José Luis Puerto, escritor: “Hemos perdido la capacidad de interpretar el mundo contando”

Fue de los últimos en vivirlas y ahora ha redondeado la manera de documentarlas. El escritor José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca, 1953) todavía se recuerda de chaval participando (y disfrutando) de las reuniones vecinales en el rural alrededor del fuego. Y acaba de completar un rastreo de largo recorrido ampliando el foco para abordar la diversidad terminológica (más allá del ahora preponderante filandón) y geográfica (más allá incluso del noroeste para bajar por la franja oeste hacia el sur de la península ibérica) además de reseñar las referencias literarias, filológicas, etnográficas y del derecho consuetudinario. Este poeta que aquí saca su vena de ensayista ofrece conclusiones de su desaparición: el impacto en sociedades que han perdido capacidad narrativa y que ahora viven de espaldas a la naturaleza. Todo eso y mucho más es su nuevo libro, Veladas campesinas de invierno en el ámbito leonés, editado por el ILC (Instituto Leonés de Cultura) a través de la mítica colección Breviarios de la calle del Pez.
Puerto todavía vivió en primera persona a mediados del siglo XX veladas cuya muerte se venía presagiando ya desde el siglo XIX. En su pueblo adoptaban la denominación de seranos. Y conservaban muchas de sus señas de identidad: el fuego como epicentro, el relato de la vida diaria y los trabajos manuales, en este caso desgranar las alubias (los frejones en el habla local). Se trataba de rituales con sus propias paradojas, sin ir más lejos la de juntar a un importante número de personas de noche en la España franquista en la que estaba prohibido el derecho de reunión. Las citas comenzaban muchas veces con el rezo del rosario (“recuerdo rezos por las ánimas benditas del purgatorio”, completa el autor) y terminaban con guiños con connotaciones de tipo sexual hasta ponerlas en el punto de mira de la Iglesia católica. “No le he dicho a mi madre / que tengo novio, / que si no no me deja / ir al hilorio”, recitaban en Villamondrín de Rueda (Valdepolo).
Hilorio, hilas, hilandares, filandorios, filandones, fiandones, hila, fila o jila son algunas de las denominaciones repescadas vinculadas al hecho de hilar, una de las labores más características de este tipo de reuniones. Pero el rastreo también incluye los seranos, con presencia en zonas leonesas, zamoranas y salmantinas, sin olvidar los calechos (reuniones muy similares, pero que se celebraban antes de la cena). El libro, que amplía la perspectiva geográfica para integrar al noroeste y bajar hasta Extremadura, tiene vocación de abrir el abanico cuando ahora el término recurrente es el filandón, algo que el autor atribuye al impacto del suplemento literario homónimo de Diario de León y a la película de Chema Sarmiento El filandón, ambos de mediados de los años ochenta. Y ahora el término ha quedado asociado a veladas de valor literario como las que llevan por el mundo adelante autores leoneses tan renombrados como Luis Mateo Díez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio.
Asentado en la provincia de León desde los años noventa, José Luis Puerto emparienta esta derivada con el resurgimiento de otros elementos de la cultura tradicional como los pendones y los ramos leoneses, ahora omnipresentes en espacios privados y públicos (“hasta en El Corte Inglés”) por Navidad. “En las sociedades nuestras más bien urbanas hay también una necesidad de buscar anclajes y signos de identidad que nos hagan ver que tenemos un patrimonio. Y se han rescatado y reinterpretado”, sostiene con otro ejemplo, el de la Vieja del Monte, una figura con escasas referencias bibliográficas (el autor reconoce que la descubrió en una conversación con una mujer en Babia), considerada como “anciana buena” como contrapeso a las brujas y convertida ahora en una especie de Mamá Noel.

