Makers: la apuesta para salir de la crisis

Jesús María López de Uribe

Muchos buscan salida a la crisis de empleo que acogota España pensando en la tecnología, el I+D+i, la promoción de la ciencia desde las altas esferas y la inversión estatal en el conocimiento. Y tienen su gran parte de razón, pero como siempre que miramos a las nubes o paseamos por enormes edificios ministeriales el ser humano deja de mirar dónde pisa. Es desde luego un factor realmente importante que las administraciones públicas y las instituciones trabajen en esas altas esferas para conseguir dirigir el barco hacia un puerto más o menos seguro, pero eso obvia problemas de base en la población a la hora de entender cómo manejar esa tecnología y hacer un buen uso de ella; y lo que es más difícil, que saque rendimiento del trabajo común.

Desde el castillo de popa de un barco real, donde conviven los mandos del navío, nunca se olvidan de la capacidad de su tripulación para manejar las gavias y los juanetes, arriar las velas, echar el ancla y estibar la carga; de su capacidad para afrontar en equipo el arte de navegar. No puede dejarse de lado porque es necesario para que todos sobrevivan a las impacables tormentas de la mar. Sin embargo, desde los despachos de la administración pública la cosa no parece ser así y el ciudadano, el verdadero marinero de este país, parece no importar como tripulación competente para que, al menos, España deje de ir a la deriva y pueda aspirar a entrar a algún puerto a resguardarse con la que está cayendo.

Siendo ésta una reducción un tanto al absurdo -que en matemáticas se usa para comprobar la inexactitud de algo que aparentemente parece ser válido-, el problema que tenemos en España es que la mayoría de la población desconoce los fundamentos básicos de la tecnología que nos rodea y nos inunda día a día (como olas del mar en una galerna sobre la cubierta a la intemperie), por no decir los de la ciencia que las explica (o sea, que ni siquiera saben de qué está compuesta el agua que les cae encima). Sin embargo, mirando un poco hacia la marinería de nuestro buque común, resulta que sí hay gente dispuesta a mostrar cómo la tecnología sirve para hacer cosas, cada vez más increíbles, y no sólo a eso, sino a compartir ese conocimiento para hacer más sencilla la vida a los demás y enseñarles a navegar en equipo.

León celebra hoy la Mini Maker Faire, una especie de feria científico-tecnológica a la americana (que surge de la Revista 'Make', de ese país), en la que casi medio centenar de personas están dispuestas a demostrar que se puede enseñar a la ciudadanía ciencia, tecnología, programación, esfuerzo, ingenio, creatividad, arte, artesanía y laboriosidad con poca inversión de dinero. Y lo que es más importante: divirtiéndose, aprendiendo en el proceso, solucionando problemas de la vida diaria y creando productos nuevos. Increíble pero cierto, sólo hay que ir a verlo.

León celebra hoy la Mini Maker Faire, una especie de feria científico-tecnológica a la americana con programación, esfuerzo, ingenio, creatividad, laboriosidad e inventos hechos por uno mismo con poca inversión monetaria.

El movimiento 'Maker' (los hacedores, en inglés, o los que construyen cosas) tiene mucho que ver con el movimiento DIY ('Do it Yourself', o “Hazlo tú mismo”) y con la tecnología fácil y asequible que ha poblado el mundo en estos primeros años del siglo XXI. La electrónica libre como Arduino u ordenadores de mano como Rabspberry Pi que permiten acceder a la robótica con bajo coste, o la cada vez más conocida Impresión 3D, son los ejemplos más reconocibles de ellos; pero hay muchos más que se mezclan con la Internet de las Cosas (la interconexión de todos los aparatos que nos rodean en la Red de Redes) y la programación. Todo ello, o la gran mayoría, explicado de forma gratuita manual a manual, paso a paso, para que cualquier otra persona pueda reproducir esos aparatos o inventos. Y gratis, porque un maker hace y cuenta lo que hace, comparte el conocimiento generalmente a través de Internet para contribuir a crear un mundo mejor.

¿Resultado? Por ejemplo en países subdesarrollados cuentan ahora mismo con soluciones de la vida diaria que sirven para mejorar el día a día... y que además crean la posibilidad de generar pequeños negocios locales y repartir riqueza en sus poblaciones. Todo eso podría llegar a reproducirse en cualquier lugar del mundo ya que las instrucciones están disponibles para todos.

