La pesada carga de un papón

La Dolorosa, en la procesión del Viernes de Dolores en León. // Campillo / ICAL

Máximo Soto Calvo

¡Mira hacia atrás! Se decía Ramón: Los años pasan, la pandemia también lo hará. ¡Piensa en ello!

Feli, su esposa había salido con intención de acercarse a la Virgen del Camino, la de la Iglesia del Mercado, a entregarle su oración; bueno, la de los dos, así se lo había anunciado aquella tarde del Viernes de Dolores del año 2021, antes de colocarse la mascarilla, una supuesta salvaguarda ante el maligno virus que se llevaba vidas, trastocaba voluntades... y las oraciones no eran capaces de detenerlo.

La vía de los francos, camino con huellas seculares de peregrinos; vaya, Barahona arriba, luego Herreros tras Puerta Moneda como introductora, iba a ser su ruta, ni vieja, ni novedosa. Como siempre se le haría corto el trayecto, acostumbraba a llevar una incipiente salve en los labios.

No portaba ni vela, ni velo. En realidad ocurría que no iba a alumbrar en la procesión de la Madre Dolorosa del Camino, con modesta candela de cera, rodeada de un capuchón de cartulina para proteger la llama oferente, porque este año al igual que el anterior, no se iba a celebrar su salida a hombros por las calles leonesas.

¡Ah! Y en cuanto a velo, esta pieza de respetuoso compromiso religioso de antaño, negro para la ocasión, de niña, acompañando a su madre lo había llevado, pero ya no estaba dentro del actual compromiso católico. El duelo no es necesario ennegrecerlo por fuera, se lleva en el corazón. Tal vez suene a acomodaticia disculpa.

Con relación a la Semana Santa, en ambos, Ramón, el apesadumbrado papón, y Feli, no beata, sí cumplidora de compromisos religiosos, había diferencias que nunca fueron objeto de fricción. Para él, cofrade del negro hábito de Jesús Nazareno, siempre puntual a la cita anual, tenía un componente de índole tradicional, costumbrista, bordeando la fidelidad extrema. Se consideraba cristiano práctico, y nunca había querido entrar en mayores disquisiciones.

Respetuoso y sobrio, era papón y bracero de 'La Flagelación', como lo había sido su padre, quien de modo sencillo, cuando era niño, le decía, “el paso del gallo en lo alto de la columna de azotes”. A Ramón, le parecía fuera de lugar tal animal, luego comprendió que no de contexto, el gallus flagellatus era recordatorio de negaciones incardinadas en el gran Drama que portaban a hombros los papones. Por cierto, en plan distendido, a sus amigos decía: pujo sobre el hombro izquierdo, curiosamente el de mis tendencias políticas...

Feli, adornada de arraigado fervor religioso, sin exacerbaciones, era comprensiva y tolerante, de modo especial con su marido, quien desde otra vertiente, ya anunciada, también cumplía.

Aquella tarde, Camino de la Iglesia del Mercado, los recuerdos le fueron invadiendo. Se habían conocido en el cruce procesional de Herreros, Hospicio, Escurial, de modo casual, pero ya “habían cruzado miradas” con el valor de saludos mudos, en algún encuentro cotidiano. Hasta que, precisamente un Viernes de Dolores, en el tropel de gentes prestas a ver o a procesionar, fueron a encontrarse allí y hablar por vez primera. El tema no podía ser otro, fácil, las procesiones... Fue corto, pero intenso en emociones, y algo les dejó como sentimiento.

El Domingo de Ramos, la primera cita, en la Plaza de las Tiendas, en El Húmedo se estrenarían “como amigos” que se gustan, y con algo nuevo en la vestimenta, como marcaba la costumbre. La charla y la limonada ayudarían algo, luego... seguirían la vida a duo.

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