Los caminos inescrutables del arte que emerge y se entrelaza al otro lado del Bernesga en León
Los caminos del arte parecen inescrutables al otro lado del Bernesga desde la perspectiva de León capital. Y se entrecruzan. El mismo año 2011 en que Gemma García decidió dar vuelo en el barrio del Paraíso Cantinas a su escuela y taller inicial hasta montar la galería Cinabrio, apenas a unos metros de distancia Pablo Martínez hacía lo propio con su tienda de enmarcación para estrenar Espacio E. La primera, en la calle Gran Capitán, y la segunda, en la calle Azorín, están radicadas en Trobajo del Camino, ya casi en la frontera del municipio de San Andrés del Rabanedo con el de León. “A veces me dicen que esto tendría que estar en el centro”, reconoce Martínez, que responde a esa sugerencia con una pregunta: “¿Y por qué aquí no?”.
Cuando Efraim Ortega y Jonathan Notario aterrizaron y se dividieron en 2021 un inmueble usado como vivienda y garaje del chófer de un responsable de Renfe hasta convertirlo en La Casa Magnética hacía ya un par de décadas que Juan Rafael Álvarez y Eloísa Otero habían acondicionado una antigua escuela de soldadores ferroviarios que luego fue pastelería en un espacio artístico bautizado más tarde como Isla Bukanera. Los dos están también apenas a unos metros de distancia en la calle Gómez Salazar, cada uno en una acera de un vial desde el que la vista se asoma al Palacio de Exposiciones y la Estación de Tren. En el barrio ferroviario, despunta la creación artística. “Nosotros nos consideramos currantes del arte. Así que este es un entorno muy adecuado”, sentencia Ortega.
Eduardo Fandiño y Mónica Alija todavía no se conocen. Y están también en la misma calle, también a pocos metros de distancia, también a ambos lados de la acera de Relojero Losada, en el barrio El Crucero de León, ya en un vial fronterizo con Trobajo del Camino. Fandiño ocupa desde antes de la pandemia un bajo comercial ubicado al comienzo de la calle entrando desde la Avenida Quevedo para usarlo como lugar fundamentalmente creativo: Sitio EF. Al final, tras pasar por un puñado de locales cerrados, emerge el tono azul de La Cabaña, el lugar en el que Alija da forma a un espacio creativo, pero también didáctico, expositivo, comercial y hasta representativo. A ella, la última en incorporarse a este circuito cultural, hay gente que le hace una confesión que trasciende lo geográfico en este relato periférico: “¡Qué bien que haya esto en León!”.
El caso es que en un radio relativamente pequeño confluyen al menos seis espacios artísticos, cada uno con sus características y circunstancias, ninguno vinculado a otro, unos en la zona oeste del municipio de León y otros en la este del de San Andrés. “Al otro lado del río” Bernesga, dicen algunos para englobar geográficamente el área enfocándola desde el punto de vista del centro de León. Otros fijan también como frontera las vías del tren, las que de algún modo forjaron barrios y edificios sobre los que ahora se asientan proyectos que les dan un valor añadido. Y otros huyen de la dicotomía centro-periferia. Al final, concluyen, todo es periferia.
Cuando en 2011 Gemma García amplió el taller montado en un local perteneciente a sus padres y compró otro anejo para añadir una galería ya habían pasado los peores momentos. “Los comienzos son duros. Mis padres estuvieron ayudándome”, cuenta para situarse en 1997 renunciando a una plaza en la docencia para liderar una escuela, tienda de bellas artes y estudio de enmarcación bautizado primero como Gelb Atelier. Hubo más situaciones complicadas. “Con la crisis de 2008 llegué a pensar en cerrar”, admite. Fue en 2011 cuando el proyecto tomó vuelo, literal y figuradamente, al estrenar Cinabrio, la mariposa que está detrás del nombre elegido para bautizar una galería bendecida por tres académicos como Salvador Gutiérrez, José María Merino y Luis Mateo Díez, cuyo libro de relatos Los males menores inspiró la exposición con la que estrenó el espacio la propia García, que le dio luego una vuelta de tuerca para poder tomarse una cerveza mientras se disfruta de las obras.
