Volver a Primout merece la pena

Primout

Sara M.

La tierra marca, la cultura de un lugar, las gentes y el paisaje forjan el carácter y forman parte de lo que somos. La vista de la montañas escarpadas en lo alto, casi siempre cubiertas por una capa de hielo y nieve, más o menos gruesa dependiendo de la época del año, es todo lo que los habitantes de Primout, mientras los hubo, tuvieron al alcance de la mirada. Casi en el centro de la nada o justo en el interior de una de las sierras más altas del Bierzo, se encuentra esta pequeña localidad con una larga historia protagonizada por la economía de subsistencia basada en el trueque, el abandono, un periodo de ocupación hippie y la recuperación de parte del pueblo por parte de descendientes de antiguos vecinos.

Algunos escritores hablan de la soledad de las montañas, sin embargo, sería más acertado describirlo como una sensación de abandono, de empequeñecimiento del ser humano a merced de la grandiosidad del entorno. En la actualidad, un angosto camino de tierra serpentea elevándose por la sierra casi los 12 kilómetros que separan el pueblo de Páramo del Sil. Una vez alcanzada la cima, la senda comienza a descender de nuevo hasta el fondo, cuando comienzan a avistarse los primeros tejados, algunos de ellos todavía en pie.

Al llegar, la percepción de los excursionistas concibe que prácticamente la única explicación para el asentamiento en el lugar de una población es la proximidad del río, que a la altura de las viviendas, recorre el pueblo partiéndolo por la mitad. La luz y el agua corriente nunca llegaron, y a pesar de los campos que se extienden a ambos lados del arroyo, la difícil climatología los convierte en tierras poco hábiles para la agricultura por lo que eran, en su mayoría, pastos para el ganado.

Las duras condiciones de vida, los largos inviernos y la difícil accesibilidad al entorno propiciaron poco a poco la emigración de los habitantes del pueblo, que sucumbió al abandono al quedarse completamente deshabitado en los años 80.

Los hippies llegaron en los 90 buscando un refugio aislado y en contacto con la naturaleza

Poco después llegaron los 'hippies', un grupo de personas que motivadas por las mismas características por las que años atrás Primout se había quedado únicamente en compañía de la fauna que poblaba los montes, encontraron en el lugar la idoneidad para establecer una comuna en contacto con la naturaleza, autosuficiente y aislada, ese era al menos el propósito inicial.

Sin embargo la utopía se quedó en agua de borrajas, la polémica por la ocupación de las casas fue llevada a páginas de periódicos e imágenes de documentales y los propietarios comenzaron a reclamar lo que legítimamente era suyo. La ocupación de los nuevos 'hippies' duró años en los que más que recuperar la población se utilizaron las maderas y vigas de casas y tejados para hacer hogueras.

Las huellas de su paso son hoy prácticamente invisibles, algunos de los hogares han sido reconstruidos guardando la estética del lugar. Pequeñas casas de piedra y madera conviven con moradas cuyos tejados de paja el tiempo ha sustituido por zarzales y matorrales de vegetación frondosos por la humedad del río.

A cada paso, el polvo de las pequeñas callejuelas de barro se levanta bajo los pies. Sin embargo, si la atención de agudiza se pueden advertir marcas de vida, las huellas de un todoterreno en el camino, un generador de electricidad en frente de una de las viviendas o un montón de leña en el interior de un cobertizo son pruebas irrefutables de que algunos de los vecinos han decidido retomar lo que la vida les dejó en suerte. A pesar de lo que contó el gran poeta Ángel González, volver a Primout merece la pena y algunos, sí que lo hacen.

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