La vestimenta tradicional del peregrino
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Antiguamente la indumentaria de los peregrinos venía impuesta por las necesidades y las exigencias del camino, pero con el tiempo esta vestimenta pasó a ser un signo que los identificaba, una serie de accesorios comunes a todos ellos que se han convertido en casi una iconografía del peregrino y que a día de hoy todos tenemos en mente:
- El sombrero de ala ancha para protegerse de la lluvia, el viento o el sol.
- Una capa o abrigo con esclavina cubriendo los hombros.
- El inseparable bordón para apoyar sus pasos y para utilizar como defensa en caso de encontrarse con alguna alimaña u otros viajeros menos piadosos y más interesados en la propiedad ajena.
- Era también algo muy común que en la parte superior del bordón se colgara una calabaza para llevar agua o vino, según fueran las preferencias del caminante, según estuviera sediento el cuerpo o el alma.
- Un zurrón, una bolsa hecha con piel de animal en la que cabían los pocos enseres que un peregrino de entonces poseía y algún alimento.
- Y cómo no, la inconfundible concha de vieira, un elemento que ha pervivido hasta nuestros días como símbolo inequívoco del Camino y que, en un principio, era una especie de recompensa que recibía el peregrino al llegar a la meta.
Con esta vestimenta, el caminante a Compostela era reconocido y atendido como tal en pueblos, albergues y hospitales. Y con el tiempo estos viajeros contemplativos y casi místicos empezaron a formar parte del paisaje del camino.
En la actualidad el viajero que hace el Camino de Santiago suele estar perfectamente equipado para la aventura, y tanto calzado como mochila o prendas de vestir suelen ser técnicos y especialmente diseñados para el deporte. Es evidente que toda esta ropa que hoy conocemos y utilizamos han mejorado considerablemente las condiciones de la aventura, reduciendo su dureza y permitiendo al peregrino un espacio mucho más amplio para el disfrute.
Una pregunta que nos hacemos hoy en día, especialmente cuando sufrimos ampollas, dolores o tremendas inclemencias del tiempo, es cómo podían caminar miles y miles de kilómetros en el pasado con unas simples sandalias de cuero o lo que hoy prácticamente consideraríamos unos harapos. Cosas del pundonor y la sabiduría eterna que se esconde en nunca intentar compararse con nadie, mucho menos con gente que ha habitado otra época. O cosas de la fe.
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