Revisitando el mito de las mártires de Somiedo: la luz que arrojan nuevas causas de los golpistas

Olga, Pilar y Octavia, las enfermeras de Astorga conocidas como las 'Mártires de Somiedo'.
14 de diciembre de 2024 10:14 h

Es un principio reconocido entre los historiadores que no hay Historia definitiva sobre hecho alguno del pasado. El conocimiento que esta disciplina científica aporta está sujeto a una permanente revisión de lo hasta un cierto momento sabido y acreditado, sea por la aparición de nuevas fuentes que descubren datos nuevos o por el alumbramiento de interpretaciones novedosas de lo ya conocido.

Tampoco suele comenzar nadie desde cero en el estudio de cualquier acontecimiento o periodo histórico, de modo que el saber se viene construyendo de modo acumulativo, depurando o ampliando, y en ocasiones modificando o ajustando, lo hasta entonces averiguado. Se trata de un trabajo de conjunto en el que se aúnan muchos esfuerzos para acercarse lo máximo posible y con la mayor objetividad alcanzable a la verdad.

Lo que ya conocíamos

Es bastante conocida la historia de lo que sucedió en el Puerto de Somiedo y sus inmediaciones entre el 27 y el 29 de octubre de 1936, ampliamente detallado en esta serie de seis capítulos. Las milicias republicanas 'coparon' y derrotaron entonces a fuerzas militares sublevadas del destacamento que guarnecía aquel estratégico paso entre León y Asturias, causándoles numerosas bajas y haciendo una considerable cantidad de prisioneros: soldados, suboficiales, oficiales, jefe, médico militar, falangistas, un capellán castrense y tres jóvenes astorganas que llevaban allí algunos días destinadas como enfermeras. Se trataba de Octavia Iglesias Blanco, Pilar Gullón Iturriaga y Olga Pérez-Monteserín Núñez.

A partir de ahí, hasta culminar con la canonización de las tres enfermeras el 29 de mayo de 2021 en la Catedral de Astorga, se ha realizado un amplio trabajo para depurar y desechar de los variados relatos que del suceso se han ido transmitiendo a lo largo de los años lo que de mito, de inveraz, se le fue adhiriendo por unos y por otros, desvirtuando lo que realmente acaeció. Gracias al hallazgo de varias fuentes nuevas con algunas referencias a aquel suceso es obligado revisitar y volver a lo que hasta ahora conocíamos del mismo, para, con estas nuevas piezas y a la luz de lo que ellas aportan, tratar de ajustar y recomponer el mosaico de lo que aconteció en las citadas fechas en aquellos lugares.  

Estas fuentes son varios sumarios -numerados 501/37; 531/37; 681/37; 26/38; 215/38; 440/38; y 1009/41- conservados en el Archivo Militar de Ferrol, algunos de los miles que los golpistas, tras su rápido triunfo en la mayor parte de la provincia leonesa, se apresuraron a incoar desde la Auditoría de Guerra de León contra los republicanos de la zona leales al régimen democrático, en este caso desde las fechas del “copo del Puerto” y durante los años posteriores.

Hay que tener en cuenta el origen de las fuentes y a partir del contexto otorgarles siempre una relativa fiabilidad, ya que se trata de documentos de los propios represores sobre la represión que ellos mismos perpetran, que contienen datos obtenidos tantas veces al someter a las víctimas a “hábiles” o “convenientes” interrogatorios.

Antes de estos nuevos hallazgos mencionados, con otras muchas fuentes consultadas, y con las precauciones y salvedades señaladas, no se conocían todos los detalles de lo acontecido en torno a las muertes causadas a las tres enfermeras y a sus acompañantes, pero sí se podía concluir lo que no había ocurrido.

No sucedió, esencialmente, el modo en que narraciones de los vencedores, como las de Concha Espina en 1940, las de algún eclesiástico astorgano en 1938, y otros, pretendieron asentar: que fueron todos ellos bárbaramente asesinados, y vejadas y martirizadas las enfermeras por “rojos” milicianos y milicianas movidos por su odio a la fe cristiana.

Un relato racional y basado en testimomnios y evidencias que desmonta un añejo mito, el del martirologio de los “nacionales” que, como tal, se demuestra que es una fabulación no ajustada a la realidad, a pesar de lo cual a ella ha seguido abonada la iglesia católica, que en base a tal mito elevaba el 29 de junio de 2021 a los altares de la beatitud a las tres jóvenes astorganas, haciendo gala una vez más de rehuir y despreciar la ciencia frente a la fe y el dogma.    