Cuando en 2011 Pablo Martínez estrenó como recinto físico Espacio E (el nombre tiene que ver con Estilo, la tienda de marcos y molduras sobre la que se asienta la galería) ya hacía casi una década que había registrado la marca y llevaba años implicado en exposiciones en otros lugares. Electricista de formación, siempre le gustó trabajar con las manos. Estrenó Estilo en 1994 en la calle Azorín, a unos metros de distancia del actual emplazamiento. De su vínculo con Ramón Villa y Germán Morán surgió una relación con los artistas que acabó por consolidar Espacio E, que hasta la pandemia del coronavirus había servido de primer lugar expositivo para más de una treintena de autores y que pondrá un punto y aparte en el próximo año 2025 con la idea de dejar una muestra fija mientras el proyecto sigue volando en otros espacios como el Camarote Madrid.
“Al final resulta difícil en León hacer cosas fuera de un circuito oficial muy determinado”, cuenta la periodista Eloísa Otero, cuyo antiguo blog de poesía Isla Kokotero sirvió de inspiración para grabar la bandera que ondea (el viento la ha replegado el día de la visita) en Isla Bukanera. “Somos un poco anarquistas”, ríe mientras su pareja, Juan Rafael Álvarez, distingue bucaneros y piratas (“los bucaneros no rinden tributo a la corona”). El espacio, que en una primera etapa fue hasta lugar de rodaje de cortometrajes o de realización de escenografías para teatro, se ha consolidado desde 2020 fundamentalmente como taller de pintura de Álvarez, que en una familia con abuelo herrero, madre modista y padre ebanista parecía predestinado a seguir trabajando con las manos.
Cuando Jonathan Notario regresó de Madrid a León, se asentó primero en un local cercano al Parque de Quevedo que había sido la panadería en la que compraba de pequeño. Efraim Ortega ya había compartido en su Córdoba natal espacio en una nave con otros siete artistas cuando apareció la oportunidad de ocupar un viejo inmueble de Renfe. “Esto en Madrid sería imposible para dos”, cuenta. La Casa Magnética vino por una asociación de ideas: por la electricidad relacionada con su origen y por sus nuevos moradores, “dos artistas como polos opuestos en el arte contemporáneo”. Y así se dividieron el espacio: abajo para las esculturas de Ortega y arriba para las pinturas de Notario, que también aprovecha para deconstruir trabajos recientes como fotoperiodista.
Eduardo Fandiño también ocupó temporalmente una casa antigua de adobe de su abuela en La Virgen del Camino cuando regresó de una formación artística que incluyó una experiencia en Alemania. “Me volví convencido de que no iba a ser tan difícil encontrar un trabajo digno”, cuenta ahora que desde hace un par de cursos compatibiliza la docencia con la creación en un local que le permite contar con un sótano para el almacén y otro para desarrollar proyectos de largo alcance que se plasman fundamentalmente a través de vídeos y fotografía analógica hasta poner una paradoja con toque sentimental. Y es que el bajo comercial en el que se asienta Sitio EF (sus iniciales en un grafismo que lo identifica) fue en su día estudio fotográfico. Como si tirando de la película de un carrete se enlazaran los dos proyectos.
He notado que la gente ya no viene sólo a pintar y a dibujar; vienen a socializar. El arte se ha convertido en una terapia
Mónica Alija iba por El Crucero buscando un local. “Hasta que este local me encontró a mí”, cuenta. Tras trabajar como camarera, fue al quedarse embarazada cuando su marido la instó a desarrollar su formación artística. Después de usar un taller de forma particular en la Plaza El Bierzo, llegó a la calle Relojero Losada, donde las dimensiones de un bajo que tuvo su último uso como tienda de motos le permitieron expandir su idea original de crear y dar clases hasta poder montar una galería, dedicar un espacio a la venta de artículos de arte y hasta ser escenario para representaciones. La Cabaña, nombre elegido por ser fácil de recordar y de pronunciar para los niños y por evocar a un lugar en el que refugiarse, va a cumplir seis meses y su dueña se va amoldando. “Al principio pensé que no iba a poder con todo”, suspira.
