No todas las veces la provoca pero, en todos los casos, la palabra precede a la catástrofe. En 1994 en Ruanda La Radio de las Mil Colinas propagó la especie introducida por los belgas de que hutus y tutsis existían. Y que, por supuesto (siempre va seguido) unos eran mejores que otros. Los hutus y los tutsis poseían (y poseen) las mismas diferencias lingüìsticas, educativas, étnicas o históricas que las que pueden diferenciar a un fulano de Avilés de uno de Busdongo (o a uno de León de uno de Valladolid). Aquello acabó con casi un millón de muertos, demostrando que no todas las guerras son económicas y que no es preciso que alguien pague las armas: la mayoría fueron liquidados a machetazos. En dos años. Y se apoderaron los galaaditas de los vados del Jordán al lado opuesto de Efraín. Y aconteció que cuando alguno de los fugitivos de Efraín decía: Dejadme cruzar, los hombres de Galaad le decían: ¿Eres efrateo? Si él respondía: No, entonces, le decían: Di, pues, la palabra shibolet (la espiga de una especie de grano); pero él decía sibolet, porque no podía pronunciarla correctamente. Entonces le echaban mano y lo mataban junto a los vados del Jordán. Y cayeron en aquella ocasión cuarenta y dos mil de los de Efraín. Jueces 12, 6. En 1900 en su libro titulado de forma elocuente La fe Unamuno acuñó del simbólico shibboleth el muy feo chibolete como signo que define a los miembros de un grupo social. Desde el 1900, parece ser, hablamos casi exclusivamente en chiboletes. Al igual que cambiando el término la hierba cortada no se convierte en... césped, la España vacía es ahora la España vaciada y le pasa la culpa a otros (¡que nos vacían!), la violencia machista no se convierte en una, diríase inevitable, intrafamiliar solo por decirlo. Los mástiles de las banderas en nuestros días tienen una bola, pero solían acabar en la punta de la lanza donde se ondeaban los colores del estandarte. Las palabras son pequeños pendones: la lanza (o el machete o el galaadita) nunca está muy lejos.