Los historiadores se han cansado de repetir (por 'copiones') que fue el edificio de la Casa Goyo quien incorporó el primer ascensor a un inmueble en nuestra ciudad, allá por 1923. Pero no es cierto, porque en 1916 ya se había instalado un ascensor eléctrico en otro edificio cercano.
Tampoco lo fue el de la Casa de Don Valentín, puesto que el edificio aún situado tras el puente de los leones a la vera del río y cercano a la vieja Estación del Norte se construyó, con intención de ser un hotel en un principio, a finales de los años veinte.
La documentación de los archivos demuestra claramente – al menos por ahora hasta que se pueda encontrar otra referencia– que frente al edificio Zarauza, en el número 8 de Padre Isla, Eduardo Hurtado Merino había construido otro inmueble (terminado en 1916) para atender el negocio o almacén de coloniales de su propietario en los bajos. Es en este edificio donde se sitúa documentalmente el primer elevador eléctrico para dar servicio a los vecinos que habitaban sus tres plantas más el ático. Por supuesto que el servicio de ascensor estaba incluido en las rentas.
En realidad, e intentando por ser más preciso, Eduardo Hurtado Merino ya tenía un almacén de coloniales construido desde 1913, de única planta, en ese número que hoy ocupa el número 8 hoy derribado, puesto que es el solar donde está actualmente la oficina de la Fundación Fundos.
Aunque para el momento del que se habla, 1916, siquiera se había asignado número de inmueble. Cuando Eduardo Hurtado había solicitado construir su almacén de coloniales, el Ayuntamiento accedió, pero a cambio de que Eduardo cediese una faja de terreno de 10,80 metros cuadrados a la vía pública, previa a la alineación. El conflicto surgió, como ya había pasado a otros propietarios como, por ejemplo, Martín Castaño en la carretera de Valladolid (actual avenida de Miguel Castaño), cuando los terrenos lindaban con carreteras del Estado.
Como también era el caso de Padre Isla, porque el Ayuntamiento no tasaba ni abonaba ese terreno expropiado, pasando la responsabilidad a la Jefatura de Obras Públicas. Las comisiones de Policía y Obras del Ayuntamiento estaban representadas por Pantaleón López Robles y Ramiro Luera Pinto, dos hombres fundamentales en la posterior creación de la Cámara de la Propiedad Urbana en 1923.
Aumento de alturas y primer ascensor de la ciudad
Eduardo Hurtado Merino , por consiguiente, aumentó en tres alturas su primitiva edificación incorporando un ascensor en 1916 como demuestra la documentación que se aporta, en la que se especifica su instalación.
Al comienzo de la Guerra Civil, con la propiedad del edificio ya en manos del Monte de Piedad y Caja de Ahorros desde 1927, en los bajos antes ocupados por el almacén de coloniales se habían instalado dos negocios: una peluquería y un negocio de automoción: el denominado 'Automotor'.
Para ese año, las rentas de las viviendas en sus tres pisos (sin contar los sotabancos o buhardillas) oscilaban entre las nada desdeñables 175 y 200 pesetas.
Como sucede con otros asuntos históricos, de tanto repetir algo incierto los leoneses lo han terminado convirtiendo en supuesta realidad. Las redes sociales multiplican la magnitud del despropósito. No fue la Casa Goyo el primer edificio en colocar un ascensor para disfrute de los vecinos. Casi 8 años antes ya se había instalado uno en un edificio próximo de la misma avenida de Padre Isla.
Es cierto que para el edificio de Correos de la plaza de la catedral se había incluido en el proyecto de finales de 1912 la construcción de un ascensor eléctrico con capacidad para tres personas, pero como no abrió hasta 1918 el primer elevador funcional del que se tenga noticia en la capital leonesa sigue siendo el del número 8 de Padre Isla.
Es más, ni siquiera Casa Goyo (la que hasta ahora se creía como la primera con este tipo de servicio) es el tercer edificio documentado. En 1922 la Casa Lubén, donde vivía el que fuera alcalde de León Enrique González Luaces, también tenía ascensor.
Otra anécdota leonesa curiosa. Mientras, en el número 16 de la Gran Vía de Madrid, se inauguraba el Centro leonés en febrero de 1919. Con biblioteca, hall, guardarropía, gran salón de recreos, salón de billar, secretaría, lavabos, sala de visitas, servicio de restaurante, teléfono, calefacción y, por supuesto un ascensor. Un inmueble que costaba un verdadero dineral, ya que pagaba una renta de... ¡100 pesetas diarias! Nada menos que 36.000 anuales, lo cual era una verdadera fortuna en aquella época, demostrando el poderío de la burguesía leonesa de entonces.
Eso sí, a pesar del titular, no vamos a ser tan ingenuos de afirmar que el primero se instaló en el número 8 propiedad de Eduardo Hurtado. Solo se puede aseverar que es el más antiguo que hasta la fecha se ha podido localizar y constatar documentalmente.
Los documentos, que existen, aún siguen esperando para su lectura.