La fotografía que abre este reportaje está tomada un 5 de enero de 1912 en el patio del edificio de Blas Alonso, donde todos los años había costumbre de reunirse para celebraciones e intercambio de regalos navideños. La fiesta de Reyes de entonces. Aunque no se puede identificar a todos los que salen en ella, sin duda está buena parte de la más selecta burguesía propietaria del momento con numerosos solares procedentes de las diferentes desamortizaciones del siglo XIX: los Eguiagaray, los Mallo, los Andrés, Llamazares, Lescún, Sánchez Puelles, Miñambres, Medina Bertía, Alonso, Crespo, Tudela, Balbuena, Hurtado, Ibáñez, entre otros. Todos protagonistas del desarrollo de la capital leonesa en el inició del siglo XX, que tuvo su gran hito en el año 1923 del que hemos celebrado su centenario.
La historia de esta fiesta de Reyes de hace 120 años viene de atrás, y es perfecta para explicar cómo la burguesía leonesa celebraba estas fechas navideñas. Fue durante el siglo XIX cuando un gran premio de la lotería agració a la familia de uno de los principales comerciantes leoneses, llamado Blas Alonso Martínez –que disponía de un importante negocio de comestibles, bebidas, confitería y hierros–, con varias viviendas en la Calle Nueva (actual Mariano Domínguez Berrueta). En realidad, fue en la sexta década del siglo XIX cuando le tocaron 20.000 reales en la denominada por entonces 'Lotería Moderna' al hijo mayor de Blas Alonso y Bárbara Ibáñez de las Vallinas, Faustino, quien de inmediato los puso en poder de sus padres, como así lo hacen constar ellos en su testamento de 1867, dejando bien claro que esa cantidad se invertiría y repartiría entre todos los componentes de la familia. La importancia del premio de la lotería quedó reflejada en el inventario de sus bienes ante notario, donde donó una parte de esa importante cantidad a varios de sus hijos.
Bellísimo. Así era el desaparecido edificio de Blas, que ocupaba una gran superficie entre las actuales avenidas de Padre Isla y Gran Vía de San Marcos. En realidad, este edificio fue el más representativo y práctico —mucho más aún que el de Botines— de la nueva y próspera burguesía propietaria y comercial intentando expandirse extramuros. Parte de este desaparecido y bello edificio fue conocido a partir de 1938 como edificio Zarauza en la calle Padre Isla número 5. La familia mantuvo también abierto su tradicional comercio de hierros y chocolates en la calle Nueva.
Una de las cosas a destacar es la de la presencia de propietarias de negocios en la ciudad de León a finales del siglo XIX y primeros del XX. Es el caso que demuestra el documento de aquí arriba, firmado por Bárbara Ibáñez de las Vallinas, viuda del comerciante Blas Alonso. Resulta imposible prescindir de esta familia para explicar buena parte de lo narrado sin citarla de modo obligado. Otra señora ocupándose del negocio establecido por su difunto esposo. Otra mujer en ejercicio y plenitud de sus derechos civiles. ¿Quién escribe hoy que la mujer “era invisible”?
Fueron precisamente los hijos quienes construyeron este edificio acabado en 1904, hoy tristemente desaparecido, que albergó, aparte de un gran negocio, innumerables hechos históricos para la ciudad de León, pues fue sede del Gobierno Civil en el inicio de la Guerra Civil en León el 20 de julio de 1936, comisaría y otros muchos menesteres hasta su derribo en 1973 para sustituirlo por la conocida popularmente como 'Casa de las Bañeras' hoy en la segunda manzana entre la Gran Vía de San Marcos y Padre Isla.
Blas Alonso fue sin duda uno de los fotógrafos pioneros de León, de quien heredaría su afición (e instrumental fotográfico) su hijo Casimiro, por lo que gracias a ellos podemos tener estas fotos de las celebraciones y fiestas navideñas de hace más de un siglo.
