Las Cortes que anticiparon el Renacimiento
¿Rey por la gracia de Dios o por que el pueblo así lo decide? El debate iniciado por los pensadores medievales sobre la naturaleza de la Soberanía Regia era algo que en León, el reino más importante de la Europa Cristiana Medieval entre los siglos XI y XII, ya se tenía muy claro. Mientras Güelfos y Gibelinos combatían literalmente en los campos de batalla y en los políticos durante el siglo XII para defender la supremacía del Emperador sobre el Papa, o viceversa, en el reino del solar astur legionense tenían bien claro que el rey lo era porque el pueblo lo permitía. Tanto, que incluso por permitir, le concedía ser rey por nacimiento para cumplir con algún precepto divino que diera excusa al 'bien quedar' propio de estas tierras.
Los reyes de León siempre tuvieron claro que sin el pueblo no iban a durar. Ejemplos son Sancho I 'el Craso', que era tan gordo que al no poder montar a caballo le echaron del trono, aunque lo recuperó al final tras una cura radical de adelgazamiento en la Hispaniya musulmana, para morir envenenado pocos años después. Su sustituto entre medias, en el particularísimo Juego de Tronos leonés, fue Ordoño IV; al que llamaron probablemente de forma injusta 'el Malo' —hubiera sido mejor casi 'el Cobarde'—, tampoco fue precisamente adorado y duró poquísimo. Un reino en el que el monarca estaba obligado a ser el juez en la plaza de la Catedral de cualquier disputa entre un plebeyo y un noble, algo tenía en su estructura político y social que tenía que desembocar en el reconocimiento total de la plebe como actor que decidiera el destino de todo el territorio. Jugársela a un pueblo poderoso —que incluso impidió durante casi un año que Fernando I pudiera ser coronado en la catedral legionense, tras 'matar' a su cuñado Vermudo III en la batalla de Tamarón—, no parecía ser buen negocio.
Un reino en peligro
Las Cortes de la primavera de 1188 que se celebraron en León fueron la expresión máxima de varias cuestiones. La primera, la debilidad del nuevo rey niño, Ildefonso (o Alfonso), el llamado 'noveno' según la historiografía castellanizada española, pero que bien podría ser incluso el décimo si contamos a Alfonso Froilaz y Alfonso el Batallador con el lío de numerales que hay (el rey denominado Alfonso VIII sería como mucho el III de Castilla o en realidad el I privativo de ese reino), que se encuentra una madrastra que quiere arrebatarle el trono en favor de su hermanastro y una situación política económica delicadísima: asediado por su primo (el monarca castellano), su tío (el rey portugués) y con prácticamente ruina para levantar un ejército que solventara los ataques del Este, el Oeste y el potentísimo 'califato' almohade al Sur, que había notado la debilidad del reino leonés y quería aprovecharse oportunamente de ello.
Un joven que se encuentra con la situación más extrema que se pueda encontrar el viejo Reino, la cabeza del Imperio Hispaniense de su abuelo Alfonso el VII, el lugar desde donde el padre de su tatarabuela Urraca, Alfonso el VI, recuperó la capital visigótica, Toledo; él, con el mismo nombre que esos dos familiares tan excelsos, está a punto de perderlo todo. Y necesita una solución. Y que sea inmediata.
Seis siglos de Cortes Estamentales nacieron en el Reino de León
Alfonso el niño, cumplidos escasamente 17 años, se encuentra en una tesitura muy difícil. Sus consejeros (entre ellos el santo Martino), sabiamente, le hacen comprender que los beneficios del fuero de su otro antepasado, Alfonso 'el Noble' (nominalmente el V del reino asturleonés y el abuelo del VI) son deseados por la burguesía y los artesanos de todas partes de su reino. Además, su primo el Alfonso castellano había convocado, con voz pero sin voto, a la plebe en Carrión hacía días, mostrando ésta su disgusto por no poder decidir. Era el momento perfecto, el golpe de mano para que todos apoyaran al joven monarca, para que le cedieran los caudales necesarios que permitieran recomponer las mesnadas. El momento para demostrar que León era mucho más reino que ninguno. Y nada que no se hubiera hecho desde hacía más de cien años en la vieja capital y las otras ciudades del territorio legionense.