En los años 80 un grupo de jóvenes estadounidenses se reunían en garajes para crear ordenadores personales. Se llamaban a sí mismos 'hackers' (que viene a significar gente que era 'un hacha' en lo que hacía). Entre ellos conocemos dos tales Stevies y un tal Bill. Críos. Jovenzuelos ante las grandes corporaciones. Hace 30 años y sin compartir en exceso el conocimiento, y sin Internet, Steve Jobs y Steve Wozniak crearon un ordenador llamado Apple; mientras Bill Gates vendía un sistema operativo llamado MS/DOS y creaba una empresa llamada Microsoft. Hoy en día, ese garaje, está en la casa de cada uno, en la mente de cada uno y en la creatividad de cada uno... y se puede compartir con todo el mundo en un sólo clic.

No hace ni diez años que surgió la Revista 'Make', que comenzaba a aglutinar el concepto del 'Hazlo tú mismo' que en realidad es la artesanía de toda la vida pero compartiendo los trucos y los pasos de fabricación de cada solución a la vida diaria (un molino de viento para generar electricidad de esos que pueblan las películas de los Estados Unidos, por ejemplo). Digamos que es una especie de bricolaje súpervitaminado con la tecnología fácil y asequible de la que he hablado. No bromeo cuando cuento que hay un libro con instrucciones para construir un mini satélite más avanzado que el Sputnik (más bien como el Explorer 1, el primero estadounidense) de menos de 90 páginas. Es posible construirlo uno mismo, pero es más difícil lanzarlo al espacio; pero si encuentras gente con la que hacerlo puedes. Es el otro concepto, el DIWO ('Do it With Others' o “Hazlo con otros”) que es algo que suena muy bien en inglés pero que no deja de ser el club de amigos de la astronáutica de toda la vida (o de aeromodelismo, o de maquetismo, o de modelismo ferroviario o de informática) con inmensas posibilidades para sus miembros, sobre todo de cara a aprender cómo hacer las cosas y encontrar un buen trabajo porque son ellos los que de verdad saben de ésto. Imagínense dónde habrán terminado y lo que habrán ganado los amigos de los jóvenes Stevies y Bill...

Y en todo este batiburrillo... resulta que se dan diversas circunstancias que unidas permiten acceder a la tripulación de nuestro país al conocimiento de la tecnología, la ciencia, la matemática y todo lo demás... ¡Pasándoselo pipa! Y, lo que es mejor, sin gente que se quede atrás. Da igual ser un niño, un padre, abuelo o niña, madre, abuela, ser Maker es hacer de cualquier tipo de ocio o manualidad conocimiento para aprender a mejorar la vida cercana. Hacer punto es ser maker, hacer maquetas y ferroviarias y conseguir que los convoyes a escala no choquen es ser maker, volar aviones o correr con coches de aerocontrol es ser maker, hacer tu propio robot es ser maker, crear impresoras 3D es ser maker, todo lo que es ocio hoy en día y que termina en la mantita para el bebé, la diversión personal de fin de semana, el aprendizaje de la electrónica y la programación es, tal y como concibe las cosas este movimiento, una posibilidad de generar riqueza de todo tipo.

Da igual ser un niño, un padre, abuelo o niña, madre, abuela, ser Maker es hacer de cualquier tipo de ocio o manualidad conocimiento para aprender a mejorar la vida cercana.

Porque cuando uno inicia un proyecto de estas características, sólo haciendo, se encuentra problemas a resolver... y con la cantidad de conocimiento compartido que hay uno puede buscar cómo solucionar esas dificultades y aprende en primera persona de todo el proceso. Lo cual significa, directamente, que este movimiento es un aliado perfecto para la Educación. Se propone un objetivo, se ofrecen unos manuales básicos a los alumnos... y cuando se han hecho las primeras pruebas se proponen retos a superar. Se conjuga el trabajo en equipo, el aprendizaje dirigido y se promociona el aprendizaje por uno mismo (o en compañía de otros) cuando superar el reto es la competición. Busquen en la Youtube “Cohetes de agua” (o “Water Rockets”) y verán lo que se puede llegar a hacer con una botella de refresco, o con dos, o con media docena, o con muchas más. Y lo que se puede aprender con trigonometría práctica. Sólo decirles que alguno de estos cohetes impulsados con agua llegan a los 200 metros de altura, nada menos.

Es decir, una aparente diversión se convierte en un proyecto pequeño pero apasionante que permite hacer cosas de ciencia ficción. Añadiendo la electrónica libre y la programación de estos dispositivos se puede llegar a hacer un mando a distancia o conectar una TVBox a un ordenador para ver los vídeos de Youtube o películas en la tele, o calentar la casa del pueblo desde el móvil en el trabajo en la ciudad, o un reloj digital enorme, o una instalación artística, o una impresora 3D, o robots, o plantear módulos educativos... todo ello susceptible de generar negocio y riqueza de muchas formas posibles.

