De compras y páginas en blanco

Una interpretación de un escritor por parte de la Inteligencia Artificial de Lexica Art.

Bien, todo listo: música de fondo, la pequeña lámpara que reposa sobre la mesilla cercana encendida, tabaco a mano y las cortinas abiertas para ver llover a través de la ventana mientras meditas como empezar este texto sobre la compulsión compradora que nos invade cuando llega la Navidad. Guardas documento, enciendes un pitillo y observas abstraído como las volutas de humo que exhalan tus pulmones remolonean, casi quietas, sobre la luz blanca y vacía que desprende la pantalla del ordenador. Luego persigues su rastro y juegas a adivinar las efímeras y etéreas formas que adquieren mientras se elevan, antes de desvanecerse definitivamente y hacerse nada. Son como pedazos de alma desorientados, piensas. Fumas de nuevo, pero ahora esas volutas de humo que se recortan inquietantemente sobre el desierto blanco de la pantalla se revelan como oscuros presagios. 

Cuando parece que no hay salida y la sensación de estar buscando inútilmente en un envase vacío se agranda a cada segundo que pasa, regresas súbitamente de tu ensoñación. Parece que has pescado algo en las profundidades de la memoria, una idea que ni siquiera sabias que existía, una de esas diminutas revelaciones que se antojan sublimes para uno mismo y, las más de las veces, ridículas para los demás. Sí, la tienes, ahora sólo queda capturarla dentro de una frase. Abandonas el pitillo sobre el cenicero y escribes: el hombre contemporáneo tiene a tiro de tarjeta de crédito y en cualquier supermercado más variedad de exóticos productos de los que, por ejemplo, nunca podría haber llegado a poseer la reina Cleopatra de Egipto. Frenas, coges de nuevo el cigarro, fumas otra calada y lees. Sin comentarios: ni escrito en verso alejandrino conseguiría disimular su condición de solemne tontería. Lo borras antes de que sea demasiado tarde y rompes el aire donde antes jugaba el humo con un resoplido mudo e impaciente. 

Esperas, empiezas a tener un poco de hambre, te levantas y vas a la cocina para abrir y cerrar, casi al instante, la puerta de la nevera. Vuelves a sentar tus posaderas ante la pantalla mientras recuerdas aquello que decía Orson Welles: “Lo peor es cuando terminas un capítulo y la máquina de escribir no aplaude.” Después de un buen rato contando musarañas, y cuando estas a punto de comprobar en primera persona que aquello de que no se le pueden pedir peras al olmo es una verdad como un templo, una débil pero esperanzadora luz surge en la oscuridad.

Y comienzas a escribir: “Bien, todo listo…”.

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