La relación histórica entre los perros y los seres humanos desde el paleolítico

Perro carea, pastor leonés. Foto: Sociedad Canina Leonesa (SINC).

En esos días de encierro, a quien acompañe una mascota se verán más aliviados en su aislamiento. Seres fieles, domésticos, acostumbrados a nuestros hábitos, a convivir con nosotros. Muchos incluso han adoptado ciertos comportamientos humanos, otros hasta se nos parecen físicamente.

Voy a intentar contarles desde cuando viven con nosotros, por qué nos acompañan y cómo fue nuestra travesía juntos, durante milenios.

El perro procede de los lobos. Es obvio nada más mirar a algunas de nuestras peludas mascotas. Y la duda es cómo un depredador –el lobo– se fue a vivir junto a otro depredador –el hombre–, cuando ambos son enemigos potenciales. El peligro es evidente.

Existen varias teorías sobre la domesticación del perro. Que si se capturaron unos ejemplares que se 'amaestraron', que si merodeaban por los campamentos humanos. A mí la teoría que más me gusta es que domesticación se hizo a través de los niños. Es la menos seria... y sin duda la más creíble.

La época de la vida en que somos más receptivos a los cambios es la infancia, tanto en la especie humana como en la animal. Compartirnos con los perros tres rasgos: la curiosidad, el atrevimiento y las ganas de jugar. Un niño o un cachorro de lobo desconocen el peligro y pueden jugar o mostrarse sociables, e incluso una especie puede adoptar cachorros de la otra y criarlos.

Hay no pocas historias sobre lobas que han criado niños y que se ha demostrado que tienen un trasfondo real: El libro de la Selva, que conocemos por las películas de dibujos animados, pero en origen es una novela de Rudyard Kipling contando historias de su India natal. O bien los míticos Rómulo y Remo dos gemelos amamantados por una loba a orillas del Tíber.

Ambas especies durante el juego aprenden y también adquieren vínculos que pueden durar a largo plazo. Los lobos, como los humanos de la prehistoria, eran seres de manada.

La teoría es más o menos es factible, aunque tiene sus partes débiles, como todas. Los lobos se mueven mucho por el territorio, tienen periodos de celo y apareamiento, que complican el proceso y la domesticación de un depredador no es tan sencilla, ni mucho menos rápida.

¿Desde cuándo somos amigos?

En la actualidad hay diferencias en los huesos de un perro y un lobo, que es lo único que un arqueólogo encuentra. De ahí se deduce mucho más de lo que usted pueda imaginar. De los hallazgos deducimos comportamientos, vínculos, cariño... ¿no se lo creen? Cuando terminen de leer me cuentan.

La amistad del ser humano con los lobos y después los perros es mucho más antigua de lo que se creía. Antes se pensaba que los perros se domesticaron durante el Neolítico, es decir, cuando domesticamos ovejas, cabras, vacas... y ya puestos, nos pusimos y hasta domesticamos lobos.

Pero la Arqueología nos dice que nuestra amistad es más antigua. Mucho más antigua. Procede del paleolítico cuando se pintaban las cuevas prehistóricas como Altamira y contamos los periodos de 10.000 en 10.000 años. Si nos remontamos muy atrás en la prehistoria existe un momento en que no es sencillo distinguir el esqueleto de un lobo salvaje y otro domesticado, por que los cambios en el animal se produjeron tras varias generaciones.

Pero la Prehistoria es una auténtica caja de sorpresas. En una cueva de Bélgica ha aparecido un ejemplar de 'protoperro' de hace 36.000 años, que no es el único. De hace unos 30.000 años hay otros ejemplares en Siberia que parece ser un lugar donde se domesticaron y dieron una raza autóctona asiática. Y más o menos de la misma época hay otro perrete aparecido en una colina de Chequia. Alguien le enterró cerca de unas tumbas humanas, con un hueso en la boca. Vamos, no me digan que no debía ser amigo de nuestros antepasados prehistóricos.

La enorme antigüedad de estos hallazgos hace que nuestra relación perruna no haya nacido ni siquiera con nuestra especie, sino que se remonta a los Neandertales, que en las últimas décadas tampoco paran de darnos sorpresas. Algunos de estos perros acompañaron a nuestros ancestros Neandertales, aunque nosotros pensamos que nuestra amistad era exclusiva de nuestra especie, los Sapiens Sapiens (los más antiguos los estudiaron como Cromañones).

Estos perros, probablemente más parecidos a un lobo que a un chucho doméstico, empezaron viviendo cerca de los campamentos humanos y después vivirían con los grupos humanos. Se cruzarían entre ellos o con otros lobos cuando el instinto apretaba, así que para la ciencia a veces es difícil determinar la diferencia. Durante el paleolítico debieron acompañarnos en la caza y hubo dos razas diferentes, de Europa occidental y otra asiática.

El largo viaje del perro

Hace unos diez mil años en Oriente Próximo la gente que vivía allí empezó a hacer cambios y a cosechar cereales salvajes y después a cultivarlos. Acabaron por ser agricultores y pasaron de la caza a hacerse pastores hace 7.500 años y probablemente nuestros amigos perrunos vivieron ese cambio que trasformaría la humanidad. Ha sido el cambio más importante de ambas especies. Así que el perro encontró un nuevo empleo a nuestro lado y empezó a especializarse en el cuidado del ganado.

Y merece la pena detenerse en esto. El cambio en el comportamiento perruno fue que espectacular. De acompañarnos en la caza, nuestro amigo evitó atacar al ganado y a vigilarlo. Gracias a generaciones de selección de individuos buscando cambios en el comportamiento.

Los pastores fueron los que extendieron el Neolítico por toda Europa. Esta actividad es muy propicia a la movilidad y a desplazarse a lugares donde no había agricultores con los que entrar en conflicto y así llegó a nuestra península ibérica, primero aparecieron los pastores con sus perros y más tarde nos hicimos agricultores.

Pero aquí ya vivíamos con perros. Hace unos años apareció en la prensa el hallazgo del enterramiento de un perro en Sado (Portugal), de ocho mil años de antigüedad. Los que tienen una mascota pueden entender el cariño para hacerles un homenaje en la eternidad.

Pero no es el único hallazgo perruno de la prehistoria peninsular, aunque parece que la raza autóctona se sustituyó en el Neolítico por razas caninas de Oriente.

Durante la prehistoria nos acompañaron los perros. Los enterramos como a uno más de la familia, trabajamos juntos, les alimentamos, nos alimentamos de ellos. Incluso participaron en nuestros ritos religiosos.

Dicen los especialistas que el perro suele aparecer muchas veces en las tumbas de los humanos, como un ser que nos ha de guiar en el más allá, y que ha de encontrar el camino hasta el otro mundo. Los íberos, por ejemplo, creían algo así y se hacían acompañar de sus fieles amigos en el más allá.

Para terminar nuestra historia canina, solo decir que los romanos trajeron más razas de perros, entre ellas chuchillos con tallas pequeñas, animales de compañía, domésticos, de 25 a 30 centímetros de altura. Aparecen en nuestras ciudades, por ejemplo, Lugo o Astorga.

Con toda seguridad mascotas de compañía y de lujo en esa cultura de la opulencia.

Etiquetas
stats