La novedad de lo que ilumina alguna de estas nuevas fuentes se halla en algún punto entre las falaces afirmaciones del relato franquista de las sevicias y tormentos infligidos a los prisioneros, incluídas “las terribles violaciones de las enfermeras, cuyos gritos acallaba el chirrido del carro de bueyes en que antes de asesinarlo se paseó toda la noche al sacerdote”. Y lo narrado en 2009 como testigo de los hechos por Abelardo Fernández Arias (de 17 o 18 años en 1936) quien contradecía tales detalles y mantenía que “”en ningún momento se molestó ni se maltrató a ninguno de los prisioneros“.  

Y, habiendo sido los victimados –en la realidad de lo hasta hoy sabido– en Pola de Somiedo en un repentino arrebato de ofuscación, rabia y violencia en desquite y venganza al saberse allí del hallazgo de los cadáveres de dos milicianos apresados y muertos por los ahora derrotados cuando, como emisarios y con bandera blanca, acudían aquellos en la tarde anterior a la llamada de los militares sitiados para parlamentar la rendición, de los datos que tales novedosas fuentes muestran resulta que ahora sí habrían sido los prisioneros maltratados.  

Lo que ahora sabemos

Así, numerosos vecinos y vecinas de Valle de Lago acusan, a punto de cumplirse un año del suceso, y en las declaraciones que en el Sumario 531/37 hacen unos en León, otros en Vega de Viejos, y varios en Villaseca de Laciana, al asturiano Victoriano Caunedo Reyero (apodado 'Vitermo', de 23 años, soltero, natural y vecino de Veigas de Somiedo, labrador, apresado tras evadirse de Asturias a la zona sublevada en septiembre de 1937) de haber mortificado de palabra y de obra a los prisioneros hechos en Santa María del Puerto cuando conducidos a Pola de Somiedo paraban en aquel pueblo, Valle, al inicio de la tarde del día 28 de octubre de 1937 y eran encerrados en un corral.

En Valle de Lago, tras ser herido en el combate del Puerto y evacuado a una casa abandonada por vecinos pasados al campo rojo, se encontraba su hermano Manuel Caunedo (de 21 años, afiliado a la UGT). Contradiciendo una vez más versiones de otras fuentes, allí al menos Victoriano y el teniente de milicias Salustiano Quintela Sarille (vecino de Fabero, de 32 años), que mandaba el grupo de vigilancia y custodia de los apresados, insultaban al capitán Lucinio Pérez Martínez y al comandante José Berrocal Carlier, herido en una pierna –o en el vientre, se apunta ahora–, “por lo vistoso de sus uniformes y polainas y lo míseramente que visten y calzan los soldados”, a los que increpan de “canallas lacayos de la burguesía”.

Ambos además negaban agua a cautivos sedientos e impedían a las enfermeras atender a los heridos, pateando en las piernas a alguna de ellas y escupiendo a otras en la cara, y golpeaban en los pies con la culata del fusil a varios falangistas y oficiales cuando estos eran interrogados.

Salustiano Quintela trató de pegar y tiraba de las barbas a un prisionero -que identificamos como José Fernández Marvá, jefe de la Falange ponferradina- al que Victoriano Caunedo tenía encañonado con fusil y bayoneta, y amenazaba este al comandante y a uno de los dos sargentos “con matarlos antes de llegar a Pola de Somiedo por ser los causantes de las heridas de su hermano”, alardeando además “de que le debían de dejar a una de las enfermeras por su cuenta”. Pidió Victoriano formar parte de la escolta de los prisioneros cuando con estos se reanudó el camino a Pola de Somiedo, pero no se lo consintieron, volviendo al día siguiente con los milicianos de guarnición en el Puerto.  

El comunista Salustiano Quintela Sarille –anarquista, según otras fuentes– aparece como mayor de milicias (comandante) en noviembre de 1937 en Barcelona, condecorado a finales de 1938 con la republicana Medalla de Sufrimientos por la Patria por haber sido herido en acción de guerra, y arribado al exilio argentino en el vapor Cuba en noviembre de 1940 como chófer mecánico de profesión.

Culpaban además a Victoriano Caunedo -tachado por varios convecinos de “peligroso para la Causa Nacional por ser de ideas avanzadas”- de haber emboscado el 1 de octubre de 1936, con otros milicianos, a varios falangistas (guardias civiles, según otros) que se dirigían en coche a Torrebarrio (o Torrestío) y dar muerte a uno de ellos (a varios, o a todos, difieren otros).

También le achacaban robos de ganado y el saqueo del palacio del vizconde de Torata. Y quemar la iglesia, los santos y la casa del cura de su pueblo (o de la aldea de Villarín, a cuyo párroco “despojó de la mula, pintando en las ancas de la caballería las letras revolucionarias UHP”). Por todo ello lo condenan a ser ejecutado por garrote vil, lo que tuvo lugar a las diez de la mañana del 27 de noviembre de 1937 en el patio de la Prisión Provincial, junto a Puerta Castillo, en la capital leonesa.

