Sabino Ordás contra Carmen Mola, el heterónimo leonés que fue por delante de la última ganadora del Premio Planeta

Retrato de Sabino Ordás (izquierda). Y a la derecha, de arriba abajo, Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio.

Rodrigo Osorio Guerrero

Esta semana supimos que tres escritores inventaron un heterónimo femenino, Carmen Mola, para publicar novelas negras comerciales que no han dudado en revelar para poder cobrar el premio del más cacareado concurso literario.

El uso de pseudónimos o la creación de heterónimos en literatura (y en general en todas las artes) puede deberse a distintas razones. Los pseudónimos permiten a algunos artistas burlar la ley (Flann O'Brien era en realidad Brian O'Nolan, un funcionario irlandés con incompatibilidad para publicar fuera de su trabajo) o salvaguardar su intimidad (el caso peninsular más (des)conocido es el del escritor en euskara Bernardo Atxaga). También muchas mujeres tuvieron que firmar como hombres para superar las trabas machistas: Amandine Aurore Lucile Dupin, las hermanas Brontë o Cecilia Böhl de Faber, entre muchas otras. Aunque los pseudónimos también pueden ser un ejemplo del exhibicionismo del autor: el uso de un pseudónimo misterioso puede ser una eficaz arma de mercadotecnia como, siguiendo los pasos de la italiana Elena Ferrante, acaban de reconocer los flamantes receptores del premio Planeta.

Los heterónimos obedecen a otra lógica literaria: Fernando Pessoa, el padre de la criatura, lo dejo claro en la revista Presença: “Lo que escribe Fernando Pessoa se puede encuadrar en dos categorías: las obras ortónimas y las heterónimas. No se puede decir que sean autónimas y pseudónimas, porque realmente no lo son. La obra pseudónima nace de la propia persona de su autor, salvo por el nombre con el que firma; la heterónima es de un autor fuera de su persona, es de una individualidad completamente fabricada por él, como serían los dichos de cualquier personaje de cualquier obra suya”. Es decir que un heterónimo es un “personaje” que campa por el mundo de lo acaecido publicando su propia obra. La ínclita Carmen Mola parece que podría rebasar el concepto de pseudónimo colectivo para llegar al de heterónimo porque, según confiesan los creadores y reconocen los que han leído sus libros, tiene un “estilo propio”, marcado por la truculencia y el gusto por la casquería.

En este campo de los heterónimos colectivos destaca el leonés Sabino Ordás, curiosamente también nacido de una trinidad autorial, que, allá por finales de los setenta, tres jóvenes autores vivificaron aplicando la teoría de Juan de Mairena, otro conocido apócrifo: “Tenéis unos padres excelentes, a quienes debéis respeto y cariño; pero ¿por qué no inventáis otros más excelentes todavía?”. Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo y José María Merino necesitaban un maestro que apoyara la literatura que querían hacer, una narrativa a contracorriente en los tiempos del realismo social y la vacua experimentación, y como no lo encontraron, se lo inventaron.

Así nació don Sabino Ordás, un notable filólogo exiliado que tras su jubilación vive -pues no tenemos noticia de su fallecimiento- en Ardón. Ordás apareció en las páginas literarias del Diario Pueblo en las que desde su sección, 'Las cenizas del fénix', pontificó creando una escuela fecunda que renovó con la fuerza de lo popular y lo imaginativo la literatura en lengua castellana.

Merino y Mateo, junto Agustín Delgado, ya habían creado, en 1975, un montón de heterónimos leoneses con una finalidad fundamentalmente crítica y jocosa, en su 'Parnasillo provincial de poetas apócrifos'. Esta falsa antología es, aunque desde la sátira, otra defensa de la literatura popular frente a los que el también ficticio prologuista define como “renovadores de la lírica [que] se convirtieron en [sus] espantadores, tañeron los cencerros de oropel como para que el vecindario se disolviese, fundaron un cenobio y entre oficiantes acólitos se quedaron en su modorra de mutuas admiraciones”. Es difícil destacar a alguno de los autores antologados por lo que prefiero invitar al lector interesado a rebuscar entre los desopilantes heterónimos.

