“El vértigo nos hace vivir ya más el futuro que está encima que un presente inseguro y un pasado desaparecido”. Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) ha dicho alguna vez que su infancia estuvo más cerca de la Edad Media que de la revolución tecnológica en la que crecieron sus nietos. Él afinó su sensibilidad literaria oyendo historias en calechos y filandones en los que se sustanciaba la tradición oral en el Valle de Laciana, donde pervivió el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza a través de la Fundación Sierra Pambley. Comparte con José María Merino y Juan Pedro Aparicio la 'herencia literaria' de Sabino Ordás y filandones convertidos en veladas donde la narrativa breve convierte aquella oralidad en expresión artística de primer nivel.
Luis Mateo Díez creció también en una tierra en la que había todavía “una convivencia fuerte entre el prado y la mina”. “Los más terrible de todo es el esfuerzo humano y las vidas que hay detrás de la economía del carbón”, avisa quien de chaval se trasladó a León. Asentado en la capital de España como funcionario del Ayuntamiento de Madrid, lanzó una carrera literaria aderezada de distinciones como el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica (ambos en dos ocasiones) y el Premio Nacional de las Letras, amén de ser académico. A sus 81 años se mantiene en forma, como demostró en una visita reciente para participar en el Festival Internacional de Ficción Insólita, Quimeras de León, adonde llegó con nuevo libro bajo el brazo, El limbo de los cines, donde explora su pasión cinéfila con una imaginación desbordante.
¿Cuánta literatura había en aquella oralidad en la Laciana en la que usted se crio en Laciana?
Era la literatura popular, lo que llaman lo preliterario, lo que viene antes de lo escrito. En León hubo una tradición de oralidad muy fuerte. Algunas instituciones vecinales, como los filandones y los calechos, eran unas reuniones muy socializadoras. Tener ese aprendizaje de niño escuchando historias a mí me tocó mi sensibilidad. De ahí viene escuchar, contar y luego escribir. La oralidad es muy poderosa, en España en general y en la provincia de León en particular. Somos un territorio muy legendario.
Se crio en un territorio con oralidad y minería del carbón. Hoy un niño en Villablino ya no lo hace. ¿A qué se enfrenta? ¿Qué ha perdido?
Hay un punto de orfandad. El mundo ha evolucionado tanto que a veces hacer divagaciones nostálgicas es absurdo. Pero lo que había en Laciana era una convivencia fuerte entre el prado y la mina. Estaba el mundo campesino y ganadero y lo que llegaba de la industrialización. Allí estaban la Institución Libre de Enseñanza y la Fundación Sierra Pambley. Era un valle de convivencia y de un nivel cultural fuerte. Hay algunos datos de principios de siglo que dicen que el nivel de alfabetización en el valle era parecido al nivel más alto que había en Estados Unidos.
¿Ahora cómo se ve el valle sin minas abiertas? ¿El carbón es como un personaje perdedor de algunas de sus novelas?
Sí. Lo más terrible de todo es el esfuerzo humano y las vidas que hay detrás de la economía del carbón. Eso es lo más impresionante. Como hemos vivido un siglo XX de desapariciones, yo siempre que voy al valle pienso mucho en el esfuerzo humano que ha quedado allí enterrado.
¿Y eso se ha reconocido? ¿Se ha enterrado bien a la minería? Julio Llamazares dice que "como a los forajidos: fuera del cementerio".
Mal. A la minería, desaparición y olvido. Ha quedado la gente con una seguridad económica. Pero la minería del carbón ha tenido una gran desgracia ecológica. Era un producto terriblemente contaminante.
¿Y al final en el imaginario colectivo va a pesar esa mala imagen, asociada por ejemplo a los cielos abiertos?
Valorarlo en ese sentido va a contribuir al olvido. Yo creo que sí.
A la minería, desaparición y olvido. Ha quedado la gente con una seguridad económica. Pero la minería del carbón ha tenido una gran desgracia ecológica
Cuando hagamos balance de su trayectoria literaria, ¿qué va a pesar más: los premios, ser académico o haber creado un universo propio en torno a Celama?
