'Mil madreñas rojas'

Manuel Cuenya en la Kasbah Itrán.

Manuel Cuenya

'Mil kasbahs' como mil madreñas rojas o mil madreñas rojas como mil y una noches sensuales por el sureste marroquí. Partiendo del ksar (casar en castellano) de Aït Ben Haddou, donde se han rodado, ente otras muchas películas, 'Gladiator' de Ridley Scott, haciendo escala en la kasbah Taourirt, ubicada en la ciudad cinematográfica de Ouarzazate, para proseguir rumbo a los valles del Dades y del Todra. Una ensoñación azul comestible, un viaje para el recuerdo, que me ha dejado un sabor exquisito, como un 'tajine' de poulet au citron. El aroma humeante de los afectos, los sonidos hipnóticos de una velada al amor de los timbales, en compañía de unos bereberes, como el bueno de Rachid, entre otros, que se me antojan cercanos, gente entrañable con la que uno acaba compartiendo memoria, esa memoria afectiva, que es lo único que merece la pena en este mundo.

Recuerdo que fue Antonio Robles, el propietario de Mil madreñas rojas en la población berciana de Salientes y sobrino nieto del que recibiera una mención especial en el Premio Nacional de Literatura de 1932, Antoniorrobles, quien me hablara de la 'kasbah Itran' en el valle de las rosas, una zona de Marruecos donde abundan las alcazabas y donde crecen las rosas primaverales, una tierra que tiene ciertas similitudes con el cañón del Colorado, entre otros lugares de la Tierra. Y es que cuando viajamos por el mundo adelante acabamos redescubriendo que, en esencia, nos encontramos con paisajes familiares, aunque estos estén teñidos con otros colores, paisajes, en todo caso, que a uno lo devuelven a su útero, a su matria, porque tengo la impresión de que Salientes y el valle de las rosas estuvieran religados. O ese es al menos mi deseo.

Es probable que uno viaje para acabar encontrándose consigo mismo, o para darse cuenta de que, en el fondo, los seres humanos, aquí y allá, no somos tan diferentes como a primera vista pudiera parecer, antes al contrario, nos unen los mismos sentimientos, idénticas emociones, por eso me produce una inmensa tristeza cuando me topo con gente que se aferra a la xenofobia, el clasismo, el miedo al otro, a lo que entiende como diferente. Por eso me entusiasma viajar, viajar a ser posible con los cinco sentidos, de modo que me ayude a confrontarme con la propia realidad y por ende con otras suertes de realidades, de vivencias.

En mi reciente viaje por el vecino país marroquí, “mi segunda casa”, como me dijera el amigo Enrique, he experimentado una sensación que me ha ayudado a conocerme más y mejor. Eso creo. Me ha permitido reflexionar acerca de lo humano, incluso de lo divino (esos dioses y diosas que inventamos para hacer acaso más llevadera esta vida mortal y rosa) y me ha procurado emociones intensas. Desde la kasbah mirador Itran, enclavada en Kelaa M'Gouna, me dejo arrullar por el silencio nocturno, sólo interrumpido por el croar de las ranas, y la protección de un cielo estrellado como sólo he llegado a percibir en las estivales noches en Noceda del Bierzo. La temperatura ambiental es excelente. La temperatura afectiva me estremece. Por fortuna, este viaje continúa no sólo por la llamada ruta de las mil kasbahs sino por las espectaculares gargantas del Dades y del Todra para finalizar en el mar de dunas de Merzouga, donde contemplo, hipnotizado, un firmamento que me abraza con su mirada.

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