Cicatrices en la piel de León

Una zona afectada por el fuego en la provincia de León.

Los incendios que se han vivido este verano en el Noroeste han sido especialmente dramáticos, con su epicentro en las provincias de Ourense, Zamora y León. Estamos ante una de las mayores catástrofes en lo que va de siglo y, aunque los fuegos se han ido apagando y los humos desapareciendo del horizonte, los rescoldos seguirán en la memoria de quienes más sufrieron esta tragedia.

Tampoco es casualidad que las zonas más afectadas por los incendios también muestren los peores indicadores socioeconómicos. Las provincias leonesas de Zamora y León, junto con su vecina Ourense, llevan décadas sufriendo un proceso de despoblación, empobrecimiento y abandono institucional que trae consecuencias. Ya lo escribía hace unas semanas Enric Juliana en su boletín ‘Penínsulas’ el artículo 'El Sur está en el Noroeste'.

Centrándonos en la provincia de León, a través de imágenes tomadas por el satélite Sentinel, hemos podido comprobar diariamente cómo los incendios de Barniedo, Yeres, Anllares, Molezuelas o Fasgar, por destacar algunos, han pintado de negro el color de la tierra leonesa tras el paso de las llamas.

Imagen del satélite Sentinel 2 el pasado 23 de agosto donde se pueden ver las áreas afectadas por los incendios en el noroeste de la penísula ibérica.

Estas cicatrices, visibles incluso desde el espacio, han transformado el paisaje tradicional leonés. Donde antes se extendía un mosaico de montes verdes con eras, eiros, pastos, dehesas, biescas, debesas, sebes, brañas y caminos de alta montaña, con sus xeixo y lleras, ahora solo quedan huellas oscuras que surcan el territorio. Junto a ellas, las aldeas leonesas –ejemplo de organización comunal en concejos y tierras de beneficio vecinal– enfrentan ahora un panorama desolador.

Ese armonioso paisaje parece haberse roto con estos incendios, los cuales, además del daño personal y colectivo para los pobladores de las zonas afectadas, han repercutido muy gravemente en el equilibrio ecológico de lugares de alto valor ambiental como Tierra de la Reina, Alto Sil-Fornela, Las Médulas o Igüeña-Omaña.

León, acostumbrada a ser tierra de sacrificio, ya mostraba cicatrices profundas y perpetuas. Los embalses de Riaño, Luna o Vegamián, construidos a mediados del siglo XX, supusieron un cambio total en los valles de la montaña del Esla, Luna y Porma. Pastizales y vegetación de ribera fueron reemplazados por una masa uniforme de agua que afectó también a bosques de roble, haya y abedul. Paradójicamente, aunque el agua es símbolo de vida, aquí se convirtió en una tumba para la naturaleza. No obstante, trajo desarrollo económico a otras zonas de León. También, irónicamente, estos embalses han ayudado recientemente a abastecer las labores de extinción de los incendios.

Recorriendo el paisaje de Laciana, Babia, Alto Bierzo, Sabero o Gordón son fácilmente reconocibles las cicatrices de las explotaciones mineras a cielo abierto y las escombreras de carbón. Estas huellas, con voluntad política, se podrían sanar. En algunas zonas se ha invertido en acondicionar el terreno y reforestar con especies autóctonas y alóctonas, aunque no siempre con transparencia. No obstante, hay explotaciones de tal envergadura que resultará muy difícil borrarlas del mapa, como la Gran Corta o el Feixolín.

No podemos olvidar el cielo abierto más famoso de España: Las Médulas, declaradas Patrimonio de la Humanidad. Este espacio, donde castaños y otras especies colonizaron los restos de la minería romana, fue arrasado por uno de los primeros incendios del verano. Pasarán muchos años antes de que esos castaños vuelvan a brillar en verdes y naranjas.

¿Cuánto tarda la naturaleza en recuperarse después de un incendio? Es la pregunta que muchos nos hacemos al contemplar los paisajes ennegrecidos del valle del río Yuso, el Miro de Anllares o los montes cabreireses. Según los expertos, el hábitat de especies como el oso pardo o el urogallo necesita entre 7 y 15 años para recomponerse. La intensidad del fuego, que alcanza temperaturas muy elevadas, destruye totalmente el suelo y hace que la recuperación espontánea de estos ecosistemas sea muchísimo más lenta.

Embalse de Riaño en el término municipal de Burón.

Los incendios de 2025 han dejado una huella imborrable en el noroeste peninsular, especialmente en la provincia de León. Estas tierras, ya castigadas por el abandono demográfico y las cicatrices de embalses y minería, enfrentan ahora el desafío de reconstruir su patrimonio natural y social.

La recuperación será lenta y requerirá medidas basadas en la ciencia y no en intereses políticos o económicos. Es crucial aprender las lecciones de esta tragedia para prevenir futuros incendios mediante una gestión forestal adecuada, lucha contra la despoblación y mantenimiento de los paisajes tradicionales.

La imagen del oso huyendo entre las peñas calcinadas nos interpela como sociedad. Nos recuerda que la verdadera reconstrucción no consiste solo en replantar árboles, sino en retejer el vínculo entre las comunidades humanas y su territorio. Ojalá que la tierra quemada no pueda más que el secreto invernal de una primavera resucitadora, y que las cicatrices del fuego se conviertan en lecciones aprendidas para los tiempos venideros.

Como escribió el poeta Antonio Colinas: “En León, hasta la piedra tiene memoria”. Que la memoria de este verano en llamas nos guíe hacia un futuro donde el fuego no sea dueño del destino de estas tierras y sus habitantes.

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