Tambarón y Catoute, guardianes del tesoro escondido de León: Palacios del Sil
Como si de un cuento de Las Mil y Una Noches se tratase, el territorio del municipio de Palacios del Sil deberíamos poder visitarlo sentados sobre una alfombra mágica voladora, para apreciar en una visión de conjunto la exclusiva belleza del territorio y embebernos del aroma de este paraíso oculto. Antes de descender al suelo para recrearnos entre sus pueblos, caminos, bosques, gentes o leyendas.
Este municipio del Bierzo, por adscripción administrativa, constituye junto con el municipio de Villablino lo que se llama Alto Sil, proyecto de Parque Natural de la Junta de Castilla y León, que lleva casi treinta años existiendo sobre el papel como una idea que no acaba de materializarse, primero unido a Los Ancares y hoy ya desglosado en dos: Ancares y Alto Sil.
Un área geográfica, esta del alto Sil, a la que algunos historiadores asturianos denominan 'Las Asturias de León', porque de antaño tuvieron unas intensas relaciones socio-culturales con el suroccidente asturiano, con el que comparten límites. Pertenecieron ambos al obispado de Oviedo hasta el bienio 1955–1956, en que se adscribieron ambos al obispado de León. Y comparten además una lengua vernácula, el pachuezo, también llamado por algunos como bable occidental, con un área de distribución amplia entre el suroccidente de Asturias y el noroccidente de León.
Todos estos condicionantes señalan la peculiaridad de estas tierras y sus gentes, sus hábitos, prácticas y costumbres. Que aún perviven entre sus habitantes repartidos en las once localidades del municipio. Sembradas sobre el terreno, cinco asentadas en las veredas del río Sil que da sobrenombre a casi todas ellas. A saber, de norte a sur sobre el cauce fluvial: Villarino del Sil, Mataotero, Cuevas del Sil, Palacios del Sil y Corbón del Sil. Sobre algunos de los valles de la margen derecha de la corriente, Tejedo del Sil, Susañe del Sil y Valdeprado y en los valles del otro lado del río Salientes, Matalavilla y Valseco.
Primero los elementos erosivos, hielo, nieve, agua y viento fueron configurando una orografía de valles profundos. Los de menor altitud en torno a los 800 metros, flanqueados por montañas abruptas con laderas de fuertes pendientes, en las que algunas cumbres alcanzan los 2.000 metros (con los icónicos picos Tambarón y Catoute como símbolos).
Dibujando sobre la comarca las señales de su paso, como si un oso gigantesco hubiese hundido sus zarpas sobre el suelo, señalando con ellas sus dominios. Como hacen los osos actuales dejando sobre los árboles de sus bosques con sus zarpazos las marcas de los límites de su territorio
Después una vegetación de tendencia agreste cubrió el suelo, para dar refugio al profuso y variado catalogo actual de fauna silvestre. Sin duda uno de los mejores, si no el mejor conservado y amplio de toda la Cordillera Cantábrica.
El hombre fue el último elemento que ayudó a configurar el paisaje tratando de dominarlo con sus trabajos. Asentamientos humanos, construcciones, carreteras, caminos y senderos. Vías ferroviarias, embalses o explotaciones mineras (oro, cobre, mármol y pizarra) han dejado su rastro físico y visual. Que se puede seguir con facilidad recorriendo los lugares donde los humanos buscaron la riqueza o la simple utilidad de los elementos.
También roturando, haciendo limpias para generar pastos, delimitando propiedades con kilómetros de muros de piedra, haciendo sacas y limpiezas, plantando y mejorando el cultivo de arboles para su provecho, frutales, tilos, castaños o nogales. Han servido para acabar de modelar un paisaje excepcional.
Que en este tiempo de primavera se envuelve de un verde efervescente salpicado de los colores de todo tipo de floraciones. Dejando atrás el paisaje del luto obscurecido del frio invierno, de nieves, heladas y escasez de luz. Y que en el otoño se convertirá en una exclusiva sala de exposiciones, para los mejores cuadros de colores, tonos y matices; capaces de provocar en el observador afortunado una sensación de placer visual inimaginable.
