Cine

'Last Days': epílogo

Fotograma de 'Last Days' de Gus Van Sant.

Antonio Boñar

Last Days cierra la trilogía con la que Gus Van Sant pretendía desnudar su obra de todo aquello que arropa la narración cinematográfica más clásica. Con Gerry, en 2002, anunciaba muchas de las propuestas que luego desarrollaría en la absorbente, elegante e imprescindible Elephant, y que en esta cinta que relata los últimos y absurdos días del líder de Nirvana lleva a su máxima expresión. Esa búsqueda artística que niega la narración (es la no-narrativa) y la trama convencional sitúa al espectador ante una sucesión de imágenes sin aparente importancia, ante una serie de secuencias minimalistas y desprovistas de intención que pretenden, por defecto, subrayar y trasladar un estado emocional. O la ausencia de este, el vacío.

Con Last Days el director canadiense terminaba su triple ensayo sobre la muerte centrándose en el deambular de Kurt Cobain antes de pegarse un tiro y dar por finalizado el movimiento grunge. Blake, el alter ego de Cobain que interpreta camaleónicamente Michael Pitt, se pasa la mayor parte de metraje paseando sin rumbo, murmurando solo y alejado de la realidad, sumido en su locura de yonqui y arrastrando su espectral figura por los bosques cercanos a su casa de Seattle. Lo único que mantiene y alimenta la trama es la certeza que tiene el espectador del suicidio final. Porque uno busca claves sobre su muerte (sobre la muerte) en la sucesión de actos irreflexivos, anodinos y gobernados por la plácida insensibilidad de los opiáceos que precedieron al epílogo, a ese último acto de apretar el gatillo y terminar con la desesperación de saberse nada cuando, además, eres alguien idolatrado. Demasiado para alguien que había elegido la autodestrucción como forma de pervivencia eterna en el imaginario colectivo.

“Es mejor quemarse que apagarse lentamente”, escribió en su nota de suicidio apropiándose de una cita de Neil Young. Y en la mirada de Gus Van Sant, desprovista totalmente de subjetividad u opinión, uno no encuentra nada porque la existencia de esta estrella de rock también se vuelve diminuta ante las grandes preguntas existenciales. O simplemente porque no hay nada más, solo un bonito cadáver y un puñado de buenas canciones.

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