“Se llaman feminicidios”
Imagínese que descarrila un tren y hay alguna víctima mortal. Los telediarios no tardarían en enviar reporterxs, se detallaría la hora, el lugar, el número de pasajerxs, los motivos de tal terrible suceso. Las informaciones se repetirían y se ampliarían en los días sucesivos. Al año del suceso se recordaría a las personas muertas.
Imagínese que se incendia un edificio y hay alguna víctima mortal. Ocurriría lo mismo. Los medios de comunicación acudirían al lugar de los hechos, informarían de los datos que las investigaciones de los cuerpos de seguridad fueran esclareciendo, repetirían una y otra vez las hipótesis del desencadenante del fuego...
Imagínese que un maltratador asesina a su compañera. Verá en el telediario la edad y la nacionalidad (como si ese dato no fuera superfluo o como si eso explicara algo) de la víctima y del asesino, si había denuncias previas y, minuto y medio después, la noticia caerá en el olvido. Nadie volverá sobre el tema. Y además le dirán que “fallece” no que “la asesinan”.
La explicación de la diferencia del tratamiento entre unas noticias y otras es sencilla: unas muertes importan más que otras. Y, además, evitar algunas desgracias importa más que evitar otras. En todos los edificios encontrará salidas de emergencia, igual que en trenes y autobuses, también le informarán de cómo evacuar un espacio cuando haya riesgo de inundación, fuego o avalancha. Le advertirán constantemente de los peligros de la carretera. Todo porque esas desgracias importan, conmueven, nos pueden afectar a todos/as... E institucionalmente se habilitan y se practican todos los mecanismos posibles para evitarlas. La violencia patriarcal afecta, de una forma u otra, a la mitad de la población. Un grupo importante para que se habilitaran protocolos, se impartieran cursos, se utilizaran las noticias para sensibilizar, se promovieran programas de prevención, talleres, se formaran especialistas... Pero el problema es que esa mitad de la población somos nosotras, el segundo sexo, el sexo subyugado al sistema dominante.
Los genocidios, naturalmente, nos duelen, nos espantan, nos avergüenzan, nos resultan incomprensibles... Sin embargo, convivimos sin demasiado mal cuerpo con feminicidios constantes. Y no pasa nada. Es una realidad que aparece en los medios de comunicación con una banalidad semejante a las olas de calor en verano, las lluvias otoñales, o el último producto tecnológico: aparecen de vez en cuando, como noticias de relleno, y se van porque nadie retiene esas nimiedades durante mucho tiempo. Con los más de 600 feminicidios en los últimos diez años sólo en España pasa lo mismo.
Lo más triste es que detrás de esos feminicidios hay una historia, y siempre es la misma: el patriarcado, el machismo, la misoginia. Hay un sentimiento de que el hombre es superior y, por tanto, puede y debe someter a su compañera.
El asesinato es la cúspide de celos, insultos que se convirtieron en coacciones y luego en amenazas, de vejaciones, de humillaciones, de miedos, de pánicos, de impotencias que la víctima soporta en silencio. Y sigue siendo “silenciada” cuando la asesinan. Porque después del asesinato nadie se esfuerza en que, como sociedad, se tome consciencia, nos sensibilicemos. Pero sensibilizarse de verdad. Es decir, actuar: educando en casa y en los colegios de forma que los roles de género desaparezcan, condenando siempre y en todo lugar la más mínima manifestación machista, no doblegándose, manifestándose, organizándose en sororidad, escribiendo, hablando, luchando, sabiendo que ninguna estamos exentas de la violencia patriarcal: que la que no la recibe en forma de maltrato físico, la recibirá con celos, con un sueldo menor, con una carga de trabajo doméstico que no le corresponde, con acoso sexual mientras pasea o simplemente viendo cómo se representa socialmente al género femenino, como un género superficial e idiota, (basta con ver la publicidad). Todo eso es violencia, y la punta del iceberg son los feminicidios, pero detrás se articula todo un aparato patriarcal cuya última expresión es el maltratador que asesina.
Espero que nos sensibilicemos ya. Que hagamos algo, que dejemos de tratar los 600 feminicidios como un incidente, un tema secundario. Que nos dejemos de circunloquios y malabares lingüísticos que pretenden no nombrar la realidad. De ocurrencias malintencionadas y estúpidas como la de que el patriarcado oprime más a los hombres que a nosotras o que la incidencia y vigencia del “hembrismo” (Algunos se empeñan en decir que existe como sistema de dominación vigente, pero da la casualidad de que solo asesinan, violan o humillan a mujeres por el hecho de serlo y nunca se asesina, humilla o viola a un hombre por el hecho de serlo) es comparable a un machismo que, de hecho, articula y está en el ADN de nuestra sociedad y nuestras relaciones.
Respondamos ya. Empoderémonos (que consiste en no permitir que nadie nos pise) venzamos el miedo, alcemos la voz.
37 mujeres muertas en ocho meses. Por ellas, y por todas las que han sido y son (somos) víctimas de esta sociedad misógina, mi lucha constante. Por ellas, y por las acosadas, y por las que cobran menos por el mismo trabajo que el que desarrolla su compañero, por las que sufren maltrato psicológico, por todas las que somos constantemente cosificadas en los medios. Por las víctimas del patriarcado. Por todas: ¡LUCHEMOS!