Cómo se celebraba la Navidad hace un siglo
Poner el Belén (moda italiana introducida en España a finales del siglo XVIII por Carlos III de España, también rey de Nápoles, precursor de las obras arqueológicas y recuperación de Pompeya y Herculano), jugar a la lotería de Navidad, pedir el aguinaldo, ver la cabalgata de Reyes, comer las doce uvas (desde finales del siglo XIX), dar regalos y comer el roscón, son algunas de las costumbres de los españoles para celebrar la Navidad.
El origen de la Navidad burguesa está representada en el árbol o el Belén (o ambas), el aguinaldo, la cena y los juguetes. Esta iconografía se repite desde el siglo XIX, concretamente a partir de 1836, muy centrada en los niños y bastante similar a lo largo de todo el siglo XX, hasta que la figura de Papa Noel ha intervenido en nuestras actuales celebraciones navideñas.
Los primeros países europeos en celebrarla de este modo fueron Francia (con costumbres como las del roscón de Reyes) y Alemania, propagándose a países vecinos, aunque en los países nórdicos ya existía el concepto del árbol como eje central de su iconografía navideña. Antes de esa fecha, sobre 1836, no existía la Navidad en las casas con el concepto actual. Es una tradición relativamente nueva y burguesa, aunque antes sí se celebraba una cena con platos importantes en muchos de estos países.
En León, como en otros muchos lugares, las figuras del Belén eran hechas de barro y se vendían en la Plaza Mayor, donde los pavos correteaban por los puestos de comida esperando un comprador.
Los platos protagonistas: el pavo y el besugo
Gastronómicamente, los platos de la abundante y suculenta cocina leonesa tampoco han variado mucho, a excepción de ciertos mariscos y algunos cavas, que se fueron introduciendo en los festines posteriormente. Puesto que existía un componente religioso arraigadísimo, en sus comienzos, o en épocas marcadas por el franquismo, se daban situaciones en las que, por ejemplo, a la misa del gallo –en la actualidad cada vez va menos gente–, que antiguamente marcaba el momento de la representación del nacimiento, había algunas personas mayores que todavía nos recuerdan que iban a misa antes de cenar para poder comulgar en ayunas.
Porque desde el siglo XIX, la cena ideal para los burgueses más pudientes estaba compuesta por el pavo y el besugo, traído este último por los arrieros leoneses desde la costa cantábrica. En la segunda mitad del siglo XIX la ciudad de León estaba abastecida de todo tipo de alimentos en conserva o al natural: aceitunas sevillanas a 24 cuartos la libra, queso de bola a 6 reales y de Grullere a 6 reales y medio la libra, higos blancos en caja de una arroba a 20 reales, y lo más preciado por entonces: jamones de los denominados de Castro-Caldelas (Galicia), considerados los mejores de España, a 32 cuartos la libra por piezas.
También había champagne francés y vinos de Burdeos, Jerez, vino de Cariñena, Malvasía y vermut, ron de Puerto Rico y Jamaica, y por supuesto que chocolates y bacalao, latas de sardinas a 3 reales, frutas en almíbar, pasas de Fraga, legumbres de todas clases, pastas, arroz, azúcar, salchichón de Vich, dátiles y un larguísimo etcétera. También era popular el denominado barrilito de ostra, con un jugo exactamente igual de sabor al de las ostras, pero especificando que el pescado no era ostra.
Lo que sí se sabe es que en los principales hoteles y domicilios particulares de la burguesía se consumían las ostras y el champagne en grandes cantidades, como así nos lo atestigua la prensa de la época. Todo esto se vendía en establecimientos como los de Bolaños, en la Plaza de la Catedral, o en el establecimiento 'La Legalidad', en la Rinconada del Conde de Rebolledo.
Todo fuera por pasar las fechas del inicio del invierno lo mejor posible, como hacemos hoy en día, pero con muchas menos luces y ruido. Y bastante más frío.