Cine

'Jurado N.º 2': verdad o justicia

Fotograma de la última película de Clint Eastwood.

Antonio Boñar

Los dramas judiciales configuran un subgénero cinematográfico, un tipo de historias que ha dado verdaderas joyas y en las que cualquier tipo de conflicto o suceso sirven para mostrar el desarrollo de una investigación, las razones opuestas de los litigantes, los prejuicios y los valores cuestionados de cualquier sociedad, las diferencias entre legalidad y moralidad, la corrupción de los poderes económicos, políticos o policiales…

Y la fascinación que siempre ha despertado el cine judicial en espectadores de cualquier época nace de unos guiones sólidamente construidos, cuyos giros narrativos o ritmo expositivo apelan a la dramaturgia más clásica. La sala donde se dirime el conflicto, el juzgado en el que fiscal y abogado defensor pugnan por imponer su relato, es un escenario que respira teatro por los cuatro costados, en el cine y en la vida real. 

Jurado N.º 2 es la mejor película de Eastwood desde Gran Torino (2008), una obra madura y sosegada, tan bien contada como una novela decimonónica, armada con unas hechuras formales tan clásicas que la elevan sobre el aparatoso cine contemporáneo como verdadera vanguardia. Todo funciona como un engranaje silencioso y eficaz, su sentido del ritmo, la dosificación de la información que nos traslada cada personaje, la precisión de los diálogos, las pausadas interpretaciones que descansan sobre una mirada o un leve pero elocuente gesto, la articulación perfecta de todos esos recodos que desarrolla la trama, la sabia utilización escénica de ese paisaje cerrado y casi único que acoge a estos 12 hombres sin piedad sobre los que recae la complicada tarea de condenar o salvar a otro ser humano. La referencia al clásico de Sidney Lumet no es casual, hay mucho en esta cinta de aquella otra que abordaba las complejidades del sistema judicial americano con tanta sensibilidad y tan penetrante capacidad de análisis. 

La historia que se nos cuenta no es fácil de digerir por inverosímil, pero a los pocos minutos poco importa porque Eastwood consigue con su inteligente narración y despliegue de los hechos que el espectador entre en el juego, que empiece a plantearse la duda moral de tener que elegir entre verdad o justicia. Porque si algo nos queda claro es que no siempre van de la mano, que la verdad puede ser poliédrica, que la justicia también puede ser amoral, que los seres humanos y sus entelequias éticas son mucho más complejas que la simple división del mundo entre buenos y malos. 

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