Las Cortes de 1188 no surgieron de la nada, León ya llevaba defendiendo derechos ciudadanos individuales más de 150 años.
Como se ve, los eruditos de la Corte Leonesa hilaban fino y aprovecharon la circunstancia para completar lo ya recorrido desde el año 1000. Las Cortes de León de abril de 1188 supusieron la declaración de los Decreta para todo el reino, un conjunto de derechos individuales y colectivos que ya se aplicaban desde 1017 en León y luego con asiduidad en varias ciudades y villas para todos: nobles, curia y 'cives' (ciudadanos). Sin embargo, no hay nada novedoso. “Las cosas no surgen de la nada”, afirma Fernando Arvizu Galarraga cuando habla de este Concilio 'supervitaminado' de finales del siglo XII. León es ya sede desde la segunda década del año mil de los primeros derechos individuales europeos que conformarían el Humanismo del Renacimiento y devengarían en la Democracia Occidental que surgió de la Revolución Francesa como Derechos Humanos. Seis siglos nada menos de Cortes Estamentales europeas (de 1188 en San Isidoro hasta pocos años después de su comienzo del fin en la Asamblea del Juego de la Pelota en la Francia revolucionaria de 1789) tuvieron origen en León.
A imagen y semejanza de Roma
Eruditos, expertos en legislación y escribidores del Fuero Juzgo, reino de monasterios importantísimos, una población que llevaba más de ciento cincuenta años haciendo valer sus derechos e 'imponiéndolos' a sus monarcas. Un 'locus apellationis' donde el leonés se ponía a la misma altura que el noble y sólo consideraba al Rey como árbitro de sus disputas. Una familia real que se mezclaba con ciudadanos que conocían perfectamente de sus cuitas y problemas, junto a sus asuntos más personales. 160 años después del Noble Alfonso V, con una estructura político social bien manida de un fuero donde se protegía la propiedad privada y se otorgaban derechos ante los juicios a las mujeres; que a partir de entonces pudieron heredar y defenderse ante los jueces sin el marido presente, entre otros muchos derechos. León ya había sido la ciudad que asumió y encumbró como propia a la primera Reina de Europa (Urraca, la abuela del nuevo joven Rey). Un territorio en el que se habían reproducido normativas de este tipo en otras ciudades (fuero el de León que, por ejemplo, es la base del de Logroño, a su vez el de los Fueros Vascos con el tiempo). Por no hablar de los primitivos concejos de los pueblos libres, asambleas democráticas sobre los bienes comunales cuyo origen se puede sondear a finales del siglo IX. Los leoneses estaban acostumbrados a ello de sobra. Todo estaba listo para que el pueblo hablara y decidiera, aunque fuera como 'brazo' o estamento, en las Curias o Concilios donde hasta entonces sólo se reunía nobleza y clero con el monarca para considerar el destino de todos.
León era una ciudad que asumió y encumbró como propia a la primera Reina de Europa; un reino en el que se habían reproducido fueros con derechos ciudadanos en otras muchas poblaciones a lo largo de 160 años.
Todo listo sí, pero son los consejeros de Alfonso los que en momento de debilidad sí ven y aprovechan una oportunidad de engrandecer al ya 'Imperium Legionense', el 'Regnum inter Regna' (el reino de reinos) de la Hispania Medieval. De ser ejemplo, y, de paso, conseguir el apoyo (más bien el dinero necesario) de todos sus súbditos. A imagen de la Vieja Roma —de donde surgió la muralla legionaria que protegía de forma más que sólida la ciudad donde se ubicaba la Corte de la monarquía legionense—, cuando cedió la ciudadanía a todos los habitantes de su territorio para solventar una de sus enormes crisis históricas.