Su hermano Manuel Caunedo Reyero, que se presentaba y se entregaba a las fuerzas “nacionales” en diciembre de 1937 en Piedrafita de Babia, era procesado en la Causa 26/38 y condenado en marzo por rebelión militar a 30 años de reclusión.

Habían agarrotado un mes antes, a media tarde del 22 de octubre de 1937 y en el mismo lugar, a Genaro Arias Herrero ('El Pata', de 35 años) como culpable de las torturas y las muertes de los prisioneros de Somiedo. La misma bárbara pena pidió unánimemente el tribunal del consejo de guerra que condenó en abril de 1938 al joven minero de 21 años Valentín Blanco Álvarez (natural de Pardamaza), presentado a las autoridades al rendirse Asturias y también acusado de violar y dar muerte a las tres enfermeras astorganas tan solo por formar parte, como tantos, del Batallón 242 Guerra Pardo destacado en Somiedo en octubre de 1936, aunque no atendió el auditor de Guerra aquella petición y lo fusilaron el 22 de junio de 1938 en Puente Castro.

Otros nuevos detalles

Los otros sumarios referidos aportan además matizaciones, pormenores o ampliaciones novedosas de lo ya conocido. El expediente numerado 1009/41 hace referencia a Amalia de la Fuente Peral, nacida en Rosario, Argentina, y vecina de Magaz de Arriba, que contaba con 19 años en 1936, casada, perteneciente a las Juventudes Libertarias y que en julio de 1937 pasó por los Ancares a Asturias y desde allí fue “evacuada a Barcelona por Francia”.

Se trata de una de las jóvenes leales a las que culpan de haber asesinado a las enfermeras. Era apresada e interrogada pasados cinco años del suceso y negó siempre estar entonces en Somiedo, a pesar de lo cual sería encarcelada largo tiempo en las prisiones de Ponferrada, Astorga, León y Amorebieta. Finalmente, fue condenada por “las suposiciones” de dos milicianos, tampoco presentes en el lugar de los hechos, que tras sufrir un breve castigo en el Batallón de Trabajadores número 100 terminaban alistados en la Quinta Bandera de Falange de Badajoz.

Se esforzaban en noviembre de aquel año 1941 los represores franquistas en capturar a numerosos milicianos considerados partícipes en el “copo” del Puerto y en el traslado a Pola de Somiedo de los rebeldes tomados prisioneros, resultando que, al indagar sobre ellos y sus implicaciones, en el caso, muchos eran descartados y otros tantos estaban ya muertos o en Francia u otros lugares fuera de su alcance.

Conocemos también ahora, según los Sumarios 501/37 y 440/38, que cuando el 5 de julio de 1937 recuperaban los “nacionales” el Puerto de Somiedo, vengando las muertes de las tres enfermeras astorganas aniquilaban casi por completo a los efectivos del Batallón Asturias 272 que desde finales de abril lo defendían. De hecho, “el teniente Estrada y el sargento Agustín, de aquella Unidad, se suicidaban durante el combate, viéndolo perdido”. De paso, diezmaban además a los del Batallón Críspulo 243 llegados a las posiciones el día antes. Unos trescientos hombres en total. Capturaron asimismo a cien prisioneros, de los cuales la mayoría terminaban en prisión tras pasar por consejos de guerra (como los 16 sumariados entre las dos referidas Causas, apresados algunos por tropas de las “fuerzas moras”), o eran recluidos en campos de concentración y batallones de trabajo forzado.

Los gubernamentales que a finales de octubre de 1936 copaban y vencían a las fuerzas insurrectas en el Puerto enviaban en camiones desde Pola de Somiedo a los soldados prisioneros a Gijón. Allí eran algunos recuperados para los frentes republicanos, de los que varios se volverían a pasar con los rebeldes. Otros fueron llevados a construir como cautivos una carretera en el pueblo asturiano de Manzaneda, añadidos entonces a los golpistas apresados al ser rendido el 21 de agosto de 1936 el gijonés Cuartel de Simancas, que ya la venían construyendo.  

Algunos de los obligados a trabajar en aquel pueblo custodiarían más tarde a su vez a rojos recluidos en el astorgano Cuartel-Prisión de Santocildes, según tendría ocasión de constatar Manuel Rodríguez Folgueral, de 40 años, casado y padre de dos hijos (de nombres Lenin y Libertad), jornalero, socialista y concejal de Camponaraya por el Frente Popular en 1936. Así lo declara en el Sumario 215/38 en el que en febrero lo condenan por rebelión militar a 30 años de encierro y a la incautación de sus bienes por el Estado.

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León'. Con una 'Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web.

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