Centro de Interpretación de la Naturaleza (CIN)
Desde el año 2000, el Ayuntamiento de Palacios del Sil, de apenas un millar de habitantes en la actualidad, ha buscado la forma de dar difusión a este gran caudal de riqueza natural y humana de su territorio con la creación del CIN (cinpalaciosdelsil@gmail.com, tfno. 693401576). Ubicado en los edificios de las viejas escuelas y casa de los maestros del pueblo, junto la carretera comarcal Ponferrada-La Espina a su paso por la localidad. Que bien merece una parada del viajero para conocer lo que se le ofrece.
En diversas fases, han ido buscando subvenciones para completar un muy digno lugar donde mostrar a los visitantes un anticipo de lo que se van a encontrar en un recorrido corto o amplio por el municipio. Además de las rutas de naturaleza señalizadas y con mapas de trazado, el amplio muestrario de la flora y fauna.
También puede conocer en sus diversas salas elementos etnográficos, indispensables para entender un poco mejor lo que se puede ver en un futuro recorrido. Utensilios agrícolas y ganaderos, materiales de uso cotidiano en las casas de sus vecinos, la recreación de una vieja escuela o características de la arquitectura rural y sus peculiaridades, como la de los cortines, robustas construcciones de piedra destinadas a proteger las colmenas ubicadas en su interior de los ataques de los osos y también de los incendios, casi únicos de esta tierra.
El CIN acaba de abrir de nuevo sus puertas, gracias a una subvención de la Diputación de León, que ha facilitado a los escasos recursos del municipio, incapaces por si solos, la contratación de una trabajadora cualificada, que atenderá las instalaciones y a los visitantes al menos durante los seis próximos meses.
Eva González Fernández
Esta mujer, educadora, narradora y poeta, fallecida en 2007 ha merecido por sus méritos personales el recuerdo de sus convecinos con su nombre en una plaza y una pequeña sala en el CIN, para ayudar a perpetuar su memoria.
Todos sus escritos están en pachuezo, muy entroncados con la tradición oral de su pueblo en la que ella desenvolvió su vida. Su poesía y textos versan en torno a su propia vida, sus experiencias personales y sobre los elementos cotidianos con los que convivía, sus pueblos, sus vecinos, los animales, las plantas, los lugares, las costumbres, las labores.
Incluso rimó recordando a las campanas de la iglesia de Santa Leocadia, que tañían en las inmediaciones de casa (Campanas del mieu tsugare / que vus tocan cun buen xeitu / xuntas cuandu ia a tsume, / apriesa pa faer cuncechu, / al altu nus días santos / nas bodas ya pulus nenus, / cun ximidos ya tsamentus / cuando encuerdan pulu muertus.).
Y solo a una imaginación exuberante plena de poesía y sensibilidad como la que poseía Eva, se le podía ocurrir poner el nombre de “La reina d´Astuias” a la niebla, que desde los confines de la tierra del Principado en el municipio de Degaña baja por el valle del río de El Pedroso algunos días del verano (Pul branu dalgunas veces / blanquina, muitu blanquina / baxa pul vatse Pedrosu / una reina asturianina.)
Gentes vigorosas y animales salvajes
Otro de los vecinos actuales del municipio, que estimula y con razón el orgullo de sus convecinos en Manuel Merillas, 'Manolín' para sus paisanos, corredor de carreras de montaña con varios records en diferentes pruebas, campeonatos de España, de Europa, y un amplio palmarés deportivo.
