'Pasión por los libros, pasión por el hombre'

Ricardo Senabre en 2003. Imagen: Leticia Pérez/Ical

Nicolás Miñambres

Primeros pasos en el Alma Mater

Este seis de febrero, en sus tierras de Alicante, falleció Ricardo Senabre. Alcoyano de pro, educado en Zaragoza, la mayor parte de su vida profesional se desarrolló en Salamanca y Cáceres, dos universidades donde dejó huella indeleble como catedrático de Teoría de la Literatura y sobre todo como maestro de sus alumnos, que pasaban a convertirse en discípulos: por encima de su condición profesional sobresalió siempre su condición humana.

No es mi objetivo llevar a cabo una relación de su labor científica, desmesurada e imposible de encajar en unas líneas. Pretendo más bien pergeñar unos trazos mínimos de su persona. Recordar el eco de aquella misteriosa fascinación pedagógica que siempre generaba en sus alumnos.

Lo conocí en la década de los sesenta en Salamanca, cuya universidad era vivero de egregias figuras intelectuales. Eran los tiempos del Mayo Francés, cuyos ecos empezaban a brotar tímidamente en las aulas salmantinas y en el Palacio de Anaya. Recuerdo, en mi deslumbramiento juvenil, sus clases en el artístico escenario del Patio de Escuelas, explicando Lengua para más de doscientos alumnos. Todos estábamos subyugados por el timbre de su voz y lo gratificante de sus observaciones a través de un micrófono, rudimentario a buen seguro. Al final del primer curso de los Estudios Comunes, descubrimos la primera sorpresa: antes de que existieran ni la posibilidad de reclamar la calificación de un examen... Senabre explicaba a cada alumno que no había superado la prueba del curso el motivo de su calificación negativa. En efecto: en el reverso de la papeleta, con una caligrafía impecable, el alumno descubría el motivo del suspenso.

Historia de la Lengua y la octava real (XLII) de Perito en lunas

En los cursos de especialidad en Románicas el camino académico se adentraba en cuestiones más profundas. Aparecían nuevas disciplinas, nuevos saberes y cierta profundización en las materias, apasionadas unas, áridas las otras. Al escribir estas notas apresuradas pienso todavía que era imposible que el estudio de la Historia de la Lengua española fuera una materia apasionante. El académico José Antonio Pascual y Ricardo Senabre, alternando las explicaciones, lograron tal milagro. Milagro era a fin de cuentas conseguir que cada clase diaria de materia tan abstrusa nos dejara a todos pendientes de las palabras de Senabre.

Por aquellos años se había empezado a revitalizar el Comentario de texto y nosotros tuvimos la fortuna de adentrarnos en él de la mano de Senabre. Fueron muchos los textos sabiamente desmenuzados por su sensibilidad lectora. Recuerdo de forma especial dos: la carta-poema de Antonio Machado “A José María Palacio” y la octava real número XLII de Miguel Hernández incluida en Perito en lunas. No me atrevo siquiera a expresar lo que, terminado el comentario, opinábamos todos de la autoría del poema, sentiría un intenso rubor. Pero sí quiero recordar la despedida del Maestro Senabre, expresada con su ironía habitual: “Lean ustedes a Miguel Hernández. Descubrirán a un altísimo poeta”.

Pasados los años empecé a vivir mi apasionante experiencia de profesor de literatura y ejercitar con mis alumnos adolescentes el placer del comentario de textos. He repetido en muchas ocasiones el comentario de esa octava de Miguel Hernández. De de forma invariable, al hacerlo sentía una honda emoción... especialmente si observaba que mis alumnos habían disfrutado un poquito con el poema. Pensaba entonces que, tal vez, me había acercado un poquillo a la magia de Senabre en los tiempos de mi juventud salmantina.

De crítica y críticos en el medio periodístico

Conozco a bastantes escritores y ello me permite las afirmaciones que expongo. Sé muy bien que existe entre ellos un absoluto respeto por los juicios de Senabre. Respeto y, en algunos casos, un cierto temor, especialmente a esos deslices léxicos o sintácticos que, de forma sutil y precisa, él reflejaba en sus críticas. Su capacidad lectora, el sustrato personal, la interpretación interdisciplinar de cualquier obra y una felicísima memoria eran las armas con las que defendía su incuestionable opinión. Y, esencialmente, su independencia que manifestaba siempre con ardor entusiasta. Pocos intelectuales pueden presumir de ello con parecida sinceridad. Nadie como él ejerció el valiente pero doloroso aforismo evangélico: la verdad os hará libres.

Lo dicho (una mera y urgente relación de pasadas experiencias personales) quiere ser un recordatorio de afecto y de admiración. A buen seguro estas palabras estarían atestiguadas siempre por los miles de alumnos que, en algún momento de nuestra vida, hemos presumido de ser discípulos de Senabre en aquellas aulas salmantinas o cacereñas. Considerarnos solo alumnos... daría un poco de pena.

Por todo ello... sit terra tibi levis, Magister

Nicolás Miñambres

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