Y San Isidoro acoge una reunión con nombres romanos. Tres brazos o estamentos, los 'bellatores' (los que hacen la guerra, los nobles), los 'oratores' (los que hablan, los cultos, la curia de la iglesia) y los 'laboratores' (los que laboran, trabajan, los ciudadanos burgueses y artesanos), que han de votar en mayoría (mínimo 2 a 1) para aprobar lo que el Rey les solicite o ellos al Rey; que debe aceptar lo acordado. Y en la basílica construida por Doña Sancha, donde estaría escondida a la vista de todos la Copa de Cristo, se crearon los Decreta aprobados con la palabra del pueblo llano, sin nobleza pero con la voz de la experiencia. La primera voz en Europa en la que se representaba a todos los habitantes de un territorio y que en 1189 volvería a reunir los tres 'brazos' en León en Cortes —de la que hay breve noticia sin que se sepa todavía qué asuntos trató— y que se haría itinerante con las Cortes de Benavente de 1202 (para volver a León en 1208 y regresar a la ciudad zamorana en 1228) y así dar sus primeros pasos en un hito que se haría universal.
27 años más tarde, en 1215, los nobles ingleses dijeron seguir el ejemplo de León para imponer su voluntad al desastroso hermano de Ricardo Corazón de León, Juan sin Tierra, con una Carta Magna que bebe de la avanzada legislación leonesa que pretendía recuperar para sí la gloria de Roma, de renacer como ciudadanos con decisión. Si España hubiera utilizado el cine como los anglosajones lo hicieron, no se habrían tardado varios siglos en reconocer como el germen de la democracia occidental, y el nacimiento de la Corte Estamental, a León en vez de a este documento en que los nobles imponen a su rey normando que no es Dios quien le pone en el trono sino ellos. Cosa que los leoneses ya habían demostrado bastante antes; justo lo contrario que los anglosajones, que durante siglos hicieron trampa histórica al considerar estos documentos germen democrático, cosa que nunca fue así, ya que en la carta magna inglesa no hay intervención alguna del pueblo llano.
Unas Cortes, las leonesas, de las que copian las aragonesas más de cien años después (1289) la introducción de representantes de las ciudades con voto, y que las castellanas no introducirían hasta 1250 en Sevilla (y por presiones de los leoneses, que no consentían no tener voto, además); lo cual demuestra que no es aquella Castilla la tierra libre y León la conservadora precisamente, como dicen los mitos de la Historia Romántica. Cortes que no se producen en partes del Sacro Imperio Germánico hasta 1232 o en Francia hasta 1302, e incluso en la propia Inglaterra con la participación del brazo del pueblo llano hasta 1265. La reunión de nobles y eclesiásticos del condado catalán de 1192 ni siquiera contó con el voto popular (se celebraron asambleas de tregua militar a la vez, pero ni siquiera en el mismo edificio). Así que León es el ejemplo de todo lo que muchos nacionalistas venden como anterior a Castilla... sin saber que lo copiaron precisamente gracias lo que ocurrió aquí, de forma separada al reino castellano... y en aquel mismo momento contra él.
Modelo de las democracias anglosajonas
Unos Decreta que Thomas Jefferson apunta como base para la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América, como “el referente más antiguo de las libertades de los hombres”. Unas Cortes de León que, debido al auge del castellanismo mal entendido se fueron olvidando y sólo en los últimos años, gracias sobre todo a las investigaciones del erudito y politólogo australiano John Keane (que afirmó rotundamente desde la propia universidad de Westminster que “la cuna de la democracia está en León y no en Inglaterra”) han pasado a ser consideradas como lo que de verdad fueron: el germen de la expresión del voto popular en los gobiernos de la Europa actual. ¡Qué sería hoy de la ciudad si hubiera sido inglesa!
Documentos clave que reconoció la Unesco el 11 de junio de 2013. Haciendo justicia a la labor de búsqueda de cierto autogobierno y el respeto al individuo de los leoneses desde hace ya más de mil años. Ahora queda, no obstante, hacer lo mismo con el Fuero de León. Dos años quedan para cumplir su mil aniversario. Y esa norma es la semilla misma de la ahora celebrada 'Cuna del Parlamentarismo'.
El germen de la democracia occidental nació en San Isidoro de León, sí. Nada más y nada menos. Solo falta la película para que se entere todo el planeta.