Un 'laboratorio' del clima en Val de San Lorenzo

Tomás San Martín muestra la jarra del pluviómetro donde recoge el agua de lluvia. / AstorgaRedacción

M.A. Reinares / AstorgaRedacción

En Val de San Lorenzo esperaban el agua del Turienzo desde hacía semanas. La sequía había obligado al Ayuntamiento a emitir un bando llamando al consumo responsable a los vecinos de este pueblo con problemas recurrentes de abastecimiento. La preocupación se hacía más presente para Tomás San Martín, que veía pasar los días del calendario sin poder apuntar en su agenda la llegada del agua y más cuando en años anteriores se había dejado ver antes del invierno, en el mes de noviembre.

Cuando este maragato, que forma parte de la red de colaboradores de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), miraba los datos de este año meteorológico, el semblante se le ponía serio. En enero la probeta medidora de los litros había registrado poco más de 16 litros, “no ha llovido nada, en diciembre llovió 18 litros. No es nada. En noviembre, 31 litros; en octubre, 38. Tiene que llover”, sentenciaba el meteorólogo aficionado. Por fin lo ha hecho y los ríos corren preñados de agua por Maragatería.

Las agendas de Tomás San Martín registran desde hace más de 20 años los fenómenos climatológicos y las señales de los cambios en la naturaleza. Con precisión de relojero, apunta la llegada de las golondrinas, los primeros brotes de los árboles frutales o la nascencia del pan, como llaman en Maragatería al cereal. Esas curiosas agendas que acumula en su casa son el reflejo, sobre todo, de su curiosidad por el mundo que le rodea y sus dotes de observador.

Este agricultor jubilado pertenece a la red climatológica secundaria de Aemet, agencia a la que envía los datos de la lluvia, la nieve, la niebla, el rocío o las tormentas, una red que comenzó a verse como necesaria a finales del siglo XIX, ya que sin el detalle de los registros pluviométricos se consideraba muy difícil progresar en la predicción del tiempo, en el Observatorio Astronómico nacional entendían que para ello era importante disponer una densa red de datos climáticos.

Y así es cómo los registros que detalla Tomás San Martín para Aemet van narrando los ciclos de la naturaleza en Maragatería. La escasa actividad reflejada en el cuaderno de campo en invierno empieza poco a poco a activarse. Este año la cigüeña ya llegó, aunque más tarde que en 2016 cuando fue vista por el maragato el 14 de enero; el saúco, el árbol más madrugador, luce ya sus primeros brotes desde mediados de enero, y ahora falta que den señales de vida los botones del lilal, el primero en manifestar la floración y en confirmar que la savia va despertando. Al lilo le seguirá en el despertar el castaño de indias. Son detalles que narran una vida en conexión con la naturaleza, donde los cambios son tan sutiles que sólo unos pocos privilegiados asisten cada año a este espectáculo.

El meterólogo maragato tiene su principal 'laboratorio' de observación en el corral de su casa. Arriba está el cielo por donde pasarán las primeras golondrinas por San José. Después esperará hasta abril para ver llegar a la abubilla “que ahora se ven pocas. El avión común otra clase de golondrinas viene más adelante, pero no hay que confundirlos: la golondrina tiene el pecho rojo y la cola en V, los aviones son más pequeños con el pecho blanco y la cola como la del pescado. Después viene el cuco, que el año pasado cantó por primera vez a mediados de abril. Después llegarán los vencejos negros que pasan en bandadas, ellos son los primeros que marchan”, va leyendo en los apuntes meticulosamente registrados.

Desde su corral también divisa los árboles frutales y el romero que le ofrecen mucha información, por ejemplo, sobre los avistamientos de insectos. “Las abejas las veo en el romero de la casa, en el año 15 las vi el 24 de abril, pero el 11 ya había visto a la mariposa”, comenta Tomás. Para los brotes de los frutales todavía hay que esperar unas semanas, “el ciruelo brota luego, sin embargo el peral hasta mediados de marzo, nada. Si la primavera viene caliente brotarán antes”.

El maestro Don Antonio

La red climatológica secundaria de colaboradores no profesionales fue creada, definitivamente, en 1911 con 800 observadores, de los que más de la mitad eran maestros de los pueblos, como quien le pasó el testigo (o mejor dicho, el pluviómetro) a Tomás San Martín. “Me hice cargo porque el maestro Don Antonio, que era de Santa Colomba, se fue. Él fue quien pidió el pluviómetro para el Val. Cuando se iba a marchar tanto insistió que uno de mis hijos lo cogió, pero al marcharse a estudiar ya me tuve que quedar yo”, recuerda.

Aemet tuvo suerte de que el valuro aceptara el traspaso de la estación pluviométrica, porque hace 20 años, cuando los estragos de la despoblación en el noroeste de España eran irreversibles, en numerosas localidades se quedaron sin relevo generacional para realizar esta labor. El jefe de Climatología de la Aemet en Valencia, José Ángel Núñez Mora, ha asegurado en su estudio 'Cien años de historia de los colaboradores de AEMET. La observación voluntaria en España y las nuevas redes de datos meteorológicos', que el mayor descenso en la densidad de estaciones entre 1976 y 2010 se ha observado “especialmente en el interior sur de Galicia, noroeste de Castilla y León y en Asturias, Cantabria, prácticamente toda Andalucía y gran parte de Cataluña”.

No es fácil encontrar personas que quieran desempeñar este cometido porque se requiere paciencia, y sobre todo constancia: la naturaleza no se detiene porque a los humanos nos guste descansar en vacaciones lejos del pluviómetro. Porque en verano hay que estar pendiente de que en junio comienza la recolección del pan, en agosto la del centeno, el mismo mes en el que se van los vencejos y ahí tiene que estar Tomás para apuntarlo. “Es bonito”, asegura el observador de Aemet, aunque la escasez de agricultores es un obstáculo para su cometido, “ahora para ver una tierra sembrada de pan, tengo que preguntar para encontrarla. Las cebadas se sembraban en mayo, ahora en invierno por sementera”.

Las tormentas de El Castro y el aire del sur

De entre todos los fenómenos el que más le tiene intrigado últimamente son las tormentas. Con asomarse a la ventana del salón de su casa las ve formarse para “el Castro (Castrotierra). Antes caían muchas tormentas, se formaban allí y venía la nube para acá. Ahora se forma se abre para el oeste y el este y aquí no cae una gota de agua. ¿A qué se debe?”, se pregunta.

En cuanto a las alertas que tanto gustan a los medios comunicación para avisar de que en invierno tiene que hacer frío, Tomás San Martín sonríe por lo bajo porque “ha hecho más frío que el de ahora. Antes marchaba a hacer regaderas, a cortar las zarzas de las huertas y me tenía que agachar porque venían cierzos de nieve”, describe este agricultor jubilado. Temperaturas de 16 grados bajo cero registradas el pasado mes de enero no es difícil alcanzarlas en estas tierras frías del oeste peninsular, sin ir más lejos, “en el invierno del 11 al 12 hubo temperaturas tan frías”.

Es precisamente en la nieve, en lo que el maragato observa que “está cambiando el clima, porque ahora no nieva nada”, pero otra señal de que el tiempo está loco es que “antes cuando picaba el aire del sur, de la fuente, es que iba a llover. Ahora llueve a cualquier aire”, se queja el meteorólogo aficionado, que avisa: que nadie se eche las manos a la cabeza si en primavera nieva porque en “marzo y abril del año pasado nevó”. Palabra de observador.

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