe era hijo de Ángel Sierra y Javiera Magdalena Fernández, y en el Castastro de 1761 aparecen todos como pecheros (villanos o siervos), es decir, obligados a pagar impuestos al rey o a un señor, por lo que se oponían en materia fiscal a los ricoshombres, nobles y clérigos, que estaban exentos de cargas. Ángel Sierra, junto al lacianiego Pedro Gómez del Campillo, ganaron la subasta organizada por el Cabildo de la Catedral y el Ayuntamiento para suministro de carne a la ciudad de León en 1805. Tras luchar y litigar por conseguir pertenecer a la nobleza durante más de 20 años, por fin lo consiguió Ángel Sierra en 1782, y fue entonces cuando comenzó a firmar en los documentos oficiales añadiendo el apellido 'Pambley' –nunca antes utilizado por él– al de Sierra, colocando un blasón en la casa que construyó en Villablino.

Felipe Sierra-Pambley (propietario de cabañas ganaderas trashumantes originadas con la ruina que él mismo había propiciado a Bernardo de Escobar), estaba casado con la asturiana Joaquina Álvarez Blasón. Tuvo dos hijos: María y Segundo. María se casó con Marcos Fernández-Blanco, procurador general de Ganadería y Mesta, siendo heredera de toda la parte de lo que hoy conocemos como 'Casona'. Segundo no heredó nada en 'La Casona'. María y Marcos tuvieron tres hijos: Francisco (don Paco), Victorina y Pedro, quienes heredaron esas propiedades en las que ya existían varias edificaciones. Paco murió sin dejar descendencia al igual que su hermano Pedro, fallecido en 1887 en accidente de caballo. Para 1837 esas obras de mejora sobre las casas existentes estaban muy avanzadas y un jovencísimo Paco se vino a vivir a León “siempre que huya del juego y de las malas compañías...”. Victorina se casó con Juan Posada Herrera, y fue la única de los tres hermanos en dejar descendencia.

La unificación de esas construcciones primitivas que ya nos aparecían en el Catastro de Ensenada no es otra que la hoy conocida (mal llamada) como 'Casona de Puerta Castillo' o peor llamada 'Casona de Víctor de los Ríos' lindando con la primitiva iglesia de Santa Marina y su malvar, donde 20 siglos antes estuvo el taller de armaduras y algunos contubernios del primigenio campamento romano de madera de la Legio VI Victrix y el primero de piedra de la Legio VII Gemina. Actualmente el inmueble es propiedad del Ayuntamiento y alberga el Centro de Interpretación Romano de León.

La 'Casona' de Puerta Castillo... y Víctor de los Ríos

El escultor Víctor de los Ríos se casó con Catalina Fernández-Llamazares (última propietaria particular del edificio), que era hija de Francisco Fernández-Llamazares. Francisco Fernández-Llamazares se había casado en primeras nupcias con una de las hijas de Victorina, por lo que pasó a ser el propietario de lo que hoy conocemos como Casona de Puerta Castillo. Sin embargo, Catalina no era hija de Juana Posada, sino fruto del segundo matrimonio de Francisco con la asturiana Encarnación Valdés, mucho más joven que él. Encarnación se suicidó, cuando su hija Catalina era niña, ingiriendo una cápsula de sublimado de mercurio.

En la partición de los bienes de Marcos Fernández-Blanco y María Sierra-Pambley, queda bien patente que la parte de la 'Casona' que daba a la muralla, ya la había adquirido Ángel Sierra (abuelo de María y padre de Felipe) en la desamortización del Clero (antigua Obra Pía, casa en la que residió su hijo Felipe Sierra-Pambley como alto funcionario de la Hacienda). Esta parte de la muralla fue heredada por Paco, mientras la parte de en medio fue heredada por Victorina (casa de la Obra Pía alquilada a José Salcedo en tiempos del Catastro de Ensenada), y la parte con entrada por la calle de Santa Marina fue heredada (o regalada) por Pedro.

Francisco Fernández Blanco y Sierra-Pambley (Paco), con el tiempo terminaría por entrar en política y aglutinar y liderar a buena parte de toda esta nueva burguesía propietaria “liberal y zorrillista” (partidarios de Manuel Ruiz Zorrilla).

Aunque unos años más tarde (en 1874) escribiría esta carta a su amigo Felipe Fernández-Llamazares para confesarle que está “alejado de la política, más que por mis asuntos particulares, por mi falta de fe en los políticos que se llaman importantes…”

Victorina Fernández Blanco y Sierra-Pambley había casado con Juan Posada Herrera, de origen asturiano, quien fue secretario de las Diputaciones Provinciales de Oviedo y de León, y hermano de José Posada Herrera, que llegó a ostentar el cargo de presidente del Consejo de Ministros entre 1883 y 1884. Como se ha visto, una de sus hijas, Juana, contrajo matrimonio con el banquero y abogado Francisco Fernández-Llamazares; mientras su otra hija, Áurea, casó con Juan Flórez Llamas (hijo de Pablo Flórez Herqués y María Cruz Llamas). Francisco y Juana tuvieron una hija a la que también llamaron Áurea, que falleció en Arbas del Puerto prematuramente. De este modo, la herencia de los Fernández Blanco y de los Sierra-Pambley pasaría, en parte, a la familia Fernández-Llamazares –a Catalina, hija del segundo matrimonio de Francisco con la asturiana Encarnación Valdés–, heredando así las propiedades de María Sierra-Pambley  (la hija de Felipe) en 'La Casona'. Pero la familia Flórez Llamas –que sería quien gestionase las propiedades de Segundo Sierra-Pambley (el hijo varón de Felipe) en la Fundación junto a la Catedral– también ocuparía parte de 'La Casona', concretamente la parte que daba a la calle de Santa Marina (antigua Casa de la Obra Pía alquilada a María Fernández).

