Llevo un año llamando a una empresa de electricidad para que me tensen un cable. Son los únicos que lo hacen porque poseen la máquina para ello, así que no tengo alternativa. No puedo aprender a hacerlo yo. De momento. Siempre me dice el fulano que esta semana se pasa. Incluso esa misma mañana. No aparece, claro. El otro día dijo que estaba colocando una bombilla en un pueblo cercano, lo que le llevó toda la jornada. Hoy me ha dicho que no hay más que averías, reprochándome, supongo, que nunca le telefoneé para tomar una caña o para otorgarle un premio. Y que esta semana me lo mira. Cuento esta bobada para mostrar nuestra lucha contra el tiempo y las otras dimensiones. Lo existente. No nos gusta. Ver al Partido Popular y a sus olifantes girar buscando su sombra para ver si todavía pueblan la realidad resulta ciertamente cómico. Todo es percepción. Nos ha costado cuarenta siglos comprender que nuestro entorno no se parece en nada a lo que nuestros sentidos se empeñan en contarnos. La gente cree que posee sentido del humor. No uno normal: uno elegante y exquisito. Y que es buena persona. Y que está por encima de la media (el concepto en realidad no se denomina media, sino mediana, he sido reconvenido por ello) en inteligencia. Lo que es imposible. Ayuso afirma que hay una España real y otra (que habitamos fantasmalmente) imaginaria, supongo. La real es la suya. A creer que uno reside en una simulación, que está engañando y engañándose y que vive disimulando su negligencia se le llama el síndrome del impostor. Que a mí me pasa con los demás. Creo, sí, que gran cantidad de ciudadanos de este país tienen un problema de autoestima. Que consiste en que poseen demasiada. La realidad es una mierda. La fantasía consuela y divierte. Resulta elocuente que a una asignatura de Secundaria que se llama (o llamaba, el mundo de la Educación y sus currículos es cambiante) Conocimiento del Medio los chavales le dijeran cono, nombre de la señalización inanimada que se caracteriza por su estólida imperturbabilidad.

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