'Top Gun: Maverick', el poder de la nostalgia

Un fotograma de la segunda entrega de Top Gun, con Maverick pilotando.

Antonio Boñar

En verano de 1986 el capitalismo estaba ganando las últimas batallas ideológicas (el relato, que diríamos ahora) de la más larga de las guerras, la Guerra Fría. Norteamérica vivía un crecimiento económico desbocado y alimentado por las políticas ultraliberales de Reagan, mientras en el bloque soviético se comenzaba a intuir el colapso social que acabaría con el sistema comunista en apenas cuatro años. Estados Unidos volvía a ser esa sociedad consumista y optimista en la que parecía que todo podía ser posible. La idea del sueño americano estaba más gastada pero seguía siendo vigente, había que seguir vendiendo esa ilusión plastificada e ingenua de la tierra prometida.

En ese contexto triunfal y propagandístico se estrenaba una película pequeña, concebida en un principio como artilugio publicitario para vender la Marina de los Estados Unidos a los jóvenes patriotas sedientos de bandera. Lo que sucedió después es otra de esas historias de éxito inesperado con las que el cine nos sorprende cada cierto tiempo: Top Gun arrasó las taquillas de medio mundo y se convirtió en el perfecto paradigma del cine popular de esa década de los 80.

Ahora, 36 años después, llega la secuela de aquel inesperado blockbuster y vuelve a colonizar las taquillas con recaudaciones más propias de otras épocas en las que las salas de cine reinaban sobre televisiones y plataformas de streaming. Y lo vuelve a hacer con unos elementos tan simples (y en ocasiones vergonzantes) como efectivos y difíciles de conjugar. Hablamos de derrochar testosterona y virilidad chulesca de anuncio de colonia a raudales, por supuesto, pero también de un sentido de la épica y de la acción que es totalmente consciente de su condición de entrenamiento. Hablamos, en definitiva, de una buddy movie que muestra sin complejos todos los códigos del género: camaradería masculina, una historia romántica en segundo plano y aventura extrema.

Y también la cinta con la que Joseph Kosinski y Tom Cruise actualizan aquellos estereotipos masculinos de los 80 representa el triunfo y el poder de la nostalgia sobre cualquier otro tipo de consideración, con su sincera y hasta tierna evocación de la película original, con sus veladas referencias al paso del tiempo y, sobre todo, con la heroica reivindicación del disfrute del cine bajo la oscuridad de la pantalla gigante en estos tiempos de películas en plataformas.

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