Nacido en Valseco hace 31 años, Merillas es hoy en día el personaje más popular del municipio, que ha logrado que muchas personas foráneas se pregunten y traten de saber donde está ese pueblo, en el que, si hacemos caso al nombre, parece escasear el agua. No es así, pues tiene un río con el mismo nombre del pueblo, afluente del Sil, que engrosa las aguas del embalse de Matalavilla. Y cuentan algunas lenguas populares, que el vigor de las piernas de Manolo se fraguó en el agua de las fuentes de su pueblo.
Quizá el vigor le venga de la genética de sus ancestros, pues esta fue tierra de gentes bravas y recias desde tiempos inmemoriales. Ya lo sabia el Rey Alfonso IX, cuando en 1225 otorgó fueros a los vecinos de Ribas de Sil de Arriba (actual Palacios del Sil), que eran ya por aquel entonces cazadores de osos, imponiéndoles la prescripción de entregar las manos de la fiera al señor de la tierra si cazaban algún oso en sus bosques.
Con las armas de que disponían y los métodos de caza utilizados, había que ser arrojado y temerario, para ir a cazar un oso y regalar las zarpas al señor, probablemente con fines nigrománticos, pues eran consideradas por aquel entonces como un excelente amuleto contra el mal de ojo.
Una prueba de ese coraje y osadía se refleja en el escudo de armas de la familia de los González del Campillo, linaje noble de la tierra, que aún se puede ver en el llamado palacio del Marqués del Pino, en Palacios del Sil. Hoy de propietarios particulares desligados del linaje, no visitable, al que nos permitieron amablemente acceder al interior, para poder fotografiar el escudo. Donde se refleja en piedra la escena de un hombre solo en lucha con dos osos.
Tierra de magia, mitos y leyendas
Esta de los cazadores de osos no es una leyenda, que hay constancia escrita del valor demostrado en esas cacerías y las que hasta el primer cuarto del siglo pasado se hacían con espingardas y armas blancas.
Desde las antiguas tribus astures asentadas en castros, de los que hay evidencias físicas abundantes. Algunas con incipientes y escasas excavaciones arqueológicas y otras muchas en la abundante toponimia de los parajes. Pasando por los romanos, de los que cuenta la leyenda fueron buscadores de oro por estos montes, con la denominada mina de oro de Salientes (mina del Rabón), de la que no hay constancia histórica de un posible origen tan antiguo.
Las gentes y los acontecimientos han ido sembrando la tierra de mitos y ensoñaciones, que han ampliado la riqueza cultural, las tradiciones, las historias de su cultura oral transmitidas de padres a hijos. Que aún hoy podremos escuchar en boca de algún vecino, si mostramos la calma suficiente para escuchar historias por ejemplo de lobos y de como a estos animales que apenas se dejan ver, el hombre los barrunta y siente como se le eriza el vello con su proximidad.
Otra hermosa leyenda, con visos de realidad, es la de la creación del pueblo de Salientes a finales del S. XIII por un grupo de familiares y siervos del Conde Don Gonzalo, que huyendo de las tropas del rey Alfonso X con quien se habían enemistado, buscaron refugio en estas montañas hallándolo en el valle de Salientes, donde se asentaron y nunca más regresaron a las llanuras de Castilla.
Historias de vaqueiros de alzada, que por estos montes y sus brañas aprovechaban los pastos de verano, para dejar en invierno sus casas y desplazarse a las tierras bajas de la marina asturiana, con familia, aperos y animales, como auténticos nómadas modernos de la España peninsular.
O leyendas de las ninfas de las aguas dulces, las ondinas. capaces con sus risas y sus cánticos de hipnotizar a los hombres y animales conduciéndolos a su perdición, ahogándose envueltos en las aguas de las que sale ese murmullo alegre y embaucador.
El paraje de Las Ondinas donde se construyó un pequeño embalse con el mismo nombre y central hidroeléctrica, no es el sueño de un ingeniero romántico de mediado el pasado siglo, es un nombre ya preexistente dado al lugar. Donde se podría situar perfectamente una leyenda como la titulada 'Los ojos verdes' de Gustavo Adolfo Bécquer.