'Doctor en Alaska': la educación sentimental

La mítica imagen del doctor Joel Fleischman y un alce en 'Doctor en Alaska'.

Antonio Boñar

Los que rondamos los cincuenta años de edad guardamos en algún escogido rincón de la memoria las extravagantes y deliciosas peripecias que acontecían en un remoto pueblo de Alaska, una especie de Macondo norteño llamado Cicely en el que nada parecía seguir las comunes y previsibles reglas del resto del planeta.Cicely fue fundada en el cambio de siglo por dos lesbianas que querían crear una colonia de librepensadores en la que el espíritu humano pudiera medrar”, le explica al doctor Fleischmann uno de los personajes al principio de la serie. 

El doctor Joel Fleischmann, un médico judío de Nueva York que debido a una pequeña cláusula en el contrato de su beca universitaria acaba siendo enviado a esta inefable y pequeña población de Alaska, no podría haber imaginado lo que deparaba su nuevo destino. Todas sus urbanitas neurosis quedarán en evidencia ante los singulares y entrañables vecinos de esta pequeña comunidad rural: Maurice Minnifield, empresario multimillonario y antiguo astronauta, tan terco y obtuso como finalmente generoso; Marilyn, la enfermera nativa de su consulta que no necesita muchas palabras para delatar todas las que le sobran a nuestro locuaz doctor; la alcaldesa y piloto de avioneta Maggie O’Connell, una mujer atractiva e independiente que le dará unas cuentas vueltas al desarmado corazón de Fleischmann; Chris, el filósofo y bohemio presentador del programa de radio local; el bueno de Ed, amante del cine y chico para todo cuyo sueño es llegar a dirigir una película; la joven e ingenua Shelly y su amorosa pareja Holling, dueños del único bar del pueblo y cuya especialidad son las hamburguesas de alce; o Ruth-Anne, una septuagenaria y sabia mujer de mundo que aplica el sentido común a todas sus opiniones, una consejera cercana e infalible.

Cuando se empezó a emitir Doctor en Alaska, Internet era todavía una promesa de futuro y la televisión no había empezado a vivir esa edad de oro de las series que inauguraría años más tarde Los Soprano (1999-2007), una explosión que vería el transito del DVD a las nuevas plataformas de streaming y que llega hasta nuestros días. En España comenzó a programarse en La 2 y, a pesar de los continuos cambios de horario y día de emisión, pronto se convirtió en una serie de culto. Acabó encajada en la madrugada, después de míticos programas como Metrópolis o Cine Club, y tenías que estar muy atento para poder seguirla. Pero esperabas con devoción cada nuevo episodio porque sabías que su sentido del humor apelaba directamente a tu inteligencia emocional, porque intuías que verla te distanciaba del prosaico mundo real al mostrarte la arquitectura invisible de la imaginación más loca y deliciosamente subversiva.

Doctor en Alaska es parte de la educación sentimental de toda una generación que aprendió a entender la vida a través de sus surrealistas situaciones y estrafalarios personajes. Siempre pertenecerá a la biofilmografía sentimental de todos aquellos que la descubrimos con esa edad en la que todavía estás tratando de encontrar la clase de persona que quieres llegar a ser.

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