Tenemos una oportunidad enorme de cambiar la forma de ver las cosas en este país. Sigue siendo paradójico que el trabajo manual del pintor de brocha gorda se considere poco interesante socialmente y que éstos sean los que ganen mucho más que los de pincel fino o muchos universitarios (por poner un cruel ejemplo que pocos quieren reconocer); aunque gracias a museos como El Prado, el artista pictórico esté realmente bien considerado pese a trabajar con las manos. Ésto sólo demuestra que la capacidad de generar riqueza a veces no tiene que ver con la forma del trabajo realizado, sino con la manera en que se ejecuta y en cómo se genera interés público por el producto final.

Es quizás en el movimiento Maker donde está una de las mejores soluciones para afrontar por uno mismo o en compañía de otros las durísimas galernas que están azotándonos en estos tiempos de crisis.

En este mundo en que las grandes empresas tildan de piratas a todos aquellos que quieren navegar por su cuenta, con las velas de su imaginación impulsando los cascos de sus barcos hechos con las cuadernas y las maderas de su laboriosidad (y en el que la Administración más bien parece disparar salvas con bolas de cañón cuando estos marineros del hacer cosas intentan entrar en puerto), sólo la astucia y el ingenio pueden hacer que cambien las tornas del viento. Es quizás en este tipo de islas Maker que se van descubriendo por todo el mundo —y que se empeñan en enseñar a los demás ciudadanos del mundo la posibilidad de conseguir reducir las diferencias haciendo cosas y enseñar a otros cómo se consiguen por sí mismos—, donde está la solución para afrontar las durísimas galernas que están azotándonos en estos tiempos de crisis.

Porque no hay duda de que las pequeñas goletas Maker son mucho más ágiles que los galeones empresariales y las carracas de la administración pública. Y que con la conjunción oceánica de Internet están creando flotas de tal calibre que algo va a cambiar en nuestro mundo cercano. Posiblemente sea la única manera de salvar el decrecimiento económico que viene, en el que aquel que no tenga capacidades tecnológicas no podrá encontrar trabajo remunerado, pero el que conserve las ganas de aprender y hacer cosas sí pueda tener una vida digna al apoyarse en los demás.

Es especialmente loable el esfuerzo de la Fundación tMA, que gestiona FabLab León desde 2011, y la colaboración de la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, y de La Colaborativa y el apoyo del MUSAC para intentar poner en el mapa a León como una isla del maravilloso mundo Maker. La capital leonesa demuestra que con poco pero mucha imaginación se puede poner en el mapa en esta Tercera Revolución Industrial. En marzo el que suscribe organizó la 3D Printer Party a la que acudieron más de seis mil personas triplicando la asistencia de cualquier otro evento de Impresión 3D en España, incluidos los posteriores. Y lo curioso es que las impresoras 3D sólo son una pequeña parte de lo que es el movimiento Maker de “hazlo tú mismo” (DIY). León se ha colocado otra vez en el mapa con imaginación y esfuerzo. Hoy la tecnología nos lo permite. Y somos buenos marinos en este nuevo océano del conocimiento. El esfuerzo de toda esta gente, incluido los fabbers de FabLab, que hacen posible que todo salga bien en estos encuentros, está dando a nuestra ciudad, esa que parece olvidada, un prestigio que siempre ha tenido, porque los leoneses son makers en esencia: en literatura, en arte, en cultura. Aquí está la herramienta para conseguir todo eso que siempre hemos querido ser: sólo hay que usarla convenientenmente. Somos una isla dentro de nuestra isla, pero tenemos ganas de conquistar el mundo.

El movimiento Maker parece a primera vista poco más que un juego de niños, y aunque muchas veces se le critique por ello —sobre todo desde el mundo empresarial despreciándolo como si fueran aficionados y con el más absoluto desdén por parte de la Administración—, es algo mucho más serio y con profundas consecuencias de cara al futuro. Recordemos cómo a los dos Steves y a Bill de los años 80 los llamaban friquis y hoy dominan el mundo. Y deberíamos preguntarnos quiénes están haciendo drones caseros y venden impresoras 3D hoy en día, o programan, o enseñan robótica. Y éstos son los Makers. Así que más vale echar un ojo y acercarse a ver qué ofrecen cuando aparezcan las velas de sus goletas a puerto.

Traen las cosas más bonitas y emocionantes que hoy en día se pueden encontrar en cualquier puerto, y que además son muy valiosas en sí mismas al ser fuente de conocimiento. No seguir sus lecciones es despreciar riqueza. Es dar la espalda al futuro.

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