Víctor Casas, autor del libro 'Sebes. Los paisajes culturales leoneses': “Ha sido un error tratar al campo como una fábrica”

Víctor Casas es autor del libro 'Sebes. Los paisajes culturales leoneses'.

César Fernández

Nacido y formado como biólogo en León, asentado en 1993 en Fornillos de Fermoselle (Zamora) y residente ahora en el entorno de Vitigudino (Salamanca), Víctor Casas podría pasar por el prototipo de ciudadano de la Región Leonesa. “No distingo mucho las provincias; sí las comarcas, que es lo que me interesa”, advierte en una declaración de intenciones que no es la única. “Me interesa mucho la relación entre las personas y el territorio”, abunda este autor polifacético que acaba de publicar el libro 'Sebes. Los paisajes culturales leoneses', una obra parece que única en su género que ha editado el ILC (Instituto Leonés de Cultura) de la Diputación Provincial de León.

Casas está acostumbrado a responder a la pregunta de qué es una sebe. “Se puede definir de manera más práctica o más poética”, contesta para instar a no limitar el concepto a un espacio agrícola, sino a darle la dimensión de un recurso patrimonial. “Se puede decir que es un territorio de resistencia ante los cambios”, añade sobre estos cierres de fincas labrados a base de utilizar elementos naturales como especies de árboles o arbustos. Interesado desde niño en esta cuestión, ha tenido que rastrear y recopilar una bibliografía “muy dispersa” en artículos científicos no específicos para construir su propia obra sin dejar de citar aportaciones como las del zoólogo Ángel Hernández, que ha estudiado la relación entre la fauna y las plantas de las sebes desde una zona privilegiada como el Torío.

“Las sebes es un paisaje de bocage, de pequeñas fincas rodeadas de arbolado, que es sobre todo atlántico. León es la cuña de ese paisaje hacia el oeste y hacia el sur. Las de León son bastante singulares y muy valiosas. Están vinculadas a climas más húmedos. Y por ello la mayoría de la gente las asocia a cuando pasamos a Asturias por el puerto de Pajares. Pero los setos de León en fondos de valle son bastante singulares”, expone como punto de partida de un trabajo en el que la sebe ha sido “la excusa” para hablar de las relaciones entre la gente y el territorio de una provincia tan diversa y su progresiva desaparición un síntoma de una tendencia que considera perjudicial para el futuro del sector primario.

¿Ha sido capaz de determinar el origen histórico de las sebes?

Aquí son tan antiguas casi como la llegada de la ganadería a León, hace entre 5.000 y 7.000 años. Se trata de cerramientos muy sencillos. Es un paisaje domesticado para habilitar una mayor superficie de prado de manera que el ganado pueda pastar o se pueda segar. Se deja una vegetación de árboles y arbustos que interesa para que haga de cerramiento. Y ahora están plantando setos en lugares tan lejanos como California. La agricultura intensiva ha destruido toda la vegetación natural. Y las sebes, por ejemplo, limitan la llegada del viento a los cultivos. Cada vez hay más estudios que recomiendan plantar o recuperar setos. En León, tras las guerras contra los árabes y en cuanto los concejos comienzan a establecerse, ya se establecen normativas sobre cómo deben podarse los prados o sobre las multas que se imponían cuando el propietario las dejaba caer.

¿Cuál es la realidad de las sebes hoy en la provincia de León?

En León, que ha sido una provincia de sebes, parece que se está perdiendo ese nombre. Lo conoce la gente que tiene vínculos con el medio rural. Es un paisaje muy leonés, pero cada vez hay que explicarlo más. Se puede definir de manera más práctica o más poética. Se puede decir que es un territorio de resistencia ante los cambios. Se destruyen cuando se concentran las fincas y se apuesta por un modelo más intensivo, pero que tampoco tiene mucho futuro: destrozar el paisaje y convertirlo en fincas todas iguales y dependiendo del petróleo para poder cultivar no tiene mucho recorrido. También es un espacio de resistencia porque el abandono del medio rural hace que ya haya poca gente que sepa cómo podarlas. Aparte de la provincia de León, se mantienen en Asturias, Cantabria, parte de Galicia y Tras-os-montes, en Portugal. Se conservan en el noroeste. En el País Vasco había algo parecido, pero se ha ido perdiendo.