Por tanto, fue la descendencia de Victorina y Juan Posada quien con el tiempo terminó adquiriendo los derechos sobre las propiedades mencionadas en el Catastro de Ensenada, que pasaron a ser propiedad de sus hijas: Áurea y Juana Posada y Fernández-Blanco. 

Áurea se casó con Juan Flórez Llamas, y Juana (1856-1900), como se ha mencionado, con el banquero Francisco Fernández-Llamazares (1848-1919). Al morir Juana y fallecer su hija prematuramente, es su marido Francisco el único dueño de las primitivas propiedades, pues don Paco había cedido su parte (la antigua Obra Pía, es decir, la parte de la muralla) a su hermana Victorina; como del mismo modo pasó la parte de Pedro a su hermana tras el fallecimiento de éste. A Francisco Fernández-Llamazares también se le conocía (como a Francisco Fernández Blanco y Sierra-Pambley) familiarmente en León por Paco, o directamente por Paco Salinas, en honor a ser el principal heredero de la Banca Viuda de Salinas y sobrinos, fundada en 1750 en el Principado de Asturias.

Juana Posada Fernández-Blanco (hija de Victorina) falleció en 1900, y tras la muerte prematura de su hija Áurea, Francisco Fernández-Llamazares se casó con Encarnación Valdés, con quien tuvo otra hija: Catalina (quien con el tiempo sería la esposa del escultor Víctor de los Ríos). Tras el suicidio de Encarnación Valdés, fue Ambrosio Fernández-Llamazares quien gestionó el patrimonio y la educación de Catalina, enviándola a estudiar a Suiza donde se educó.

Aunque Paco había heredado la parte de la antigua Casa Cuna enclavada en la puerta norte de Puerta Castillo, a la muerte de su tío Segundo en 1873 (senador y gobernador de León)  gestionó y habitó la otra casa de la familia en León, casa que había construido Segundo en 1848 en la Plaza de la Catedral, más tarde sede de la Fundación Sierra-Pambley.  

Así que los primeros domicilios de la familia Sierra-Pambley estuvieron en la mal llamada 'Casona' (pues no era una, sino tres construcciones), en una zona donde también tenían sus viviendas y huertos otras familias fundamentales para la Historia de León en el siglo XIX como los Sánchez Puelles, Escobar, Fernández-Llamazares, Molleda, Flórez, De Blas, López Robles, Argüello, Ugidos, Uriarte, Balbuena, Barthe, Bustamante, etcétera.

Uno debe imaginarse la ostentación y el lujo que antaño debió existir en lo que hoy es el Centro de Interpretación del León Romano, donde el Ayuntamiento gusta de hacer representaciones teatrales e infantiles sobre los años de las legiones. Y donde una placa recuerda al escultor Víctor de los Ríos que, sin quitarle mérito, sólo fue uno más (y excéntrico allegado) de los importantes personajes que ocuparon esos inmuebles y los alrededores. Y donde tampoco se hace la más mínima referencia al fundamental papel que realizó la Casa Cuna para los niños más desamparados de la ciudad, donde un ventanuco triste y sin placa les recuerda en la parte de la muralla que da a la calle Carreras…

Así que con tanto desatino y sainete y procesión romana por las calles leonesas, la gente se queda con lo anecdótico de la Historia, que hasta los guías del edificio Botines también presumen ahora de que el primer retrete de León se instaló ahí –como si el asunto fuese tan importante–, mientras los patronos de unas y otras fundaciones –profesores y catedráticos generalmente no nacidos en León que representan a la Universidad– consienten la gracia. Ni el primer ascensor se instaló en la Casa Goyo de Santo Domingo (como ya se demostró en un artículo), ni el Santo Grial está en León (ni en ninguna otra parte porque es una cuestión literaria imaginaria), ni las Cortes Democráticas (todo lo más las Estamentales del Antiguo Régimen) se redactaron aquí. Con todo esto tienen que lidiar y soportar los excelentes guías turísticos de la Fundación Sierra-Pambley –que en la actualidad son ciertamente buenos–, que ya desde hace tiempo intentan honradamente apartar estos bulos en sus explicaciones. Flaco favor se hace a León y a los exigentes y cultos turistas que visitan la Casa Museo de Sierra-Pambley.

Como si León no tuviese ya Historia interesante, y de la buena que contar con seriedad, para que se esparzan mentiras vacuas –apoyadas muchas veces erróneamente por las instituciones– que de tanto repetirlas aparentan verdad. Si por Historia definimos a lo que se sabe de tiempos pasados a través de los documentos escritos, y esa pérdida de memoria y desdén por el pasado significa la pérdida de una identidad, León sigue en esa dirección desde hace décadas a velocidad vertiginosa.

Todo lo demás es mito y leyenda, y no debería ser así, porque afortunadamente existen fuentes escritas y cientos de apasionantes temas que documentar para poder afrontar el futuro con la sana y rigurosa memoria.  

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