Acordeones en Babia

Tengo que reconocerme una cierta dosis de adanismo cada vez que descubro singularidades de León, hallazgos que deberían ser ya cosa sabida, dada mi casi provecta edad. Lo cierto es que cada descubrimiento de tradiciones, supongo harto conocidas por el gran público leonés, son manifestaciones que, al menos a mí, no dejan de sorprenderme cuanto más las voy conociendo. 

En esta ocasión –¡Oh prodigio de mi desconocimiento personal!– he tenido la enorme satisfacción de presenciar una 'Xuntanza d´alcordionistas' en el impagable entorno de Riolago de Babia, un paisaje que no deja indiferente a nadie y que ayuda a comprender aquello de que los reyes de León desatendían sus obligaciones y sus edecanes respondían a quienes preguntaban por dónde se encontraba el monarca, con aquello de que “el rey está en Babia”. Sorprende lo atildado del pueblo, pequeño, coqueto y con sabor a lo clásico, al espíritu leonés. 

Sorprende igualmente la escenificación musical en el remozado palacio, que fue de los Quiñones, y que, según los carteles informadores, pasó a otras manos y hoy es propiedad de la Junta de Castilla y León. Si un día recuperamos la libertad de acción perdida, tendremos que hacer cuentas y reclamar ésta y otras muchas joyas que alegremente hemos cedido al ente castellano, con grave detrimento de un patrimonio del que ya no somos titulares. Hay señalizaciones de Castilla y León dentro y en los alrededores del palacete. 

En la casona solariega es en la actualidad un centro de interpretación del modo de vida antiguo en Babia y está atendido por empleadas, atentas y amables, que lucen en su indumentaria las insignias autonómicas. Rechina verlas  –las insignias, no a las empleadas– en un evento genuinamente nuestro. Me parece una osadía y un atentado al sentido del gusto pero que le vamos a hacer, es lo que tenemos y no parece que nadie quiera hacer algo por evitarlo. Pero dejemos impudicias aparte y volvamos al evento de acordeones que es lo verdaderamente importante. 

Comienza la sesión bajo la atenta mirada de un par de cigüeñas que desde su nido en lo alto de un pinsapo, contemplan extrañadas la notable concentración de asistentes al acto. Aunque no me encuentro entre los entendidos en música, creo que  puedo afirmar sin temor a equivocarme que la calidad de los actuantes ha sido más que meritoria y el calor del público así lo daba a entender al final de cada pieza. Tuvieron los organizadores el detalle de invitar a músicos procedentes de otros lugares de León y del norte de las Españas, lo que le dio una pátina de proyección de nuestra tierra sin tutelas impuestas, cosa muy de agradecer.

No es mi deseo que este artículo de opinión se convierta en una simple crónica de la mencionada Xuntanza y por ello remataré este apartado diciendo que la nutrida presencia de aficionados, algunos venidos desde lugares lejanos, el ambiente amable que presidió toda la celebración y la evidente entrega de los acordeonistas, dieron un toque colorista en un paisaje singular. Y hecho este panegírico pasemos al objeto central de estas líneas. En primer lugar hay que reconocer que este tipo de eventos es pura ambrosía para los que no estamos muy acostumbrados a este tipo de actuaciones emanadas del sentir popular. Piezas en las que se invita a los asistentes a unir las manos para seguir los acordes, suponen una alegórica invitación a la unidad de toda nuestra gente. Un desiderátum babiano.

Del mismo modo la despedida con todos los acordeonistas ejecutando las mismas obras y el remante final con un guiño a los mineros, que ya son triste pasado en León, interpretando Santa Bárbara bendita acompañada por la voz de los presentes que la coreaban al unísono, es de los episodios que te traen un nudo a la garganta. ¿Qué sería si esa misma pulsión la tuviéramos todos los leoneses a la hora de ir diseñando nuestro futuro? Sin duda nos resultaría más risueño y más propicio. Por desgracia, de momento sólo es un espejismo en el panorama leonés, pero creo que esa es la filosofía: todos de la mano, unidos, con una sola voz y con la música oportuna que nos conduzca como el flautista de Hamelín.

Y para ir terminando una reflexión en voz alta. La convocatoria se denominó, con acierto, creo yo, Xuntanza  –ya sé que resulto reiterativo, pero no puedo por menos que volver a incidir en ello– y es que el encanto de las montañas de Babia, trufado con una legión de leoneses reunidos por una actividad costumbrista, sólo podría admitir una guinda al pastel, y esa guinda no es otra que ponerle un título en asturllionés para darle toda la solemnidad posible a este tipo de manifestaciones festivas. ¡Y pensar que todavía tenemos gente en León que les parece despreciable hacer uso del leonés renunciando con ello a exhibir uno de los pocos rasgos distintivos que nos quedan…!

¿Y por cierto, en Castilla y León tendrán el cuajo de metabolizar el asturllionés que se habla en la vecina Asturias y ya escasamente en estos pagos, para asimilarlo como propio? Estamos sumidos en la perpetua contradicción desde que pertenecemos a esta malhadada autonomía ¡Es una lástima que los leoneses nos tengamos en tan poco!

Tomás Juan Mata pertenece a Urbicum Flumen, la Asociación Iniciativa Vía de la Plata