La agricultura intensiva ha destruido toda la vegetación natural. Y las sebes, por ejemplo, limitan la llegada del viento a los cultivos. Cada vez hay más estudios que recomiendan plantar o recuperar setos

¿Cuáles son las principales zonas de interés de las sebes dentro de la provincia de León?

Eso lo marca mucho la geografía del valle. En zonas de alta montaña no eran muy abundantes por haber valles muy estrechos con un modelo distinto. Podemos extender el área desde la montaña hasta el sur de la provincia, donde se ha perdido bastante porque la concentración parcelaria llegó de forma bastante rápida. La zona en la que más abunda ahora es la media montaña, sobre todo al norte y al sur de la capital. En la zona del Torío, del Bernesga, de Omaña, al norte del Duerna... El Torío es la zona en la que más se mantiene; y en el Bernesga, aunque se conozca menos. También en la comarca de la Sobarriba (entre el Torío y el Porma). Y hay mucha diversidad lingüística. He llegado a recoger hasta una veintena de términos: desde valladar a cierro pasando por subiao o beirón. En realidad ha sido una excusa para hablar de relaciones entre la gente y el territorio y la diversidad cultural que tiene la provincia, que es una riqueza patrimonial que no podemos dejar que se pierda.

Dice que se puede hablar de las sebes de una forma más práctica o más poética. ¿Cómo se sustancia eso en el libro?

Yo es que no las diferencio. Creo que la parte emocional es la más importante de cualquier libro. No deja de ser un paisaje muy unido a la gente, pero que ahora está muy alejado. Y la gente que lea el libro va a comprobar que está más cerca de lo que piensan. Tampoco es un libro de poesía: he intentado explicar cómo se han formado, todas sus aportaciones y qué se pierde cuando se destruyen.

En ese sentido, ¿cómo se podría ilustrar su importancia práctica?

Son espacios que se deben revisar. Y hasta ahora lo que se ha hecho es eliminarlos: o bien directamente con maquinaria pesada o bien dejándolos perder porque no hay incentivos ni proyectos de valoración. Se considera nada más que como un paisaje agrícola, y eso es un error porque es un paisaje transversal que también tiene que ver con el patrimonio natural, cultural o con la parte emocional e identitaria. Se ha tratado el campo como una fábrica, y eso es un error tremendo. Y eso hace que la gente se vaya a la ciudad y no tenga ninguna inquietud por vivir en los pueblos. Eso tiene que revisarse en el siglo XXI. Un ejemplo ilustrativo lo tenemos en el contraste del antes y el después de un pueblo como Villanueva de las Manzanas, que se ha convertido en una fábrica con un monocultivo agrícola con fincas todas iguales. Eso al final hace que la gente viva en León y que vayan al pueblo apenas a cultivar.

Hace unos años el sindicato agrario Asaja se quejaba de que hubiera subvenciones para establecer cierres de piedra, pero no para sebes. ¿Faltan incentivos públicos para conservarlas?

La mayoría de la gente lo sigue viendo como algo arcaico que debería eliminarse por entender que limita el trabajo agrícola. No lo vemos como un paisaje de futuro. Yo no pienso en volver al carro con vacas. Pero el prado con setos debería ser el modelo hacia el que tenemos que caminar. En España, en zonas como Almería y Navarra se están plantando setos porque están viendo que permiten tener mayores producciones. Hay algunas ayudas, pero el capital presiona para que todo siga igual. El ganadero tiene que repercutir en la carne que vende. Ojalá haya subvenciones, pero tenemos que tender hacia que el consumidor valore este tipo de producciones más sostenibles. Hay habría que hacer una labor pedagógica tremenda. Hay un caso en León, con Benedicto González, que tiene vacas en Navafría, que está comprando prados para producir carne que vende de forma directa a sus clientes. Y los consumidores valoran ese tipo de producto.