Habiendo superado las dificultades de los comienzos y de la crisis de 2008, Cinabrio encontró en la pandemia una ventana de oportunidad. Y no sólo porque la suspensión durante meses de las clases extraescolares en la educación reglada provocara un trasvase de escolares ya importante con un colegio a tiro de piedra. “He notado que la gente ya no viene sólo a pintar y a dibujar; vienen a socializar. El arte se ha convertido en una terapia”, sostiene Gemma García. Con la crisis sanitaria “todo cambió de golpe”, advierte desde Espacio E Pablo Martínez, al advertir un vuelco todavía mayor hacia el mundo digital y las redes sociales mientras sigue mostrándose partidario de los formatos más convencionales.
Para el 15 de marzo de 2020 estaba programada la inauguración de Isla Bukanera tras tres años de paréntesis en los que el local estuvo alquilado a una tienda de pinturas. La pandemia fue un tiempo de creación, y también resultó de inopinada visibilidad para este espacio ubicado en una zona recurrentemente elegida como paseo durante la desescalada y como lugar de acceso al Palacio de Exposiciones durante los períodos de vacunaciones. Con mascarillas y prueba COVID preventiva recuerdan Notario y Ortega el contexto de una inauguración que tuvo que ser aplazada por una nevada en noviembre de 2021. La pandemia puso alguna zancadilla e interrogantes, pero también fue alidada a la hora de dejar tiempo para crear. “Lo cogimos con muchas ganas y hemos producido muchísimo”, señala Ortega.
Me siento cómodo aquí. Me gusta el comercio de proximidad. El centro tal vez daría más visibilidad. Pero los barrios son más económicos
El siguiente paso, la exposición, presenta un problema que algunos de estos espacios vienen a resolver. “Yo no podía exponer en la década de los 2000 en León”, advierte Gemma García desde Cinabrio. Pablo Martínez da facilidades desde Espacio E. “Lo único que pido es que me guste. Con que me llame la atención es suficiente”, señala para desvincularlo del rédito económico cuando las ventas son muchas veces anecdóticas. Mónica Alija sujeta la galería de La Cabaña sobre varias premisas: dar oportunidades a artistas locales y/o emergentes, resultar asequible (“no tienen que pagar nada por exponer”) y dar oportunidad al barrio para surtirse de arte “sin gastarse un dineral”.
Los seis espacios han dado respuesta a los interrogantes desde un barrio. De camino a por un café en El Crucero, una vecina se para a hacerle una pregunta a Eduardo Fandiño. “Me siento cómodo aquí. Me gusta el comercio de proximidad. El centro tal vez daría más visibilidad. Pero los barrios son más económicos”, reflexiona con un matiz añadido: el de la comodidad de vivir en el mismo edificio hasta buscar la misma fórmula en caso de mudanza. Aunque hay quien avisa de que a veces los propietarios plantean para estos espacios alquileres idénticos a locales comerciales, estar en la periferia desahoga las cuentas. Y supone un extra de tranquilidad. “Para trabajar es mejor aquí. Y para traer y descargar los materiales también”, aporta Juan Rafael Álvarez, mientras Eloísa Otero extrapola hasta identificar Gómez Salazar con “la última bocacalle de Ordoño”.
Conscientes de que muchas veces las fronteras son “barreras psicológicas”, los artistas y gestores de espacios (que reconocen como asignatura pendiente poder organizar jornadas de puertas abiertas e intercambiar experiencias) reflexionan finalmente sobre el concepto de periferia hasta sugerir Efraim Ortega una “doble” por estar en León lejos de las grandes capitales, pero compensada por un Musac que les supone un trasvase de comisarios de muestras o periodistas especializados. A su lado, Jonathan Notario se pregunta y se responde para poner el colofón: “¿Cuál es el centro y cuál es la periferia? Yo no me siento en la periferia de nada. Siempre eres la periferia de algo. Al final lo importante es estar activo y estar relacionado”.