Los premios y las distinciones son muy agradecidas, qué duda cabe. Yo no soy alguien que me queje de eso. Son reconocimientos que te complacen y, probablemente, te dan más seguridad en lo que has hecho. El haber construido unos mundos imaginarios, como Celama o mis ciudades de sombra… Eso es una ambición. Los escritores quieren tener un mundo propio y un estilo personal. Y en eso pecamos todos. Cuando lo tienes, por modesto que sea, es una manera de sentirte dueño de una grata propiedad.
Hablando de premios, ¿qué pensaría Sabino Ordás de Carmen Mola?
A Sabino Ordás no le gustaría, no le interesaría. Hay novelas profesionales. Pero a Sabino Ordás le gustaba la literatura pura y dura. No le gustaría Carmen Mola y le encantaría Stephen King.
¿Cuántos pueblos de la provincia habrán sido utilizados para apellidar personajes de sus ficciones?
Unos cuantos. Yo utilicé mucho los topónimos. Luego ya me he quitado de encima la manía. Y ahora ya invento sin más. En la toponimia hay unas referencias también de seres humanos. Cuando ves procedencias y haces ese tipo de disquisición lingüística, la asocias a cuestiones como la cercanía o la lejanía del agua. Entre un buen topónimo y un nombre propio hay sustancia.
Los escritores quieren tener un mundo propio y un estilo personal. Y en eso pecamos todos. Cuando lo tienes, por modesto que sea, es una manera de sentirte dueño de una grata propiedad
Ha dicho alguna vez que en el mundo “hay demasiada realidad y demasiada actualidad”. ¿Cómo se capea ante esa abundancia de información? ¿De qué manera la literatura puede convertirse en un refugio?
Como octogenario que soy, ya va siendo hora de refugiarse. Vivimos en un mundo muy convulso. Hay unos niveles de progreso y de tecnología casi abrasivos. Da la impresión de que el vértigo nos hace vivir ya más el futuro que está encima que un presente inseguro y un pasado desaparecido. Yo creo que hay un exceso de realidad. Estamos invadidos por la realidad. Y eso limita mucho lo imaginario. Lo real a veces es demasiado apabullante. Habría que racionalizarlo un poco más.
Ahora participa en lo que han denominado 'filandones posmodernos' junto a José María Merino y Juan Pedro Aparicio en una muestra del potencial de la literatura leonesa. ¿A qué atribuye la cantidad y calidad de escritores salidos de la provincia?
Es la pregunta del millón. Siempre hubo en León una gran tradición lírica, más que narrativa. Miras hacia atrás y tenemos una historia de novela muy precaria: puedes ir muy lejos y citar a La pícara Justina o sacas luego a colación El señor de Bembibre. Puede ser por contagio o contaminación. León ciudad siempre ha sido un lugar en el que a los escritores los veías por la calle. Y eso a lo mejor daba aliciente. También es cierto que lo que ha habido entre los escritores leoneses es una conexión de amistad fuerte. Y, en algún momento concreto, fuimos una especie de abanderados de las realidades provinciales, que no provincianas. En aquellos tiempos oscuros en que parecía que el centralismo sólo era Madrid y Barcelona, resulta que se podían escribir novelas provinciales universales y con todo el poderío que podía tener cualquier otro tipo de escenario. Y eso fue muy aplaudido. Fuimos muy celebrados.
Y con la particularidad de que se diera una conexión entre escritores de diferentes generaciones.
Eso tiene que ver que se diera un punto de amistad. Ha habido una conexión cordial entre escritores de diferentes generaciones.
León ciudad siempre ha sido un lugar en el que a los escritores los veías por la calle. Y eso a lo mejor daba aliciente
¿Y aquella tradición oral de la que hablábamos al principio se ha podido sustanciar desde el punto de vista literario fundamentalmente en el vigor de la narrativa breve?
Lo que al final había era una preponderancia del cuento popular. Y el sentido que se tiene de la oralidad procrea normalmente más cuentos que novelas.
Vino a León a compartir acto con un escritor ya de otra generación como Carlos Fidalgo. ¿Cómo ve a las nuevas hornadas de autores de la provincia?
Hay un panorama de poetas y de narradores en León excelente. Esa es una veta que ha tenido continuidad. Y, además, se ha producido sin débitos de transmisión generacional. Hay escritores que buscan su destino. Tampoco tienes por qué sentirte arraigado o estar en la onda de lo que se escribió antes. Hay personalidades fuertes. Y hay unos excelentes poetas jóvenes.