Historias de veraneo

El viaje vital de una leonesa que volvió de una ciudad de seis millones de habitantes en Australia a un pueblo de cien

Ana González, la leonesa que volvió de una ciudad de seis millones de habitantes en Australia a un pueblo de cien.

Elisabet Alba

Ana González es de León León. Llevaba un bar con una amiga en el centro de la capital cuando en 2015 se atrevió a lanzarse a la aventura. Hizo las maletas y, animada por ver en la tele a un leonés en Sídney (Australia), cogió un avión que la dejó en Melbourne, la tercera 'capital' australiana. Una ciudad de seis millones de habitantes que fue su casa durante siete años y que hace uno cambió por un pequeño pueblo de poco más de 100, ya de vuelta a casa y con montones de experiencias que nunca va a olvidar.

Llegó a la 'isla' más grande del mundo con un visado de turista que cambió en cuanto pudo por uno de estudiante y se metió de lleno en la cocina, figurada y literalmente, lo que le permitió dar el salto al visado de trabajo. “Era como Paco Martínez Soria”, bromea, “con un nivel de inglés muy básico” en un país en el que “su segundo o tercer 'negocio' son las autorizaciones de residencia y de trabajo” que conlleva, indiscutiblemente, prueba de idioma. Se encontró una ciudad “fácil, con gente muy cívica y participativa” pero llena de trabas administrativas para echar raíces.

“Los dos primeros años fueron terribles” y “el tema de los visados agota mucho”, reconoce a ILEÓN. Cocinaba platos típicos españoles en Chato Tapas, un restaurante de carta en el que hablaba a sus clientes de León, de la Catedral y de los carros engalanados de San Froilán. Hasta coló el Parador de San Marcos en el menú, en forma de pescado ahumado, y consiguió que algún australiano se acercase a la provincia en sus vacaciones a España. Pero de repente la pandemia de coronavirus lo cambió todo. Puso en cuarentena domiciliaria Melbourne al completo durante casi un año y el restaurante solo servía comida para llevar. “Hubo mucho racismo, también desde el propio Gobierno australiano, y nos llegaron a pedir a los extranjeros que nos fuéramos. Muchos lo hicieron entonces y yo solo podía pensar que no iba a volver a ver a nadie de mi familia”.

En abril de 2022 vino de vacaciones después de un tiempo que se le había hecho eterno y en julio, a punto de recibir el permiso de residencia por el que llevaba luchando desde que llegó a Australia, se volvió definitivamente. “Me llevo experiencias que nunca voy a olvidar, gente de todas las partes del mundo con las que creas vínculos para toda la vida. Me reencontré conmigo misma y he vivido cosas increíbles”.

Lo primero que pensó cuando puso un pie en León fue que toda su familia y amigos estaban vivos y bien. Lo segundo, que nada había cambiado tanto como ella había pensado. “Han cambiado cuatro comercios. Nada más. Tengo la sensación de que es todo muy moderno, la gente, la forma de vestir, de moverse... en Australia son muy arcaicos, ¡muy vintage!”

En su mente estaba la idea de comprarse una casa y poner en marcha un proyecto rural, pero nuevamente la casualidad marcó su destino. Una amiga le pidió que fuese a ver el TeleClub de Cifuentes de Rueda y firmó un contrato de un año. “Yo venía con unas condiciones de trabajo muy buenas. Empecé primero en un comedor universitario que paró en verano y me surgió la oportunidad del TeleClub. Y aquí estoy”.

El TeleClub de Cifuentes de Rueda cumplió 50 años mientras ella vivía en Australia. Hoy en día es uno de los pocos que quedan en España, después de los 6.000 que llegó a haber en el boom de la década de los 60, y sigue siendo el centro neurálgico del pueblo. “Un pueblo sin bar es un pueblo muerto”, sentencia Ana, que cuenta con ternura que “hay un señor que viene todos los días con su tacatá. Cómo iba a decir que no si ellos solo buscaban a alguien que lo mantuviera abierto”.

Levantado piedra a piedra en 1968 sobre lo que fue un cementerio primero y un molino para triturar el trigo para dar de comer a los animales después, el TeleClub de Cifuentes de Rueda sirve de espacio para jugar la partida diaria, hacer chocolatadas y comidas populares, dar clases de gimnasia y de pilates, de colegio electoral y de escenario para obras de teatro. “Me apetecía venirme al medio rural y acercarme al pueblo”, cuenta Ana, y no encontró uno mejor. Como lo suyo es la cocina, desde el principio ofreció a sus clientes tapas típicas leonesas, porque “la gastronomía australiana es cero. No tienen una gastronomía propia” que poder replicar a 17.000 kilómetros.

Abre todos los días, salvo el lunes que descansa. De la mañana a la noche. “Era mucho trabajo para mí sola”, por eso ha creado dos puestos de trabajo. Un chico joven del pueblo que la ayuda en la cocina y una chica que le echa una mano con la limpieza. Vayas cuando vayas siempre la vas a encontrar entre fogones cocinando unas mollejas o una tortilla o detrás de la barra y del cartel tallado en madera 'TeleClub Anita' que le hizo un cliente de 91 años. “Soy muy afortunada”, dice, por recalar en la pequeña localidad con 110 censados de los cuales aguantan los inviernos viviendo en el pueblo la mitad y en el que ella, que vivió algo menos de una década en una ciudad de seis millones de habitantes, es ya una más.

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