Un 9 de abril, en el año 1821, nacía en París Charles Baudelaire, el autor de 'Las flores del mal'. Ese mismo día, 201 años más tarde, el cacabelense residente en Asturias José Yebra terminaba de componer el último de los poemas de 'El origen de la destrucción', su libro más reciente.
En la primera parte, el autor da rienda suelta a su “obsesión por la extinción” con los poemas “más pesimistas y crudos”, mientras que en la segunda parte vuelve a sus orígenes particulares para tratar de atisbar “ese fondo bueno, que aunque esté muy escondido, muy solapado, sí que lo tenemos y está en los orígenes de todo”. “Por mucho pesimismo realista que puedas destilar siempre queda un hilo para la esperanza”, apunta.
Se trata de un viaje a la inversa, que “empieza por el final para llegar al principio”, explica Yebra. En el inicio, la visión apocalíptica, influida por la obra de autores como Cormac McCarthy, convierte al libro en una especie de “última esquela colectiva”. Esta primera parte arranca con un relato breve sobre el fotógrafo que tuvo que retratar al último ejemplar de rinoceronte blanco del norte, una especie de avance del día en que desaparezca el último ser humano del planeta.
En las páginas siguientes, el lector se topa de frente con la mirada “algo compungida, sí, aunque con todo el orgullo que ellos pretendían desterrar” de la joven polaca Czeslawa Kwoka, recluida en el campo de concentración de Auschwitz con sólo 14 años por ser comunista. “¿Qué conciencia podía tener la muchacha?”, se pregunta el autor. “Cierro con cuidado ésta, la última puerta, poco antes de abrigarme con la manta definitiva de la dulce extinción”, reza uno de los versos finales de esta primera parte.
La violencia de género, la adicción a las redes sociales o los seres que viven “al otro lado de los espejos” forman parte de un paisaje plagado de referencias literarias y musicales, entre las que se cuentan escritores como Chuck Palahniuk, Fernando Pessoa o William S. Burroughs y músicos como Jello Biafra, David Bowie o Franco Battiato.
Regreso a los orígenes
En la segunda parte del libro, Yebra se sumerge en “la sitcom barata del streaming de la maldita memoria” para revivir su infancia en Cacabelos a través de recuerdos de la última pedrada recibida durante la niñez o de la sensación de libertad y transgresión que suponía saltar a las aguas del Cúa desde lo alto del puente que lo atraviesa.
A partir de un relato de los indios Omaha sobre la creación del mundo, el autor rebusca en cajones y desvanes para encontrar sus orígenes particulares vinculados a momentos como limpiar las botas para ir a misa o lavar el pelo a las clientas de la peluquería de su madre. “Mi madre tenía espías, todo lo que yo hacía por la calle acababa siempre en la peluquería”, recuerda con una mezcla de resignación y ternura.
La “potente educación religiosa” recibida por su generación aflora a lo largo de estos poemas, desde “una conciencia alejada de toda esa visión” creada ya en la edad adulta. “Quieras o no quieras te acaba influyendo y aséntandose en tu disco duro”, reconoce Yebra, que confiesa creer más en Brian que en Jesús, en referencia al mítico personaje de la película de Monty Python. “Dejamos muy pronto de ir a misa porque las hostias en la calle eran mucho más divertidas”, reza -nunca peor dicho- uno de los versos de esta parte del libro, en la que el autor también parafrasea a Santa Teresa de Jesús para admitir ante un ser todopoderoso que “creo sin creer en ti”.
Desde una “posición de español de regular tirando a mal” -“a veces parece que hay que hacer unas oposiciones y cumplimentar unos formularios para ser un español de bien”-, Yebra también descarga su ira contra los intentos de imponer una idea única en poemas como 'Higiene del silencio' o 'Ama la bandera'. “La manera de ver un país es múltiple y diversa”, defiende el autor.
Esta segunda parte se completa con una particular versión del clásico 'Cuento de Navidad' de Charles Dickens en tres actos, el primero de ellos en forma de soneto en alejandrinos como “homenaje evidente” a la obra del británico. “Hay que tener respeto siempre a los clásicos”, señala Yebra, que defiende la idea de que “la poesía es libre pero requiere estudio”. Al respecto, se reconoce fascinado por “esa especie de puzles” de la poesía más ortodoxa y valora el desafío “casi imposible” que suponen cuestiones como trasladar el pentámetro yámbico de Shakespeare a la lengua española.
“Siempre primero a mano”
Aunque el libro se empezó a escribir a finales de 2019, la crisis sanitaria vivida durante los dos últimos años también impregna las páginas dejando tras de sí el aroma a incertidumbre que rodeó los meses más crudos del confinamiento. “Procuro evitar las palabras pandemia o virus”, apunta Yebra, feliz de poder retomar “la porción de vida que se nos había ido” de la mano de la mejoría de los datos sanitarios.
Al respecto, reconoce que este periodo fue prolífico en cuanto a la creación literaria, dejando tras de sí media docena de cuadernos rellenos de ideas. “Tampoco escribo de una manera muy organizada. Los poemas los escribo siempre por separado y primero a mano, luego adquieren coherencia entre ellos y se convierten en una unidad casi sin querer”, explica.
Publicado por Más Madera, la editorial surgida al calor de la asociación Alternativas, que agrupa a creadores, escritores, músicos y artistas de Asturias, el libro se presentó el mes pasado en Oviedo, la ciudad en la que reside el escritor berciano desde finales de los 80 y en la que ejerce de profesor en el IES La Corredoria. Para las presentaciones en la comarca habrá que esperar hasta este mes de julio, cuando el autor recalará en municipios como Ponferrada y Carracedelo.
Los anteriores libros de Yebra llevaban por título 'Otra lengua extinta', 'Sedentarismo aplicado', 'Aburrimiento científico para soldados distópicos' y 'Cacabelos Stories'. Sus versos también están estampados junto a uno de los pasos de cebra de la avenida del Castillo, como parte del proyecto 'Poetizando Ponferrada'. Además, es el creador del blog 'Viajes al fondo del Alsa', una bitácora digital fruto de la amaxofobia o pánico a conducir que padece y que le obliga a viajar siempre a bordo del asiento 53 de los autobuses.