Teatralidad made in Spain

Fachada del Congreso de los Diputados.

La prolífica y propagandística filmografía americana nos ha mostrado en más de alguna ocasión, el espectáculo de una pelea entre señoritas estupendas ligeras de ropa revolcándose en el lodo, bajo el griterío entusiasta del público masculino. Lejos de la teatralidad americana, hay una versión cutre española protagonizada por señoras y señores trajeados que, pese a lo atildado de su indumentaria, no vacilan en embarrarse en disputas miserables, con la diferencia de que estos lo hacen en el congreso y el Senado, ante toda la opinión pública.

La impudicia de nuestros parlamentarios que no conocen el decoro llega a límites insospechados y, cual patio de comadres ventilan sus diferencias partidistas ante el aplauso entregado de sus seguidores que jalean la faena de sus parciales con inusitada vehemencia más propia de programas televisivos del corazón o de casquería cutre. España es país propio de alcahuetes y de meterse en lo que menos importa o aprovecha. Antes bien es gusto del respetable emplear su tiempo en cuestiones insustanciales e improductivas.

Con el revuelo surgido por la polémica desatada de quien se ha lucrado más del infecto comercio de mascarillas en lo más álgido de la pasada pandemia, no han faltado palabras gruesas, dagas florentinas ni persecuciones inmisericordes que sacan a relucir el lado más mugriento de la condición humana. El público se divierte con estos rastreros espectáculos a los que nunca les falta la oportuna cobertura mediática, sin reparar mientes que en tanto discuten asuntos que en poco o nada les concierne, pasan desapercibidos problemas muy serios.

El pasado día 13 de marzo, mientras PP y PSOE se tiraban tomates en el parlamento, cual la Tomatina de Buñol por un quítame allá un Koldo o un galán de la señora Ayuso, una noticia pasó desapercibida, como avergonzada de salir a la luz pública. Ni más ni menos se divulgó la noticia de que los seguros privados con la atención sanitaria habían alcanzado máximos históricos. De sobra es conocido que en España el bolsillo de los contribuyentes es tan sólido que ni tirando los euros llega a verse vacío. ¡Poco importa la enfermedad cuando se está sano!

Aquellos que no nos dejamos arrastrar por el oropel de las primeras impresiones, procuramos pensar con cierto distanciamiento y cierta frialdad lo que se sirve en el engañoso plato de la información, las más de las veces sesgada. Contrariamente a lo que pudiera parecer con los glamurosos datos de empleo y contribución a la seguridad social, aumentan el número de familias que pasan estrecheces para llegar a final de mes. ¿Cómo se compadece esto con la flagrante despreocupación ante el incremento de pólizas privadas?

Teniendo en cuenta que según datos estadísticos de fuentes fiables, el número de potentados y el de personas que flirtean con la indigencia han aumentado tras la dichosa pandemia, solo cabe conjeturar que muchos de los perjudicados por los tiempos de crisis, no tienen capacidad económica para acudir a un centro de salud que no sea público, es decir bordeamos la beneficencia y por si fuera poco la sanidad pública se bate en retirada ante el desdén y menosprecio de los poderes públicos, si acaso no hay premeditación para hacerla claudicar.

Y así nuestra sociedad leonesa, que lanza inequívocas muestras de autismo y de consunción demográfica y económica, juega muchos números para un sorteo donde unos pocos serán beneficiarios de una sanidad de calidad mientras una mayoría tiene que esperar meses para tratarse de un panadizo o un golondrino. Glorioso Reino de León, gloriosas Cortes Leonesas. Seguimos encadenados a la modorra secular de más vale honra sin barcos que barcos sin honra. ¡Viva España! Aunque los españoles mueran aguardando por una cita médica.

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata

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