Movilidad molesta y peligrosa; y, sobre todo, impune

Un patinete eléctrico por un paseo bajo un puente.

Ayer un patinete atropelló al alcalde de Málaga. Una pena, oye, y espero que el buen señor no haya sufrido lesiones. Yo mismo, en sólo una semana, he visto dos veces cómo una moto eléctrica blanca, de reparto de hamburguesas, estaba a punto de atropellar a un niño en zona peatonal. La primera vez, delante del Latino y la Casa de Carnicerías. La segunda, en Mariano Domínguez Berrueta. Moto eléctrica blanca, que no hace ningún ruido y que se mete a toda leche por las calles peatonales, girando sin mirar. Dos motos blancas, vaya, porque no fue dos veces la misma.

¿Y por qué cuento todo esto? Porque si en una semana he asistido a dos casi-atropellos, uno de esos vehículos que se mete a toda velocidad por lo peatonal no va a tardar en herir o en matar a alguien, y quiero que quede constancia antes, por escrito, para que los responsables de permitir semejantes cosas, o de tolerarlas, o de mirar para otro lado, no puedan decir que no lo sabían, que no estaban informados y que ha sido un simple caso de mala suerte que no se podía prever.

Se puede prever, pero no quieren. Hasta que no maten a alguien, no se van a tomar medidas con los patinetes, las bicis y las motos por lo peatonal. El reparto es lo primero. Lo primero es que no se enfríen la pizza y la hamburguesa, enviadas muy probablemente a casa de un solidario al que le preocupan más las condiciones de vida en Mali que las del tío que se juega el pellejo, propio y ajeno, para llevarle a su sofá la pizza o la hamburguesa antes de que se enfríen.

Así somos, hombre. Comodones desde casa, serviles desde la pobreza, y acomodaticios desde el poder, hasta que pase algo y tengamos que llevarnos las manos a la cabeza. Porque de momento hay que ejercer tolerancia. Que la gente tiene que comer en su casita, pegada a su sofá. ¿No lo habéis leído entre los derechos humanos? Hay que ejercer tolerancia, porque los repartidores tienen que vivir.

Vale, está bien. Tiene que vivir todo el mundo, pero dejémonos ya de milongas.

La tolerancia, la inmensa tolerancia, no viene de que se quiera fomentar la movilidad alternativa, ni la comodidad del que pide comida desde el sillón, ni el medio de vida del repartidor. La tolerancia viene de que esas motos y esos patinetes son de la hostelería, como las terrazas que ocupan media calle o los quemadores de butano que se descojonan en nuestra cara de las normas de ahorro energético y eficiencia térmica.

Da igual de lo que hablemos: si lo haces tú, te sacuden; si lo hace un bar, se lo permiten. Ya no estamos en manos de gángsters y de caciques, como en otros tiempos, sino de posaderos y taberneros. ¡Qué le vamos a hacer, oye!

Y mira que me gustaron y me gustan los bares. Y mira que los he apoyado siempre. Pero creo que la cosa se está yendo ya un poco de madre, ¿no?

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