¡Ay, plaza! Plaza Mayor: ¡Ay! Encuentro

El Encuentro en la Procesión de los Pasos de León.

Máximo Soto Calvo

No hay duda, si hablamos de Encuentro, y más si lo escribimos con mayúscula toda vez que la fe de muchos así lo pide, y el respeto de los más puristas en tradiciones leonesas lo acompaña, todos los leoneses colocamos la mirada memorística en nuestra sencilla, pero hermosa a nuestros ojos, Plaza Mayor. Aquel centro vivencial, que ha venido acogiendo de todo, comercio, mercado, espectáculo (toros), ejecuciones, alzamientos patrióticos... y procesiones, bueno mejor en singular éstas para citar El Encuentro, de la Virgen, la Madre Dolorosa y San Juan, el joven discípulo de Jesús.

Cuentan que antaño, cuando la procesión penitencial de Dulce Nombre de Jesús, la mañana de Viernes Santo, iban pasando en sencillas andas a hombros de enlutados braceros con imágenes que mostraban el Drama del Calvario, se podía escuchar, sobre la marcha, la voz del predicador en secuencial relato. El suave raseo de los zapatos de los braceros y el golpe rítmico de las horquetas en el empedrado suelo sonaban como fiel acompañamiento procesional.

Se ha hablado, mucho y bien, de un gran predicador, Fray Diego, franciscano descalzo, de potente voz, de trueno, como se la apellidaba, pues impostada y arrogante sonaba con un atronador tremendismo muy propio de la época. Se ha dicho que su voz alcanzaba los altos ribazos arcillosos de La Candamia, Y por qué no añadir, de propia cosecha, no sin la oportuna retórica, que, aquéllos, como tornavoz natural, la devolvían sobredimensionada, para quedar como un largo eco en los oídos del público, puede que, además, los soportales porticados de la plaza, actuaran como bafles de aquel entonces.

Párese a pensar el lector actual, posible participante, pues me niego a llamarlo espectador, cómo sería tal acto con el magnificado silencio de aquellos asistentes, casi siempre con fe temerosa de la que, sin duda, surgía un gran respeto penitencial compartido. Y sin ánimo de crítica compárelo, en pura esencia del propio acto, con el nuevo de este año 2022, que se ha descrito en todos los medios y aquí personalmente dedicaré, al menos, unos párrafos reflexivos.

La sobriedad de antaño

Entre la sobriedad de antaño, con temeroso recogimiento en los que presenciaban las procesiones, con una oración oportuna a flor de labios (tal como se puede leer en crónicas de la época) de modo muy especial durante la del Santo Entierro, y el despreocupado comportamiento del moderno visitante, ya provincial, ya nacional, que acude en plan vacacional, festivo, cuando no festero para ver espectáculo, hay todo un mundo de circunstancias a considerar.

Vamos a situarnos aproximadamente en la última década de los 90 del pasado siglo, cuando parecía instalarse un proceso de pérdida de valores religiosos en plan masivo, con algún remanso en lo personal, aquí entre nosotros, sorpresivamente, se destapó un empuje creador de Cofradías, con vistosos colores de hábito y capirote. Todo verdaderamente inesperado, mas, sin un riguroso estudio por mi parte, huyendo de la especulación, los voy a dejar con el rango de chocante.

Ahora centrémonos en los visitantes y también en muchos legionenses, inclinados o dispuestos a presenciar un espectáculo. Máxime si la musicalización acompañante imprime ritmo en determinadas procesiones, de modo especial en alguna de las más modernas, sin señalar a nadie en especial, y se ha ido tomando la costumbre de pasar del suave mecido que el avance requiere, a una especie de baile, con saltarín empuje de hombros, que para nada se puede entender como procedente a tenor de lo portado a hombros. Y aquí entra el público, que premia con aplausos estos comportamientos. La labor del bracero es penitencial, no para dar espectáculo, y la presencia del público de comprensión o cuando menos de respeto. El batir de palmas es una manifestación de agrado extemporánea, esto es, aquí fuera de lugar según mi percepción del tema.

Parece que a los abades, y sigo con la mirada atenta en los de negro hábito, les gusta dejar su impronta y poder ser recordados. Ni es malo, ni aquí se rechaza como inoportuno. Un detalle aportaré, que a mí, diletante de todo los nuestro y tradicional, también en cuanto a procesiones de Semana Santa, cual es el de portar a hombros las andas, hoy llamados tronos, me satisfizo enormemente la decisión de pasar a procesionar a hombros de papones de Minerva, la gran obra de Víctor de los Ríos, El Descendimiento.

Cuando el Abad, Ardura, de Dulce Nombre de Jesús... tomó la decisión de recobrar El Encuentro en la Plaza Mayor, no solo estaba proponiendo la puridad procesional, sino que además se conseguía la gran estampa de Pasión de todos los pasos, reunidos en orden histórico de un proceso en torno al Nazareno, dando emoción a un acto, que además permite a todos los hermanos cofrades participar del Encuentro de la Madre Dolorosa y San Juan ante la mirada tierna y sufriente del Nazareno. Iba a añadir: situado en lugar de honor en el centro de la plaza, pero tomando nota de la sencillez del Maestro, diré: adecuadamente. Conviene no olvidar la composición final del cuadro, la genuflexión del paso de San Juan y el mecido general respetuoso de todos los pasos a los sones de cornetas y tambores, que cumplen también su cometido.

¿Innovación en El Encuentro?

Pues bien, aunque la pandemia lo frenó el año pasado, otro Abad se ha empeñado en modificar el Encuentro y lo que se había recuperado, ahora pretende que sea objeto de renovación o mejor innovación, al parecer para intentar dar mayor agilidad y menor duración a toda la procesión. Anular una estampa de gran emotividad para todos los braceros y personas asistentes, por un encuentro centrado, que ahora comentaremos, no parece que sea feliz idea.

Pero he aquí que, en contrapartida, parece que se busca espectáculo con especial acomodo y descanso de los observadores. Se ha buscado situar al personal asistente, en sillas y gradas ocupando el espacio central de la plaza, pero en dos mitades afrontadas, con un pasillo central entre ambas, precisamente por el que “pasarán y encontrarán” los dos pasos, La Dolorosa y San Juan.

Dos consideraciones: a más de romper una tradición, que no es poco, se anula la gran estampa, se disponen gradas y sillas de tal modo que parece indicar que vamos claramente en busca de un espectáculo, con rasgos de novedoso. Perdónenseme las expresiones, nunca peyorativas, siempre bien intencionadas para resaltar unas circunstancias.

Apunte sobre el capillo

Un apunte sobre el capillo, que es disciplina y anonimato para el cofrade, que nunca es actor, sí penitente. Hablando de las procesiones me decía días atrás un buen amigo, Gonzalo G. Cayón, papón de siempre y de estirpe arraigada a las tradiciones leonesas, algo sobre este adminículo, que yo, sencillo papón de acera, no he podido experimentar: “La colocación del capillo, te aporta un aislamiento de la sociedad circundante, te centra en tus propios pensamientos, repasas y reflexionas durante la esforzada marcha procesional...”

Tiempo atrás, años, algo he escrito en torno a esto, por ello facilito un enlace de un relato mío donde el protagonista, un preso redimido, confirmaba que el ocasional capillo le reconfortaba en lo íntimo...

Invito a su lectura.

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