'Canallas': picaresca de barrio
Daniel Guzmán sorprendió gratamente a público y crítica con su ópera prima, A cambio de nada (2015), una tierna mirada a los límites de la adolescencia, a esa edad en la que la vida nos enfrenta a las grandes dudas y se empieza a insinuar el adulto que llegaremos a ser. Era una cinta que destilaba autenticidad y que se movía con clarividente solvencia entre la comedia costumbrista y el drama.
Ahora con Canallas vuelve al barrio, a ese inequívoco extrarradio de la gran ciudad donde unos cuantos héroes de lo cotidiano se levantan cada mañana para intentar alcanzar la promesa de esa vida desahogada que anuncia el capitalismo, con trabajo o con picaresca, con esfuerzo o asaltando las grietas que deja el sistema. Pero en el retrato de estos supervivientes de la periferia ya no hay drama, Guzmán decide mostrarnos a estos perdedores inclasificables desde el esperpento, desde la mascarada más desprejuiciada y salvaje, dándole una vuelta al tan manido concepto de comedia social y riéndose de todo, de las desgracias, del patetismo de sus personajes y hasta de sí mismo. “Yo sí que me río de mis personajes. No con ellos, sino y sin pudor de ellos”, comentaba en una reciente entrevista promocional.
Es esta una película heredera de toda esa tradición de cine de picaresca que explotó en los años 50 y 60, especialmente en España e Italia. Hablamos de todas esas comedias de pobres ladronzuelos o gente humilde a los que se presenta la ocasión de un enriquecimiento fácil y rápido, películas corales y costumbristas, crónicas sociológicas que normalmente rebosan de diálogos memorables y de un trasfondo de cierta reivindicación social (ahora sí) en sus argumentos. Filmes como Rufufú (1958), Los tramposos (1959), Atraco a las tres (1962) o El dinero tiene miedo (1970).
Diálogos fluidos y bien trabajados
Canallas cuenta a su favor con unos diálogos fluidos y bien trabajados, y con la mirada honesta que su director deposita sobre un microcosmos urbano que conoce a la perfección, que le vio crecer. No solo sabe de lo que habla sino que elige a los suyos para interpretarse a sí mismos. En este sentido y entre el trío de desubicados malhechores destaca el inefable Joaquín, amigo de la infancia en la vida real de Guzmán y auténtico protagonista de la cinta. Pero también Esther, Brenda, Chema o Víctor Ruíz se mezclan con pasmosa naturalidad con actores profesionales como Luis Tosar, Luis Zahera, Julián Villagrán, Antonio Durán Morris o el propio Guzmán.
En su contra encontramos cierto aire televisivo en la realización y la constatación de que las buenas intenciones no siempre derivan en algo definitivamente gracioso. Y las risas son sagradas, son las cosquillas que descolocan la estantería, la llamada urgente que despierta con alegría al tonto que habita dentro del tipo más inteligente que creemos ser.