Y es que la labor recopilatoria se conjuga con reflexiones sobre los efectos de la desaparición de este tipo de veladas en su concepción original. Puerto tira del hilo de las consideraciones realizadas en su día por el filósofo alemán de origen judío Walter Benjamin. “¿Quién encuentra gentes capaces de narrar como es debido?”, se preguntaba en su obra Discursos interrumpidos I el autor, fallecido en 1940. “Hemos perdido”, abunda Puerto, “la capacidad de interpretar el mundo contando. Ya no tenemos argumento. Hemos perdido la capacidad de la oralidad, de la transmisión oral. Y hemos perdido esa capacidad que tiene la palabra para, en la medida que se va narrando, fascinar al oyente”. La herencia que sí ha podido quedar vigente se testimonia en escritores leoneses que han bebido de esa tradición para volcarla fundamentalmente en narrativa breve que, a través de sus “dotes personales”, lleva a la máxima expresión el “lenguaje muy hermoso y muy rico” de la zona, indica el autor, Premio de las Letras de Castilla y León 2018.
En las sociedades nuestras más bien urbanas hay también una necesidad de buscar anclajes y signos de identidad que nos hagan ver que tenemos un patrimonio. Y se han rescatado y reinterpretado
La desaparición de estas veladas también supuso una ruptura del eslabón generacional. “Mi madre tenía buena memoria. Lo que en el fondo estaba recibiendo era toda la memoria oral del siglo XIX del pueblo. Y luego ella también la transmitió”, dice al remitirse a sociedades que, además, vivían al compás de la naturaleza. “Y ahora vivimos de espaldas al cosmos”, apunta el escritor. Las veladas se celebraban fundamentalmente en otoño y en invierno para no interferir con los ritmos del trabajo en el campo. “Antes la gente sabía la hora por las estrellas y ahora no”, enfatiza Puerto para referirse a esa suerte de “reloj biológico” que incluso marcaba el final de las reuniones con la alineación en el cielo de Las Tres Marías, el Cinturón de Orión, poco después de la medianoche. “Cuando las Tres Marías / van al Calero / salen todas las mozas / del filandero”, recitaban en la comarca de Gordón.
En recesión desde el progresivo cambio de sociedades campesinas a industriales y el éxodo rural, la entrada en escena de la radio y, sobre todo, de la televisión dio la puntilla a las veladas. “Se impuso el silencio”, dice con la experiencia personal de cómo la vida doméstica pasó de la cocina al comedor, donde sus tías maternas pusieron la televisión sobre un aparador. Claro que aquel aparato que encandiló a las familias también causaba algún “espanto”, como a la vecina mayor de su pueblo que vio salir imágenes de una caja en el bar de la plaza sin alcanzar a entender aquel fenómeno: “Se santiguó y dijo: 'Esto es obra del demonio'”.

La preponderancia de los medios audiovisuales convirtió en pasivas a sociedades que ahora afrontan una revolución tecnológica que, teóricamente, sí ofrece más posibilidades para interactuar. “Estamos en un cambio de época. Y como estamos en el principio de otra época no sabemos cómo va a ser la deriva”, reconoce ahora que la inteligencia artificial añade interrogantes sobre el futuro. Puerto completa el análisis al subrayar la amenaza que se cierne sobre Europa, sometida en la coyuntura actual a un “fuego cruzado” desde occidente y oriente, para instalarla a “levantar la voz” para defender su vigencia como “faro civilizador” del que devienen valores como el humanismo y la ilustración.
El tiempo viaja ahora a toda velocidad cuando parecía detenerse en aquellas veladas con sus propios rituales. El libro recoge testimonios literarios y etnográficos que van desde el Marqués de Santillana hasta Antonio Pereira y Luis Mateo Díez pasando por Enrique Gil y Carrasco. “Por las calles del pueblo se oía el cha-ca-cha de los clavos de las galochas golpeando el irregular empedrado”, escribió sobre la llegada de los participantes a las reuniones en Noceda del Bierzo Felisa Rodríguez. La salida, narrada por José Luis Alonso Ponga y Amador Diéguez Ayerbe, es el mejor punto final: “La comitiva se deshace lentamente. Por un momento recorre el pueblo un galocheo acompasado y el débil resplandor de los fachizos de paja, que ponen una nota de alegría luminosa en la terrible oscuridad de la noche berciana. A lo lejos, el mozo más remolón aún entona con voz ronca: 'La despedida les doy / poco tiempo va a durar / que en el filandón de mañana / nos volvamos a encontrar'. Después se hace el silencio”.