Y dado que el concurso literario por antonomasia ha dado pie a este artículo, creo que conviene recordar lo que don Sabino Ordás publicó, allá por el mes de octubre de 1978, en su artículo 'La contaminación del Planeta':

“El dolor de estas reflexiones nace de ese extraordinario montaje que organiza la editorial del señor Lara para conceder lo que se llama Premio Planeta”

“Hasta este rincón de mi retiro purificador de Ardón han llegado, una semana antes de que el fallo fuese hecho público, los nombres de los dos ganadores del Planeta”

“La editorial tendría que multiplicar el importe del premio varias veces para poder pagar siquiera una parte de los espacios que la televisión y demás medios de comunicación, le dedican gratuitamente como noticia.[...] Es como si los periódicos y revistas, radio y televisión, los medios, en suma, [...] subvencionaran al señor Lara para que promocione anualmente, bajo una fórmula publicitaria simple pero efectiva, algunos de los productos de su editorial.»

Lo dijo el sabio de Ardón, punto redondo.

ORDÁS, SABINO (1905) Nació en Ardón (León). En Madrid, ciudad en la que estudió Filosofía y Letras, formó parte activa del grupo de la Residencia de Estudiantes. En la Guerra Civil luchó en el bando republicano. La derrota le llevó, como a tantas otras personas, al exilio, que vivió primero en México y después en los Estados Unidos de América.

En México compartió un apartamento con José Bergamín y promovió, con Max Aub la exposición del pintor catalán, Jusep Torres Campalans. Después de instalarse en EUA, creó y dirigió durante sus primeros años el Program in creative writing de la Universidade de Arkansas. Después se trasladó a Utah donde ejerció como profesor de español en la Universidad de Salt Lake City. Su jubilación coincidió con la muerte de Franco lo que le decidió a regresar a España pero, lejos de integrarse en los cenáculos literarios capitalinos, se instaló en su localidad natal.

Una conversación casual que tres jóvenes escritores (Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y José María Merino) mantuvieron en 1976 sobre el exilio leonés con Ricardo Gullón les hizo descubrir la figura de Ordás. Después de su primera reunión con el maestro, los tres vuelven entusiasmados con las ideas de Sabino que, justo es decirlo, coincidían con las de los jóvenes. Después de mucho insistir Aparicio, Mateo y Merino convencen al de Ardón para que envíe colaboraciones para el suplemento literario del diario Pueblo.

No podemos dejar de destacar en este ensayo el enorme espíritu lúdico de Ordás que le llevó a inventar varios autores apócrifos y parte de sus obras, entre los que destaca el gran Horace Beemaster, un antecedente inmediato de James Joyce.

Tras aquellas colaboraciones en Pueblo literario la obra del maestro recuperado se limita a un conjunto de prólogos, siempre brillantes.

OBRA DESTACADA

'La expresión literaria de los pueblos del Astura'. Tesis doctoral dirigida por Ramón Menéndez Pidal.

'El leonés como idioma frustrado' (1936)

'El idioma de la Academia' (1945)

'Genealogía y rescate de desfamados' (1948)

'La literatura española de los españoles fuera de España' (1955)

'La expresión literaria en castellano desde la colonización ultramarina hasta el franquismo tecnocrático' (1973)

'Las cenizas del fénix', colaboraciones en Pueblo Literario. Dos ediciones, la primera en Breviarios de la calle del Pez, Diputación Provincial de León 1985 y la segunda en la Editorial Calambur, 2002.

[Esta biografía de Sabino Ordás está traducida de la que aparece en la sección «Fi(c)cionario» de libro No ventre da matriosca del ponferradino Sergio B. Landrove que en breve publicará Axóuxere editora]

Rodrigo Osorio Guerrero es letrado de la administración de justicia, escritor y autor de 'Orixe orzánica das sereas todas' (Alvarellos editora)

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