Se destruyen sebes cuando se concentran las fincas y se apuesta por un modelo más intensivo, pero que tampoco tiene mucho futuro: destrozar el paisaje y convertirlo en fincas todas iguales y dependiendo del petróleo para poder cultivar no tiene mucho recorrido

Y eso que venimos de una campaña electoral, la de los comicios autonómicos del pasado mes de febrero, en la que parte del debate acabó polarizándose en torno al 'macrogranjas sí o no'...

Pero se hizo quedándose en muchas ocasiones en la parte más superficial. Debatir si carne sí o carne no es una tontería. Lo que marca la diferencia es el tipo de alimentación del ganado. Y eso tiene que saberlo el consumidor. La carne más barata para el consumidor es más cara para la sociedad. El debate ahora estaba calando más, pero con la crisis ha quedado en un segundo plano.

¿La administración local ha puesto medidas para conservar las sebes?

Mansilla de las Mulas ha sacado una normativa para protegerlas. La Junta Vecinal de Valcuende, en la montaña del Cea, también lo ha hecho. Hay mucha normativa genérica que en teoría protege a las sebes, pero en la práctica no se está aplicando. Ahí hay que meter presión para que se considere como un paisaje valioso y no sólo como un espacio agrícola.

Con este panorama, ¿cuál es el futuro que le espera a las sebes?

Hay muchos pros y contras. El mayor pro es que todos los científicos están diciendo que el modelo es ese: un modelo agroecológico de producir alimentos y materias primas que no elimine lo que había y que no tenga que depender de los agroquímicos. Hay que buscar modelos cada vez más autosuficientes y que los productos se consuman lo más cerca posible. No queremos darnos cuenta de que estamos ante una gran crisis. Tenemos que intentar mitigarla. Sería ideal fomentar la trashumancia y no tener que traer camiones de pienso de Ucrania o soja de Brasil. Y eso es una locura porque nuestros abuelos alimentaban las vacas con recursos locales.

La sebe se considera nada más que como un paisaje agrícola, y eso es un error porque es un paisaje transversal que también tiene que ver con el patrimonio natural, cultural o con la parte emocional e identitaria

¿Y los contras?

La población agrícola leonesa es muy baja, está muy envejecida y la gente joven que quiere establecerse tiene que superar muchas trabas. La tendencia actual pasa por mantener modelos ineficaces. Al final todo depende de la sociedad leonesa. Si hay consumidores que valoren la forma de producción, esto se mantendrá. Y si las administraciones locales valoran las sebes como un recurso patrimonial y turístico, también podrá haber futuro. Al final todo está unido.

¿El futuro de las sebes también es en buena medida inversamente proporcional al desarrollo de concentraciones parcelarias?

Sí. Ahora ya no se hacen como antes. Se tiene un poco más de cuidado. Pero ahí depende mucho de cada ayuntamiento y de su interés por mantener ciertas zonas.

Y eso también entronca con el mensaje que se da en zonas de minifundio como la comarca del Bierzo de que el futuro pasa ineludiblemente por fórmulas de concentración.

Se podría combinar, por supuesto. Tú puedes hacer una concentración parcelaria con unos cierres de alambre en las nuevas fincas, pero puedes plantar especies de árboles y arbustos y crear al cabo de veinte años un espacio de sebe. Aun con fincas más grandes, por supuesto, no tienen por qué ser incompatibles. Y las fincas serán más productivas. Ahí hay un trabajo por hacer muy interesante: aunque las fincas se han agrandado, se podrían hacer nuevas sebes. Y si hubiera ayudas, sería estupendo.

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