'As Bestas': de hombres violentos y mujeres conciliadoras
Así es como definía Rodrigo Sorogoyen su película en una reciente entrevista: “Una historia de hombres violentos y mujeres conciliadoras”. Aunque este imponente western galaico y visceral, seco como un disparo y duro como el paisaje que lo cobija, es mucho más que eso, es un cine escrito desde las entrañas que nos habla de la defensa irrevocable de los principios, de la tenaz y eterna lucha por elevar la esperanza sobre la brutal venganza que habita en el peor de los seres humanos.
Antoine y Olga se instalan en una remota aldea gallega (aunque la cinta está rodada en el Bierzo) para buscar un nuevo y ecológico proyecto de vida. Practican una agricultura responsable y acaban encontrando, en esa arcadia alejada del ruido y en ese modo de vida que remite a nuestros ancestros, su lugar en el mundo. Pero los que han nacido allí buscan lo contrario, escapar de su destino aldeano con el dinero que recibirán si aprueban (por unanimidad) que sus bosques milenarios se pueblen de molinos para producir energía eólica. La tensión entre los dos mundos crecerá hasta la inevitable colisión como solo lo hace el miedo más puro, desde dentro y lentamente. Como en los mejores thrillers psicológicos, esa tremenda ansiedad que provoca la sombra del presagio más oscuro pendulando sobre la trama se aloja en nuestro interior de forma casi orgánica, alimentada por la hostilidad que desprende cada gesto de los personajes o por el agorero silencio de la montaña que asiste impasible al drama.
As bestas es ante todo un western rural y contemporáneo, una cinta que profundiza en los diminutos e íntimos conflictos de los hombres ante la inmensidad del paisaje, que encuentra en ese inevitable enfrentamiento entre lugareños y forasteros la eterna fuente de la que han bebido desde siempre las películas del oeste, que desnuda de forma cruda todas esas primitivas pulsiones que han adornado al ser humano desde el principio de los tiempos. Son especialmente evocadoras del western clásico las escenas de la taberna, esas conversaciones con cuchillo entre los dientes que nos remiten directa y brillantemente a esa obra maestra del género que dirigió John Ford en 1962: El hombre que mató a Liberty Valance. Pero también en ese concepto visual que evoca cierta estética del cine de los setenta, y en el infierno al que tienen que enfrentarse los nuevos inquilinos, encontramos la que quizás sea su referencia más evidente, Perros de paja (1971), la abrasadora cinta con la que Sam Peckinpah nos recordaba el animal que llevamos dentro.